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sábado, 28 de julio de 2018

Crítica: CLOSER


El deseo que envuelve

El Teatro Auditorio Miraflores fue el escenario de Closer, obra del autor londinense Patrick Marber, esta vez en la versión y adaptación del director Rod Díaz Sánchez y bajo la producción general de RED Teatro. El elenco conformado por David Otazú (Larry), Karen Cueto (Anna), Eduardo Bazán (Dan) y Juliet Pacahuala (Alice) tuvo la responsabilidad de darle vida a estos complejos personajes, que, arrastrados por sus pasiones, se envolverán en un peligroso juego de mentiras, intrigas e infidelidades, llevándolos al extremo.

Cabe destacar que esta obra también ha sido llevada a la pantalla grande en 2004 (Llevados por el deseo, bajo la dirección de Mike Nichols), reafirmando la inevitable reconfiguración de las relaciones personales. Volviendo al montaje propuesto por Díaz Sánchez, si bien el texto original está ambientado en el Londres de los noventa, esta vez se apostó por adaptarlo a una Lima contemporánea.

Visualmente, el montaje fue bastante simple: los juegos de luces, sonido y artículos básicos servían de apoyo para la ejecución de las acciones. La construcción de los personajes en los casos de Bazán y Pacahuala fue más notorio; en el caso del primero, destacó el curioso acento que trabajó para el personaje (en ciertos momentos exagerado); la segunda, sosteniendo un personaje de extremos y dualidades (fragilidad y sensualidad). Respecto a sus compañeros, tanto Otazú como Cueto estuvieron correctos, manteniendo los conflictos de sus personajes.

Closer fue una puesta llena de eufemismos, de un lenguaje fuerte y gráfico, con personajes egoístas e intensos, que buscan refugio en sus propios deseos. Aquí, resalto el riesgo que el director y el grupo de actores tomó para contar esta historia, que hacia el final del segundo acto se hacía tediosa e infinita, quizá por la enorme carga de eventos y desencuentros que se llevaron a cabo.

En la actualidad, es preciso que el teatro muestre este tipo de propuestas, no para fomentar determinadas conductas, sino para poner en evidencia lo complicado que puede ser construir y mantener los vínculos de afecto, respeto, lealtad, honestidad, etc. entre los seres humanos. Sobre todo, cuando nuestros propios deseos son los que priman, tornándose difícil reconocer nuestro lugar junto al otro y por ende, reconocer el amor cuando se ha encontrado.

Maria Cristina Mory Cárdenas
28 de julio de 2018

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