Nuevo clásico revisitado
Este año ha sido, sin duda, el del redescubrimiento de los
clásicos. Pero también la confirmación de su total actualidad, trascendencia y
pertinencia en nuestros días. Y es que son obras que alcanzaron un innegable
valor artístico y una gran repercusión en su momento, convirtiéndose por
mérito propio en una parte importante de nuestra cultura. Así se pasearon
por nuestras salas limeñas Fuenteovejuna de Lope de Vega, La vida es sueño de
Calderón de la Barca, Yerma de Federico García Lorca; así como versiones libres
de Electra de Sofocles y Hamlet de William Shakespeare, este último también autor
de Romeo y Julieta, fuente de inspiración para experimentos con personajes en
solitario como Mercuccio. Pues bien, se encuentra en temporada en el Teatro de
la Universidad del Pacífico, en coproducción con el Centro Cultural de España
en Lima, la clásica La Celestina, única pieza conocida escrita por el autor
español Fernando de Rojas en 1499, con la dirección de Alberto Ísola y que se suma
a esta gratificante revalorización de los dramaturgos universales.
El último estreno de La Celestina ocurrió en el 2003, bajo
la dirección de Ruth Escudero. Acaso esta nueva versión llega tan tarde por la
conocida fama de irrepresentabilidad del texto, con cerca de cinco horas si es que
se quiere respetar el material original. Eso sin contar los múltiples misterios
alrededor de su creación y autoría. Pero Ísola, quien ya se encargara de nuestra
versión costumbrista del personaje de De Rojas, la popular Ña Catita (2008), se
limita a regalarnos una propia versión con ocho personajes en una hora y
cincuenta minutos de buen teatro. El noble Calisto (Patricio Villavicencio)
queda prendado de la joven Melibea (Andrea Luna), pero ante el rechazo de esta
decide contratar los servicios de la vieja, bruja y puta Celestina (Montserrat
Brugué), quien por medio de artimañas y hechizos logrará su cometido, para
desencadenar la tragedia posterior. Más allá de la coartada romántica, se
aprecia la lucha de esta mujer por sobrevivir en un mundo hostil, cueste lo que
cueste.
Como no podía ser de otra manera, Ísola resuelve la
complejidad espacial que plantea De Rojas (que incluye calles, plazas,
iglesias, las casas de Melibea, Calisto y Celestina, con personajes que trepan
muros y caen de escaleras) con un muy efectivo e ingenioso diseño escenográfico
de varios niveles, que le permite a los actores realizar con fluidez sus
acciones. La propuesta de vestuario de la década de los cuarenta es también
vistosa y pertinente. La actuación de la pareja protagónica es más que correcta
y Brugué compone una interesante Celestina, con fuerza y convicción. Si los
amantes, desde el punto de vista literario, fueron perdiendo popularidad desde la
génesis misma de la obra, para rebautizarse esta de Tragicomedia de Calisto y
Melibea a La Celestina, en el presente montaje de Ísola son los criados los que
adquieren mayor protagonismo, gracias al carisma y frescura de Mayra Najar
(Lucrecia), Laly Guimarey (Elicia), Lilian Schiappa-Pietra (Areúsa), Óscar Meza
(Pármeno) y Roberto Ruiz (Sempronio) en escena. El sugestivo final de Ísola,
que propone un círculo de manipulación, de tomar la posta y que la misma
historia se repetirá una y otra vez, cierra inteligentemente su propia versión.
“Nadie es tan joven que no se pueda morir mañana, ni tan viejo que no pueda
vivir un día más.” La Celestina de Fernando de Rojas es un clásico inmortal y el
presente montaje de Ísola lo confirma fehacientemente.
Sergio Velarde
20 de octubre de 2019
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