Dos hermanas, un inquilino
Estrenada en 1960, Señoritas a disgusto fue la primera obra
teatral escrita por el destacado dramaturgo, director y pedagogo mexicano Antonio
González Caballero. Una sencilla comedia, con tintes muy nacionalistas, en la
que la tradicional represión y el cuidado por las apariencias en un pueblo
alejado de la capital causan estragos en dos recatadas hermanas ya entradas en
años, quienes se ven obligadas a alquilar una habitación de su casa y entran en
crisis al aparecer después un galán otoñal que desea rentarla. Estrenada en la
Sala Joven de la Alianza Francesa en 1994, con la actuación de Haydeé Cáceres y
la dirección de Rafael Blossiers, la pieza tuvo un reestreno en 2007 y
actualmente se presenta en temporada en el Teatro Auditorio Miraflores. A veinticinco
años de su estreno y a casi sesenta de haberse escrito en primer lugar, el
texto de González Caballero corría el riesgo de dejar de ser actual y simpático,
para volverse anacrónico y muy ingenuo. A pesar de contar con la misma actriz y
director, la Señoritas a disgusto del 2019 sí que ha perdido la fuerza y la
magia de antaño; sin embargo, algunos aciertos puntuales sostienen su duración.
Acaso el gran problema con esta nueva reposición a cargo de
Blossiers sea el de sus valores de producción. Una comedia románticamente
agradable y conscientemente anticuada necesitaba de un empaque sólido y creativo
para hacerla pertinente y actual. Sin embargo, simples detalles como la
gigantografía en la recepción (que palidece frente a las de las otras
temporadas en el mismo teatro), las fotos promocionales y hasta el programa de
mano (con un par de gazapos, incluida una imperdonable confusión en el reparto
de personajes) pudieron ser presentados artísticamente de mejor manera. La estética
del montaje también pudo estar mucho mejor: la pantalla blanca de fondo no está
justificada, salvo para un par de proyecciones de video, pobremente realizadas
(esas locaciones no parecen ni por asomo un pueblo de provincia) e inevitablemente
innecesarias. Ese espejo sostenido por hilos de pescar resulta también muy
prescindible. Los zapatos brillantes de taco que usa al inicio una de las
actrices no corresponden con la personalidad que ella misma se encarga de
anunciar. Una consistente adaptación, de la realidad mexicana de los años
sesenta a la nuestra de hoy en día, no debe permitir que los actores digan “soles”
y “pesos” en el mismo contexto.
Por el lado positivo, destaca nítidamente nuestra primera
actriz Cáceres; ella conoce su personaje de sobra, interpretándolo con su
energía característica y ese controlado “desborde” que una comedia de este tipo
le permite. A su lado, Silvia Bardalez (la hermana) y Marcelo Oxenford (el
inquilino) acompañan con mucha corrección, mientras que Anita Esquivel como la simpática
criada y Antonio Aguinaga, en una esforzada caracterización como
uno de los pretendientes de Cáceres ya entrado en años, consiguen muy buenos
momentos. Es así que Blossiers logra rescatar la esencia de Señoritas a
disgusto, un divertido y añejo texto de González Caballero, que bien podría
levantar vuelo con una mayor creatividad artística en su puesta en escena.
Sergio Velarde
21 de septiembre de 2019
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