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lunes, 29 de julio de 2019

Crítica: NO EXISTE SUEÑO QUE NO CHOQUE CON LA VIDA


“En un lugar de la Mancha, cuyo nombre no quiero nombrar, la tragedia se sigue repitiendo”

El elenco de teatro de la Casa de la Literatura Peruana “El Quipu Enredado”, dirigido por el director y dramaturgo Roberto Sánchez Piérola, ha presentado una adaptación basada en cuatro obras del dramaturgo peruano Juan Ríos. “No existe sueño que no choque con la vida” es el nombre del primer montaje del elenco, el cual se mantuvo en temporada todos los viernes desde 26 de abril al 19 de julio. La puesta tuvo lugar en el auditorio de la Casa de la Literatura Peruana. La propuesta estuvo dirigida a escolares, a partir de los últimos grados de primaria y toda secundaria.  El montaje contó con las actuaciones de Maritza Castañeda, Rosario Feijóo, Hilda Macchiavello y Hernán Martell.

El montaje se caracterizó por ser lúdico y no convencional, dándole mayor importancia a la sensorialidad y al juego imaginativo propio del teatro; son dos características que predominan a lo largo del montaje. En medio del juego, se han resaltado temáticas de los  textos que continúan siendo vigentes: el poder, los sueños, la identidad, la corrupción, la idealización, el racismo y el amor, entre los más destacados. Juan Ríos (1914-1991), autor de las obras originales, se había propuesto crear la tragedia peruana tomando temáticas universales y reinventando mitos conocidos para tocar la realidad de un país, desde sus textos poéticos cargados de denuncias políticas y sociales; lo sorprendente es cómo hasta el día de hoy, el Perú repite la misma tragedia.

La adaptación de estos cuatro textos nos muestra un corto recorrido por nuestros escenarios peruanos (Costa, Sierra y Selva; que son parte de la estética del dramaturgo). El montaje mantiene de manera sensible la poética y el reclamo presente en los textos de Ríos; por lo cual, su estética juega mucho con lo sensorial. El actor y el espectador, ante esta estética menos representacional, reconstruye el mito desde su realidad actualizando inmediatamente los temas expuestos. Una obra donde no existen trucos teatrales, en cuya propuesta el actor se presenta a los espectadores narrando la estructura de lo que verá a continuación. Propuesta en la que el principal rol del actor es conducir a los asistentes a ser parte de la creación del espectáculo, dándole una mayor importancia a la función del espectador durante la escena teatral. Esta característica lúdica y sin artificios resulta una convención que está presente también en los últimos trabajos de este director.

La propuesta es un verdadero ritual del juego e imaginación, el público está dispuesto  en “U” alrededor de todo el espacio escénico, el cual, con elementos simples como una pizarra, sillas, plumones, hojas en blanco, sogas y pequeños implementos que el actor se colocaba, logra introducir al espectador a la dinámica del montaje, haciendo aparecer y desaparecer el relato.

La obra inicia con un fragmento de “Ayar Manko”, desde una propuesta coral, donde la danza abre el espacio ficcional y lo ritualiza, contextualizándonos en Perú y en este primer momento en la Sierra. El tema principal de Ayar Manko es el poder y la traición.

El segundo texto, “El Quijote”, es uno de los momentos más lúdicos del montaje, donde se aprovecha la idealización del Quijote para invitar al espectador de manera directa a construir a Dulcinea; con elementos sencillos como hojas en blanco y plumones. El espectador es parte de la construcción del imaginario, en el cual se les invita a dibujar las características de aquella idealización de la “amada”. Este pequeño juego de construcción de ideales lleva por debajo una temática menos dulce, al colocarnos en la posición del Quijote quien “loco e idealista” nos  muestra cómo nos enamoramos de nuestros ideales luchando contra nuestra realidad, hecho que termina haciéndonos ver como soñadores. Esto se puede observar a través de una hermosa imagen (lograda en el montaje) donde una de las actrices es cubierta completamente con todos los dibujos realizados anteriormente por el público, dejándonos ver lo ridículo que se nos puede ver al intentar materializar nuestros ideales y que estos encajen en esta realidad. ¿Y será que todos los peruanos somos soñadores o todos los seres humanos necesitamos creer en esos ideales día a día? ¿Cuántas veces hemos sido nosotros los Quijotes de nuestras vidas? ¿Cuánto choca tu sueño con esta realidad? Son algunos de los cuestionamientos que surgen, tras la propuesta de relatos inconclusos que se nos presentan.

Podría decirse que uno de los logros más importante de este montaje es “el convivio”, el ritual creativo e interacción de parte de los actores con los espectadores y estos últimos entre ellos, generando un espacio para la comunicación con el otro. La continua interacción con el espectador es uno de los focos más trabajados en la propuesta. Si bien la imaginación del espectador es una característica de toda pieza teatral, en esta particular adaptación se introdujo al público gradualmente al juego creativo. En primer lugar de manera sensitiva, sin invadir el espacio personal van siendo conducidos e invitados a completar la ficción: primero, de manera indirecta en su imaginación y posteriormente, desde las palabras y dibujos, etc.

