Magistral drama familiar
Desde la lejana Croacia nos llegó el mes pasado una de sus
obras más representativas y distinguidas: Mi hijo solo camina un poco más lento
del joven autor Ivor Martinić se estrenó con bastante expectativa en el Centro
Cultural Ricardo Palma e inmediatamente generó una respuesta bastante favorable
de público y crítica, tal como ocurrió durante sus diferentes temporadas en
prácticamente todos los países en la que se estrenó. Acaso una comedia
dramática con más lágrimas que risas, la cual involucra a una disfuncional
familia que gira en torno a una abnegada madre y a su hijo discapacitado, esta
pieza puede ufanarse de tener algunos de los diálogos más lúcidos y sentidos,
interpretados en esta ocasión de una manera no menos que magistral y dirigidos
por la sorprendente mano firme del debutante en estas lides, el joven actor y
productor Fito Valles.
Ya desde la entrada al auditorio, con los actores saludando
y recibiendo al púbico como si se tratara de su propia casa, se va generando el
clima hogareño necesario para que el espectador se interese (y finamente se
compadezca) de este muchacho en silla de ruedas llamado Branko (Martín
Velásquez), quien solo desea seguir con su vida de manera cotidiana, mientras debe
lidiar con el resto de su familia y amigos, todos ellos incapaces de comportarse
de manera adecuada, no solo con el joven sino entre ellos mismos, básicamente por sus propios prejuicios y egoísmos. Si bien el disparador del drama es
la enfermedad (nunca nombrada) de Branko, la principal fortaleza de la puesta
en escena radica en la excelente y precisa composición de cada uno de los
personajes, especialmente la de las damas: Andrea Fernández (la madre), Attilia
Boschetti (la abuela) y Ebelin Ortiz (la tía) están excelentes, pero sorprenden
las jóvenes Andrea Alvarado (la hermana) y Mónica Ross (su amiga), quienes
resultan entrañables y conmovedoras. Por su parte, los caballeros Carlos
Victoria (el abuelo), Sandro Calderón (el tío), José Miguel Arbulú (el padre) y
Renato Medina-Vasallo (el amigo) no desentonan y complementan el notable
trabajo interpretativo.
La decisión de Valles de reducir al mínimo los recursos
escenográficos, de recitar los actores en voz alta las acotaciones y el mantener
siempre visible a todo el elenco sentado alrededor del escenario aun cuando no le
toca intervenir, funciona para generar una mayor complicidad entre el público con
la historia y generar así contundentes picos dramáticos. Curiosas, eso sí, las reacciones de algunos
de los actores que no participan en las escenas, ya sea riendo o conmoviéndose
por ellas, cuando las deben haber visto varias veces. Las luces de sala que se encienden en momentos puntuales del drama
parecieran interrogar al público si acaso la dura realidad que viven Branko y
su familia no merecería, por lo menos, una oportuna reflexión. Mi hijo solo
camina un poco más lento, a cargo de Neópolis Producciones, es una necesaria
puesta en escena que pide a gritos tolerancia, dignidad y respeto para las
personas con alguna discapacidad y que explora con éxito las relaciones humanas, tan complejas como la
vida misma.
Sergio Velarde
31 de diciembre de 2019
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