Una mirada
El arte cura, cobija, nos renueve, aviva el
recuerdo de cada célula en nuestro cuerpo con memorias más allá de nosotros; memorias
de una comunidad, hechos que se vienen repitiendo una y otra vez en diferentes
tipos de ciclos; algunos llenos de vida y otros, de sangre que en muchas
ocasiones los dejamos pasar o
simplemente cerramos los ojos, creyendo que así no nos afecta, pero el
circulo sigue y nos golpea una y otra vez. Por eso, es que trabajos como “Yuri, Vasos y cuchillos” son importantes.
El teatro no es un mero instrumento de usar
y dejar, es más bien, un maravilloso camino donde en diferentes hitos vamos
mejorando, creciendo, curándonos, intentando ser mejores personas, sucediendo al andar el camino a consecuencia
de la disciplina y el amor al oficio; es por ello que cuando un trabajo está
bien hecho, este nos da una flor donde en cada pétalo se puede ver el esfuerzo,
la investigación y pasión, y de este modo, nos transmite sentidos y
sentimientos que nos hacen reflexionar, cuestionar sin que este sea un acto de
moraleja o visión moral.
Yuri, Vasos y cuchillos
Los vasos son símbolos de contención,
dentro de nuestro cotidiano, de líquidos y fluidos que tomamos, echamos y
escondemos como los pequeños frascos que Yuri llena de sangre y secretos que
encierra, con la ilusión de que desaparezca o que nunca hayan pasado. Los
cuchillos que están afilados a punto de cortar ante la mínima provocación, no
solo a otro, sino que también están dispuestos a cortarnos para dejar escapar
la sangre mala, como los primeros doctores haciéndonos una sangría, esos mismo cuchillos,
cuidan, protegen, amenazan para que nadie se acerque sin ser invitado.
Los momentos de trasgresión en la obra nos
hacen vivir la incomodidad de un bus lleno en hora punta en Lima o cuando el
personaje pasa la cerveza de manera impositiva diciéndonos con la mirada “vas a
tomar o no”; en otro momento, nos tira la pelota en búsqueda de una posible mejor
amiga, nos revela la incomodidad de la capital, la violencia permanente de las
calles, los seres maleducados y tiernos que solemos ser, un Perú que se revela en cada acción que pinta, situaciones comunes que nos roban sonrisas y
(a)tensiones, reafirmando nuestras empatías y antipatías con los personajes.
La inocencia de Yuri puede contar las
violencias más intensas y fuertes, con una naturalidad que estremece las fibras
más sutiles; si bien la dualidad está presente en ella, pues la fuerza, la
lisura, el cuchillo, las chelas, la habitan, también está en ella no dejar de
ser una niña que mira el mundo con ojos grandes llenos de esperanza, que cuando
se le pregunta: “Yuri ¿cuál sería tu sueño?”, ella responde: “Yo no tengo. Yo
solo quiero ser y poder reír para siempre”. Esto la vuelve un personaje
completo lleno de matices.
Claudia Mori, actriz, directora, gestora cultural
y fundadora de Mamacha Mori, es quien lleva a escena este unipersonal que a través de los años, sigue creciendo y
madurando Y a pesar que pasa el tiempo,
no pierde vigencia, pues la violencia en nuestro país sigue en incremento y
casos como los de violencia infantil (física, psicología y sexual), siguen
siendo el pan de cada día en todos los
rincones de esta tierra.
Claudia supera la dificultad que representa
ser quien escribe, dirige y actúa esta obra, quizá por la necesidad de exponer
esta historia siendo una tarea difícil, pues no es solo representar (desde la
técnica), sino también es encontrar un nivel de identificación con los
personajes que nos dan una vista de Lima (periférica), que toma cerveza de
pico, que tira el concho al suelo, que escucha música chica para recordar y
olvidar, siendo también una constante preguntarse: ¿Quién soy? Una constante
transformación. Av. Perú. ¿Quién es? Es un país, es un lugar, es un sitio, es
un mito… el Perú se olvidó mí.
Miguel Gutti Brugman
Cusco, 11 de setiembre de 2019
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