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domingo, 20 de octubre de 2019

Crítica: LA CELESTINA


Nuevo clásico revisitado

Este año ha sido, sin duda, el del redescubrimiento de los clásicos. Pero también la confirmación de su total actualidad, trascendencia y pertinencia en nuestros días. Y es que son obras que alcanzaron un innegable valor artístico y una gran repercusión en su momento, convirtiéndose por mérito propio en una parte importante de nuestra cultura. Así se pasearon por nuestras salas limeñas Fuenteovejuna de Lope de Vega, La vida es sueño de Calderón de la Barca, Yerma de Federico García Lorca; así como versiones libres de Electra de Sofocles y Hamlet de William Shakespeare, este último también autor de Romeo y Julieta, fuente de inspiración para experimentos con personajes en solitario como Mercuccio. Pues bien, se encuentra en temporada en el Teatro de la Universidad del Pacífico, en coproducción con el Centro Cultural de España en Lima, la clásica La Celestina, única pieza conocida escrita por el autor español Fernando de Rojas en 1499, con la dirección de Alberto Ísola y que se suma a esta gratificante revalorización de los dramaturgos universales.

El último estreno de La Celestina ocurrió en el 2003, bajo la dirección de Ruth Escudero. Acaso esta nueva versión llega tan tarde por la conocida fama de irrepresentabilidad del texto, con cerca de cinco horas si es que se quiere respetar el material original. Eso sin contar los múltiples misterios alrededor de su creación y autoría. Pero Ísola, quien ya se encargara de nuestra versión costumbrista del personaje de De Rojas, la popular Ña Catita (2008), se limita a regalarnos una propia versión con ocho personajes en una hora y cincuenta minutos de buen teatro. El noble Calisto (Patricio Villavicencio) queda prendado de la joven Melibea (Andrea Luna), pero ante el rechazo de esta decide contratar los servicios de la vieja, bruja y puta Celestina (Montserrat Brugué), quien por medio de artimañas y hechizos logrará su cometido, para desencadenar la tragedia posterior. Más allá de la coartada romántica, se aprecia la lucha de esta mujer por sobrevivir en un mundo hostil, cueste lo que cueste.

Como no podía ser de otra manera, Ísola resuelve la complejidad espacial que plantea De Rojas (que incluye calles, plazas, iglesias, las casas de Melibea, Calisto y Celestina, con personajes que trepan muros y caen de escaleras) con un muy efectivo e ingenioso diseño escenográfico de varios niveles, que le permite a los actores realizar con fluidez sus acciones. La propuesta de vestuario de la década de los cuarenta es también vistosa y pertinente. La actuación de la pareja protagónica es más que correcta y Brugué compone una interesante Celestina, con fuerza y convicción. Si los amantes, desde el punto de vista literario, fueron perdiendo popularidad desde la génesis misma de la obra, para rebautizarse esta de Tragicomedia de Calisto y Melibea a La Celestina, en el presente montaje de Ísola son los criados los que adquieren mayor protagonismo, gracias al carisma y frescura de Mayra Najar (Lucrecia), Laly Guimarey (Elicia), Lilian Schiappa-Pietra (Areúsa), Óscar Meza (Pármeno) y Roberto Ruiz (Sempronio) en escena. El sugestivo final de Ísola, que propone un círculo de manipulación, de tomar la posta y que la misma historia se repetirá una y otra vez, cierra inteligentemente su propia versión. “Nadie es tan joven que no se pueda morir mañana, ni tan viejo que no pueda vivir un día más.” La Celestina de Fernando de Rojas es un clásico inmortal y el presente montaje de Ísola lo confirma fehacientemente.

Sergio Velarde
20 de octubre de 2019

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