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lunes, 10 de febrero de 2020

Crítica: EL CABALLERO CARMELO


Valdelomar sobre tablas

Con motivo de su XXIX aniversario, la agrupación cultural Perú Teatro repuso El Caballero Carmelo, adaptación teatral del celebérrimo cuento del mismo nombre, escrito por el polifacético Pedro Abraham Valdelomar Pinto. Ya en el 2019, la misma agrupación puso en escena esta adaptación de su autoría, en conmemoración del centenario del fallecimiento del cuentista. Esta reposición contó con una única fecha de presentación, el miércoles 29 de enero, en las tablas del Teatro Auditorio Miraflores.

De lectura casi obligatoria en la etapa escolar de este país (solía ser así… ahora ya no estoy tan seguro) El Caballero Carmelo es el cuento más conocido de Valdelomar. Narrado en primera persona, está ambientado en la niñez del “Dandy” en Pisco, su ciudad natal, y cuenta la historia del Caballero Carmelo, un gallo de pelea de la familia del protagonista (que no es otro que el mismo Valdelomar de niño). El autor describe con abundante detalle los paisajes costeños de Pisco y la apacible vida de sus habitantes conforme va narrando su pequeña historia. Por ello, es mérito de esta adaptación teatral el haber preservado en su texto el espíritu costumbrista del cuento, valiéndose incluso de monólogos narrativos dirigidos al público. En ello tiene mérito también la construcción de diálogos y la inclusión de situaciones y personajes, que solo son mencionados o brevemente descritos en el cuento. El “menos es más”, esta suerte de axioma adoptado en nuestro ámbito teatral, ha sido aplicado con relativo éxito en la austera escenografía del montaje. El escenario en negro, equipado con algunos cubos que también guardaban utilería, y un par de galanes de noche (percheros para ropa de caballero) con algunas prendas, conformaba un espacio funcional y suficiente para que los actores, esta historia y nuestra imaginación se encontraran. Contribuye de manera favorable el trabajo de luces y sonido, ejecutado de manera eficiente.

Quizás lo más relevante de esta puesta en escena es la inclusión de cuatro (muy) jóvenes actores. Me refiero a los niños Manuel Sáenz, Jeremy Ortiz, Ruth Vivanco y Kiara Moncada Recavarren. Ellos son egresados del Taller de Formación Actoral de Perú Teatro y han tenido su primera experiencia profesional en tablas con esta obra. Es notable la seriedad y el compromiso con la que estos niños han enfrentado este reto profesional, y se felicita a Perú Teatro por sumarlos muy favorablemente a esta puesta (ojalá más escuelas de actuación apostaran así por sus alumnos). Es el deseo de quien estas líneas escribe que estos niños preserven la frescura y natural emotividad de su trabajo actoral.

Así como se mencionan los aciertos de este montaje, es necesario mencionar también aquello que debería mejorar. En principio, me refiero al trabajo de los actores mayores. Hay que decirlo, llama la atención que, con 29 años de trayectoria, el equipo actoral y de dirección de Perú Teatro deje pasar yerros tan evidentes como la enorme cantidad de pausas innecesarias durante la ejecución de la obra. Pausas ocasionadas por la “actuación” de la reacción antes del siguiente parlamento. “Actuar” la reacción (o el estado de ánimo) para luego decir el texto resta realidad al trabajo actoral, distrae al espectador y vuelve tedioso el seguimiento de la historia. Como también resta realidad el añadir detalles irrelevantes: proyectar la sombra del Carmelo sobre la tela que cubre su jaula para que el público “vea” al ave (cuando la convención durante el resto de la obra es que el público imagine a cuanto gallo se menciona), “mimar” el entierro del Carmelo (pala imaginaria y excavación del fosa incluida), o usar una (evidente) prótesis que abulte el abdomen del actor que interpreta al padre del protagonista, solo para aumentarle la edad, son artificios innecesarios y absolutamente prescindibles en este montaje. Todo lo anterior es especialmente grave por lo siguiente: esta propuesta está diseñada para que el público aporte todos los elementos que no están en escena (como los mismos gallos o el paisaje) con su imaginación. Por lo mismo, es mi humilde opinión, el aporte del trabajo actoral y de montaje es precisamente la realidad en su ejecución. Está en manos del director y sus actores aplicar también el “menos es más” a los puntos descritos líneas arriba para contribuir de manera favorable a una necesaria dosis de realidad.

En suma, El Caballero Carmelo es un montaje con aciertos y puntos de mejora que merece crecer mucho más, no solo por el aporte que significa llevar a Valdelomar a las tablas locales, sino por el inmenso cariño que el equipo de Perú Teatro, y su director y productor Josse Fernández, junto con Olga Castro, han invertido en este proyecto. Un esfuerzo como este es importante en nuestro medio, porque promueve que el público familiar llene una sala como la del Teatro Auditorio Miraflores con una historia tan nuestra como la de Valdelomar y su eterno “Caballero Carmelo”.

David Huamán
10 de febrero de 2020

Notas adicionales:
1. Si el lector nunca leyó El Caballero Carmelo de Abraham Valdelomar, le sugiero que lo haga. Puede ir a cualquier librería o, si tiene una cuenta de Scribd, descargar una versión más o menos legible en este enlace:

2. Marco Aurelio Denegri, gran polígrafo autodidacto, era un experto en gallística. De su autoría es el texto “Arte y ciencia de la gallística” (Fondo Editorial de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega - 1999). En el capítulo VIII, “Valdelomar y la gallística” (página 45 y siguientes de la segunda edición), le enmienda la plana al buen Conde de Lemos, acusando una serie de yerros e imprecisiones en “El Caballero Carmelo”. Para mi sorpresa, encontré una copia descargable del texto del buen MAD en el siguiente enlace (espero que la UIGV sepa del carácter público de este texto en su repositorio):
  
3. ¿De dónde viene aquello de “menos es más”? Léanlo aquí:

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