Con motivo de su XXIX aniversario, la agrupación cultural Perú Teatro repuso El Caballero Carmelo, adaptación teatral del celebérrimo cuento del mismo nombre, escrito por el polifacético Pedro Abraham Valdelomar Pinto. Ya en el 2019, la misma agrupación puso en escena esta adaptación de su autoría, en conmemoración del centenario del fallecimiento del cuentista. Esta reposición contó con una única fecha de presentación, el miércoles 29 de enero, en las tablas del Teatro Auditorio Miraflores.
De lectura casi obligatoria en la etapa
escolar de este país (solía ser así… ahora ya no estoy tan seguro) El Caballero
Carmelo es el cuento más conocido de Valdelomar. Narrado en primera persona,
está ambientado en la niñez del “Dandy” en Pisco, su ciudad natal, y cuenta la historia
del Caballero Carmelo, un gallo de pelea de la familia del protagonista (que no
es otro que el mismo Valdelomar de niño). El autor describe con abundante
detalle los paisajes costeños de Pisco y la apacible vida de sus habitantes
conforme va narrando su pequeña historia. Por ello, es mérito de esta
adaptación teatral el haber preservado en su texto el espíritu costumbrista del
cuento, valiéndose incluso de monólogos narrativos dirigidos al público. En
ello tiene mérito también la construcción de diálogos y la inclusión de
situaciones y personajes, que solo son mencionados o brevemente descritos en el
cuento. El “menos es más”, esta suerte de axioma adoptado en nuestro ámbito
teatral, ha sido aplicado con relativo éxito en la austera escenografía del
montaje. El escenario en negro, equipado con algunos cubos que también guardaban
utilería, y un par de galanes de noche (percheros para ropa de caballero) con algunas
prendas, conformaba un espacio funcional y suficiente para que los actores, esta
historia y nuestra imaginación se encontraran. Contribuye de manera favorable el
trabajo de luces y sonido, ejecutado de manera eficiente.
Quizás lo más relevante de esta puesta en
escena es la inclusión de cuatro (muy) jóvenes actores. Me refiero a los niños Manuel
Sáenz, Jeremy Ortiz, Ruth Vivanco y Kiara Moncada Recavarren. Ellos son
egresados del Taller de Formación Actoral de Perú Teatro y han tenido su
primera experiencia profesional en tablas con esta obra. Es notable la seriedad
y el compromiso con la que estos niños han enfrentado este reto profesional, y
se felicita a Perú Teatro por sumarlos muy favorablemente a esta puesta (ojalá
más escuelas de actuación apostaran así por sus alumnos). Es el deseo de quien
estas líneas escribe que estos niños preserven la frescura y natural emotividad
de su trabajo actoral.
Así como se mencionan los aciertos de este
montaje, es necesario mencionar también aquello que debería mejorar. En principio,
me refiero al trabajo de los actores mayores. Hay que decirlo, llama la
atención que, con 29 años de trayectoria, el equipo actoral y de dirección de
Perú Teatro deje pasar yerros tan evidentes como la enorme cantidad de pausas
innecesarias durante la ejecución de la obra. Pausas ocasionadas por la
“actuación” de la reacción antes del siguiente parlamento. “Actuar” la reacción
(o el estado de ánimo) para luego decir el texto resta realidad al trabajo
actoral, distrae al espectador y vuelve tedioso el seguimiento de la historia.
Como también resta realidad el añadir detalles irrelevantes: proyectar la
sombra del Carmelo sobre la tela que cubre su jaula para que el público “vea”
al ave (cuando la convención durante el resto de la obra es que el público
imagine a cuanto gallo se menciona), “mimar” el entierro del Carmelo (pala
imaginaria y excavación del fosa incluida), o usar una (evidente) prótesis que
abulte el abdomen del actor que interpreta al padre del protagonista, solo para
aumentarle la edad, son artificios innecesarios y absolutamente prescindibles
en este montaje. Todo lo anterior es especialmente grave por lo siguiente: esta
propuesta está diseñada para que el público aporte todos los elementos que no
están en escena (como los mismos gallos o el paisaje) con su imaginación. Por
lo mismo, es mi humilde opinión, el aporte del trabajo actoral y de montaje es
precisamente la realidad en su ejecución. Está en manos del director y sus
actores aplicar también el “menos es más” a los puntos descritos líneas arriba
para contribuir de manera favorable a una necesaria dosis de realidad.
En suma, El Caballero Carmelo es un
montaje con aciertos y puntos de mejora que merece crecer mucho más, no solo
por el aporte que significa llevar a Valdelomar a las tablas locales, sino por
el inmenso cariño que el equipo de Perú Teatro, y su director y productor Josse
Fernández, junto con Olga Castro, han invertido en este proyecto. Un esfuerzo
como este es importante en nuestro medio, porque promueve que el público
familiar llene una sala como la del Teatro Auditorio Miraflores con una
historia tan nuestra como la de Valdelomar y su eterno “Caballero Carmelo”.
David Huamán
10 de febrero de 2020
Notas adicionales:
1. Si el lector nunca leyó El Caballero Carmelo de Abraham Valdelomar, le sugiero que lo haga. Puede ir a cualquier librería o,
si tiene una cuenta de Scribd, descargar una versión más o menos legible en
este enlace:
2. Marco Aurelio Denegri, gran polígrafo
autodidacto, era un experto en gallística. De su autoría es el texto “Arte y
ciencia de la gallística” (Fondo Editorial de la Universidad Inca Garcilaso de
la Vega - 1999). En el capítulo VIII, “Valdelomar y la gallística” (página 45 y
siguientes de la segunda edición), le enmienda la plana al buen Conde de Lemos,
acusando una serie de yerros e imprecisiones en “El Caballero Carmelo”. Para mi
sorpresa, encontré una copia descargable del texto del buen MAD en el siguiente
enlace (espero que la UIGV sepa del carácter público de este texto en su
repositorio):
3. ¿De dónde viene aquello de “menos es más”?
Léanlo aquí:
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