Dos décadas después
El Gran Teatro Nacional apuesta por una de
las obras más importantes del teatro peruano y repertorio del grupo Yuyachkani, Santiago, presentándola en el Día Mundial del Teatro.
Casi veinte años después de su estreno,
este montaje inicia en la penumbra dentro de una iglesia de los andes; este
espacio religioso monstruosamente es apoderado por una atmósfera donde el
viento es cómplice del silencio para recrear escénicamente la salida en
procesión al Santiago.
El montaje inicia con dos incomodidades: es
dicho en quechua y lo otro es que lo dicho es a volumen muy bajo, no escuchas,
“no entiendes”, sabiendo que el cuerpo/gestus habla antes que la palabra; con
cierto tino, uno puede “entender” lo que ocurre.
Las acciones de arreglar el amplio
escenario del teatro que ahora funge de iglesia son repetitivas: arreglar/mover/limpiar/trasladar
las bancas por los recónditos de la iglesia están presentes desde el inicio
hasta casi el final de la propuesta; y la otra es el de vestir a los santos en
tiempo casi literal, no contribuyen al ritmo de la creación colectiva.
Roberta Carreri, en Huellas en la nieve, nos
plantea la importancia de adaptar nuestro entrenamiento con el paso de los años
y, por ende, transformar y reactualizar mis acciones en escena y mi
espectáculo.
El tiempo es implacable para todos, en el
2000 había otra energía en el trabajo, si pretendemos hacer lo que hace 20 años
comunicábamos con el cuerpo, en el 2019 debemos adaptarnos a los cambios; nada
funciona como hace 20 años, ¿por qué debemos repetir lo mismo de hace 20 años?
Amiel Cayo, con gran destreza escénica, no se
deja dominar por el amplio espacio del teatro: su integridad como ser actoral
lo inunda todo, es el que dinamiza el espacio para salir de la energía monótona
que están los otros dos actantes, se sube al lomo del otro Santiago, que es el
teatro, para domarlo y deleitarnos con su ya conocido trabajo.
Imágenes visuales que funcionaban
maravillosamente en la casa de los Yuyas, pero en este nuevo espacio algo no
encajaba. Muestra de ello eran las enormes pinturas colgadas cerca a la
parrilla de luces, que hacían aún mucho más infinitas las alturas. También la
entrada del caballo y algunas acciones no eran para ese teatro. Faltó la
transposición plástica/iconográfica de lo que funcionaba en su casa, hacia el
monstruo llamado Gran Teatro Nacional.
Recuerdo la procesión de Santiago en la
casa de Magdalena, majestuoso, con su lluvia de pétalos de flores, la pelea de
lo natural vs lo sobrenatural, en un espacio semioscuro como son las iglesias
de los andes alumbradas por velas y cirios y el momento cumbre de la entrada de
la procesión -con la banda y su ritualidad tan característica en la estética de
los Yuyas- al Santiago (antes Santiago matamoros). Eso se hizo en esta función,
pero sin la magia y grandilocuencia escénica de antaño, el espacio les jugó en
contra.
Dra. Fer Flores
2 de abril de 2019
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