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martes, 23 de julio de 2019

Crítica: DESPERTAR DE PRIMAVERA


Clásico siempre en vigencia

Siempre es bienvenida en nuestra cartelera teatral limeña, la pieza Despertar de primavera (1891) del autor alemán Frank Wedekind. Especialmente en estas épocas, en donde se lucen más que nunca el conservadurismo y el tradicionalismo en el peor sentido de sus acepciones. La ya clásica historia de este grupo de adolescentes que descubre y experimenta su sexualidad de la peor manera posible terminando el siglo XIX, bajo una estricta y terrible represión en aras de los valores morales por parte de los padres y profesores, siempre será necesaria de ver, pues es innegable el poder transformador que tiene el teatro. Previamente, se había estrenado ya una adaptación en época contemporánea llamada La edad del exilio (2017). La más reciente puesta en escena, dirigida por el joven artista Fernando Barrs en el espacio de Campo Abierto en Miraflores, si bien es cierto adoleció de algunas irregularidades en su ejecución, sí se convirtió en una valerosa apuesta por mostrar el trágico destino que se le avecina a la juventud, si padres y maestros no se alinean a la razón y al sentido común en cuanto a su necesaria educación.   

El patio posterior de Campo Abierto es un espacio que se puede utilizar de manera muy provechosa, siempre y cuando se tome en cuenta la comodidad y el punto de vista de los espectadores. La pequeña elevación que tiene en uno de sus costados puede acaso servir como escenario, pero si se presentan secuencias con los actores sentados o peor aún, a ras del suelo, el público de la tercera fila para atrás no podrá gozar la puesta como sí el de las primeras, que tendrá una total visibilidad. Ubicar tarimas elevadas y amplias en el escenario o probar con un montaje al estilo circular colocando las sillas en las posiciones requeridas podrían ser buenas opciones. Otro aspecto a mejorar sería el de la estética: debido a que Despertar de primavera ocurre en demasiados lugares concretos, como las casas de los chicos, el campo, el colegio, el cementerio, entre otros, y el patio posterior de Campo Abierto no es uno adaptado para representar obras teatrales, sería conveniente cubrir las paredes con telas negras o mantener estas a oscuras (si se opta por teatro circular); y utilizar convenientemente el juego de luces para delimitar los espacios que requiera la obra. Intentar colocar figuras en las paredes al lado de señalizaciones de Defensa Civil y los cuadros del mismo local no es conveniente.

Las actuaciones constituyeron la principal fortaleza de la puesta y a pesar de ciertos excesos (algunos gritos pudieron haberse cambiado por miradas o gestos), estas lucieron preparadas y esforzadas en sus intenciones. Sin embargo, la obra requería de actores que sean o, al menos, luzcan como adolescentes de 14 años. Costó trabajo entrar en esta convención durante la puesta, ya que el elenco en pleno es algo mayor para pasar por adolescentes y demasiado jóvenes, para los papeles de padres y maestros, así tengan sombreros, cofias, lentes o bastones. Esta convención bien pudo anunciarse al público creativamente, incluso desde el comienzo. De otro lado, la irrupción de elementos netamente alegóricos dentro del estilo realista que se planteó desde las primeras escenas fue muy brusca: las figuras encapuchadas ante el intento de suicidio y aquel ambiguo ser de negro en la recta final aparecieron muy tarde, pudiendo haberse atisbado incluso desde el inicio del montaje. A pesar de estos aspectos perfectibles, Barrs se las arregló para insuflarle pasión y garra a sus actores, quienes lo dejaron todo en el escenario y permitieron que el objetivo principal, tanto de Wedekind como del mismo colectivo, se logre: transmitir al público la sinrazón de estas ideologías que buscan la represión y la censura en seres humanos en plena formación, con terribles consecuencias. Despertar de primavera demuestra una vez más su total vigencia.

Sergio Velarde
23 de julio de 2019

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