La tercera parte del montaje es “La selva”, el texto es una actualización del mito de Medea. En esta resalta la presencia e influencia de los españoles y el mestizaje que se da a partir de este “amor y tragedia” del choque entre dos culturas. Desde la metáfora del amor se nos narra las luchas por el poder y posesión de este encuentro, a través de las figuras de Medea y Jason. En un segundo momento, el público es incluido al pedirles escribir la procedencia de sus familias; a partir de este sencillo ejercicio identitario, estos se reconocen como mestizos y al mismo tiempo, como hijos de esta tragedia, en donde explícitamente se menciona a los hijos de Medea y Jason como mestizos. La temática central de esta tercera parte es “la identidad” y como en los anteriores momentos, concluye con un final abierto, sin llegar  a contar el desenlace fatal de la tragedia de “Medea”, final que para muchos es conocido. En el mito original, “Medea” mata a sus propios hijos en venganza de la traición de Jason. Al no contarse toda la historia, nos acerca a algunas interrogantes, como ¿qué tragedia nos espera a nosotros, en la posición de hijos, dentro de la metáfora del montaje?, ¿estamos viviendo ya el desenlace de esta tragedia?, ¿seremos victimas de nuestra madre patria?

El último momento es “Los desesperados”, en donde el texto de Ríos abandona el mito para expresar su rebeldía ante la condición social y existencial de los seres humanos. En el montaje se reflexiona sobre la guerra de intereses, la corrupción, el poder y la revolución. Una de las imágenes más bellas de este momento es cuando una de las actrices, quién se presenta como reguladora de un orden, entrega máscaras neutras; mientras tanto, los actores realizan un circuito ordenado pidiendo: “¡La revolución!”, en donde la figura de poder contesta: “Por aquí, por favor”, tras entregarle la máscara, la cual se colocan y siguen el circuito una y otra vez. Este va in crescendo hasta que cada uno decide hacerse cargo de su revolución y unirse para lograrla, alterando el orden y rompiendo con la “normalidad” que les impone el sistema. Esta es una de muchas imágenes que se presentan en la obra. Algunas de las preguntas que moviliza esta última escena son ¿puede una persona sola hacer la revolución sin quedar atrapado en el ritmo del sistema?, ¿desde dónde inicia la revolución?, entre otras.

Como hemos podido revisar hasta el momento, gran parte de la propuesta se caracteriza por ser lúdica, sensorial, compuesta de muchas imágenes, fragmentada y con finales abiertos; dejando en el espectador muchos cuestionamientos. Sobre las actuaciones, debo decir que mantuvieron un buen manejo del ritmo en todo momento, los cambios entre escenas fluyeron de manera dinámica y el manejo de los elementos se dio limpio.  De la dirección debo destacar la decisión de apostar por la creatividad e imaginación de los jóvenes estudiantes (público objetivo de este proyecto) y la astuta dramaturgia de la adaptación de cuatro obras en una estructura sólida y coherente, a pesar de tratarse de diferentes relatos. Por otro lado, resalto el no subestimar la capacidad de los niños y adolescentes para recibir una estética diferente a la que se acostumbra en el teatro para escolares. La apuesta y riesgo que maneja la propuesta al interactuar con jóvenes, conectando principalmente desde una narración sensorial antes que mostrar una mímesis literal, hace del montaje una gran experiencia para cualquier espectador. Este es un teatro que invita al escolar a pensar, imaginar y cuestionarse sobre nuestra realidad.

El asistir a este montaje ha sido una grata experiencia, ya que pude ser testigo de la recepción y percepción de nuestros jóvenes ciudadanos. Hoy en día, dentro del teatro, se ven propuestas que muchas veces no responden a nuestra realidad y cuya estética no termina de tocar al espectador, quien cumple, por lo general, una función más pasiva en los espectáculos. Por último, como bien mencionó el director al finalizar la obra, durante el conversatorio, Juan Ríos es un autor peruano al que no se le ha dado el valor que merece, no solo por obtener en cinco ocasiones el Premio Nacional de Teatro, sino porque hasta el día de hoy sus obras nos siguen hablando sobre las grandes tragedias de nuestro país. Les invito a estar atentos a las novedosas propuestas que seguro traerá el elenco de teatro de la Casa de la Literatura “El Quipu Enredado” en sus próximos montajes.

Finalmente solo me queda felicitar la decisión que tuvo la Casa de la Literatura de apostar por un propio elenco teatral; puesto que es una opción inteligente de promover la lectura en los pequeños, jóvenes y adultos, mediante la representación de textos de autores peruanos poco valorados hasta el momento.

Kiara Castro
29 de julio de 2019

1 comentario:

  1. Muchas gracias por tu critica y aportes a la obra presentada. Queda demostrado que con gran imaginación, creatividad y disposición para comunicar se rompe con la pasividad del espectador haciendo de él, niño y jóvenes, seres pensantes y críticos.

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