Condiciones
para entrecruzar los escenarios del Laberinto
En Laberinto
de María Teresa Zuñiga, dirigida por Diego La Hoz, una mucama hereda el
museo-domicilio de parte de su patrón. Este, un excombatiente de alguna guerra
anónima, decide dejar su vivienda al cuidado o abandono, como se le vea, de
aquella mujer que le servía el té en los “tiempos de desesperación”. Vivienda o
cerco laberíntico que contiene bajo encierro a quienes han ingresado a su
interior por haber participado, directa o indirectamente, en algún conflicto
armado.
La Hoz nos propone dividir el interior de
la vivienda en tres escenarios. En el primero, sitúa el lugar de lo heroico, de
la celebración del pasado. Este lugar se simboliza, en el montaje de EspacioLibre,
con las triunfales medallas en una enorme banderola. Quienes fueron parte de
algún conflicto bélico saben que las medallas (o banderas en algunos países) se
otorgan en especial a los familiares de los caídos en combate, por ende este
sería el lugar fantasmal; esto es, de los ausentes que son traídos a escena en
el cuerpo de los actores.
En posición opuesta se tiene el escenario
de lo presente. El cual a su vez, está dividido en dos compartimentos: el
atrincherado lugar de trabajo de un celebrado y atormentado sobreviviente de
guerra que escribe a punta de pistola sus memorias; y el de las “visitas”, que
es ocupado por la mucama y la madre del soldado. En la habitación o trinchera
de Ernesto, el sobreviviente, encontramos, como suele ser habitual atribuírselo
a un escritor, una mesa y una silla de trabajo. El compartimento que ocupan las
“visitas” es el reconocido espacio vacío brookeano
que la mayor parte de la obra será llenada por una mesa de comedor.
Si bien estos escenarios están delimitados
y la mayor parte de la obra los personajes los ocupan según el rol que se les
ha asignado, la propuesta de La Hoz es que son franqueables bajo tres
condiciones: cuando se sueña, cuando se rememora y cuando se les abandona. En
la última escena, por ejemplo, la trinchera que habitara Ernesto es el lugar de
enunciación de la mucama. Ernesto no sale de la vivienda, sino que se sitúa en
los intersticios de esta. En esta última escena, no solo se entrecruzan las
fronteras estructuralmente asignadas, sino también los privilegios de las
tecnologías de enunciación textual: Ernesto y con él, la escritura cede su
lugar a la mucama y con ella, a la oralidad.
Hay dos escenarios más, menos perceptibles
pero fundamentales en la propuesta de La Hoz. Ambos tienen que ver con los
límites de la vivienda laberinto. El primero e intrínsecamente asociado a la
vivienda está marcado por un tendedero, donde penden manteles y otros trastes,
lo cual nos habla de la fragilidad y volatilidad de este territorio que es el
lugar que finalmente ocupa, como lo dijimos, quien fuera dueño de la vivienda y
desde allí dice, al ser evocado por la mucama, encontrarse en aquel lugar en
razón del olvido de los demás. Este es el lugar de nuestros seres que se
reaniman cuando los convocamos, durante la obra era el lugar de donde ingresaba
la madre de Ernesto.
Finalmente, y por ser una obra de teatro,
quizá no solo por ello, está la cuarta pared que divide el escenario de la
representación con el de la contemplación; escenario que también es atravesado,
en esta obra, por el heroico soldado. Con estos otros dos escenarios liminales,
La Hoz nos propone dos condiciones más para cruzar los límites internos del
laberinto: la evocación y la interpelación. Salir de Laberinto es salir de escena y por ende, no tener posibilidades de
ser representado, de ser soñado, rememorado, evocado y de vez en cuando interpelado.
Salí del teatro, salí de Laberinto...
Dr.
Jorge Yangali
Universidad Nacional del Centro del Perú
Nota: Estas notas sobre Laberinto las redacté luego de verla el
viernes 8 de marzo. La obra va hasta este 17 de marzo de viernes a domingo en
el local de la Asociación de Artistas Aficionados.
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