Relatos de collera en escena
Un clásico de la literatura peruana ha sido recientemente
adaptado al teatro. Estamos hablando de Los
inocentes de Oswaldo Reynoso, libro de cuentos publicado en 1961, que llegó
a los escenarios bajo la adaptación y dirección de Sammy Zamalloa. La temporada
se estrenó en el remodelado Teatro Roma, donde Cara de Ángel, el Príncipe,
Carambola, Colorete y Rosquita cobran vida en una versión fiel a la esencia de
barrio sesentero presente en el libro.
La obra se dividía en momentos en los que cada personaje
tenía su propio protagonismo, en donde mostraba su mundo personal, con la
intervención de los otros actores. El montaje era un viaje por los pensamientos,
la idiosincrasia, los hechos importantes y, vale decir, algunos hitos de cada
uno de ellos. Podíamos ver representadas algunas ideas y características de los
personajes, gracias a que hubo un gran nivel de especificidad en su
construcción, en el manejo del texto e incluso en la corporalidad de cada
uno. Se notaban con memoria, que
reflejaban todo lo que les ha podido pasar desde muy pequeños; no necesitábamos
ver su historia completa para poder entender su forma de pensar a través del
manejo corporal y de la voz. Colectivamente era interesante verlos interactuar,
pues era como una gran familia en escena. Algo que quizás le jugó un poco en
contra durante la representación, fueron los momentos en los que los personajes
hablaban a la vez, debido a que no se entendía lo que decían. Eran evidentes
algunas lisuras sueltas, pero hubiese sido interesante poner un tipo de orden
en estas interacciones.
Estuvo bien lograda la información acerca del contexto que
los personajes estaban viviendo: años sesenta, todos parte de un barrio de
clase baja, con muchas carencias donde todos ellos crecieron apuntando a ser el
más fuerte. Todo esto gracias a la selección de vestuario y, sobre todo, a los
colores de estos. Las tonalidades opacas sumaron a la atmósfera de los
personajes, daba la sensación de ver una época lejana e incierta.
Se lograron imágenes y símbolos correspondientes a los temas
tratados en la obra. Una en especial, por ejemplo, fue la representación de la
masturbación de los cinco personajes a la vez, que aportaba a aquella crudeza
propia de los “relatos de collera” de Reynoso. Este aspecto homoerótico que el
libro refleja fue llevado a escena con códigos precisos, atinados. Estamos
hablando de una obra literaria que fue creada para ser leída. En este contexto,
fue expuesta con códigos propios de la literatura para causar un efecto crudo y
fuerte al leerse. Esa es la “esencia” del libro, la que ha tenido que ser
reproducida en teatro, bajo una selección de convenciones no solo a nivel
actoral, sino también desde la dramaturgia. En este caso, esta traducción
estuvo lograda para fines del montaje.
El manejo de las estructuras que estaban en el tercer plano
del escenario era interesante, porque los actores se trepaban en ella y así
creaban niveles visuales: mientras los actores que no intervenían protagónicamente
en escena estaban trepados, los que sí estaban siendo foco de atención, se
encontraban en el escenario. Los cambios
de escena fueron limpios, pues hubo un buen manejo de los objetos por parte de
los mismos actores; se consiguió que los cambios fueran parte del ritmo de la
obra, mas no una pausa para continuar la siguiente escena: había una calidad de
energía actoral que acompañaba a estos cambios y, por consecuencia, apoyaba el
seguimiento de la obra.
Es sugerente ver cómo estos “relatos de collera” siguen
teniendo mucho que decir a los espectadores del nuevo ciclo. Es curioso ver
cómo una adaptación de una historia pensada para la literatura puede tener
tanto material que explotar escénicamente. La masculinidad, entre otros temas,
es uno de los principales aspectos tratados en esta historia. ¿Cómo se piensa al
respecto hoy en día? Podemos decir que
esta es parte del proceso de desmitificación del concepto de masculinidad que se
nos ha estado enseñando.
Stefany Olivos
31 de enero de 2019
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