La increíble institucionalización de la violencia contra la
mujer
No es un secreto que vivimos actualmente uno de los peores
momentos de nuestra vida republicana: no solo por toda la corrupción,
delincuencia e impunidad que pareciera regodearse a cada minuto de nuestra
existencia, sino que también la violencia contra la mujer alcanza, en estos momentos,
niveles de sadismo insospechados y desconcertantes, que bien podrían sugerir su
increíble institucionalización en nuestra tan arbitraria y pacata sociedad.
Nuestro teatro (y es evidente) no puede permanecer impávido ante estas
preocupantes circunstancias que nos afectan a todos: los esfuerzos realizados
en provincias, como lo vienen monitoreando nuestros colaboradores regionales,
por ejemplo, en Mujeres de arena (2017), así como los estrenos de los últimos
años en la capital, dan fe del serio compromiso de una gran parte de nuestros
creadores escénicos por llevar a la reflexión a sus respectivos públicos sobre
este tema tan álgido como desconcertante.
Si bien todavía pueden estrenarse obras como Después de casados (2017) de Gianfranco Mejía, las interesantes y oportunas puestas en
escena de autoría peruana, como Carne de mujeres (2013) de Paco Caparó, con sus
cuatro actrices ejecutando un lúdico entretenimiento sobre el machismo, para
rematar con sus conmovedores dramas particulares; Diario de un ser no querido
(2015) de Celeste Viale, que inicia con el cobarde asesinato de una mujer y sus
posteriores consecuencias; Vergüenzas: Cajamarca, 1953 (2017) de Alfredo Bushby,
un sentido unipersonal sobre el maltrato físico y psicológico a la que es
sometida una solitaria mujer; o la reciente RECONSTRUCCIÓN_Nombre Femenino
(2018), que cuestiona los paradigmas sociales que rodean a la mujer peruana de
hoy, a través de una creación colectiva dirigida por Paloma Carpio
Valdeavellano y Coralí Ormeño Michelena, proponen la necesaria visualización de
esta terrible problemática para buscarle de inmediato una necesaria solución.
A esta lista de espectáculos habría que añadirle la interesante
creación colectiva Aquí no hay lugar para unicornios, estrenada a inicios del
presente año, a cargo de la promoción del tercer año del Club de Teatro de
Lima, con la dirección de Paco Caparó. Siguiendo la misma estructura de La ola
(2016), Caparó, junto a la habitual asistencia de Jhosep Palomino, orquesta un
sólido collage de historias paralelas, en las que el machismo, los estereotipos
y los prejuicios generan el contexto ideal para la instalación de la violencia
de género más radical. Y es que como lo sugiere trágicamente su título, el
final feliz en esta historia resulta tan factible como la existencia de los
unicornios. Narrada como una gran escena retrospectiva, que parte dentro de una
comisaría en la que la malhumorada agente le espeta el típico “¿Qué habrás
hecho tú?” a la denunciante por violación, el montaje articula esmeradamente
diversos cuadros en los que hombres y mujeres, padres e hijos, esposos y
esposas, conviven diariamente con la normalización de los atropellos contra el
género femenino, en una ordenada y estilizada puesta en escena en rojo y negro.
Acaso el mayor logro de la nueva apuesta de Caparó, sea el
de darle a cada uno de sus nóveles actores el personaje indicado para potenciar
sus capacidades individuales. Así, tanto Adriana Burga, Oriana Canales, Levi
Castillo, Javier Deza, Estefanía Gallegos, Kevin Gonzáles, Flavia García, José
Gallo, Yuliana Huallanca, Daniel Marcone, Manuel Muñoz, Verónica Narro, María
Isabel Rojas, Jordana Ramos, Joe Silva, Jackeline Soto y Milagros Yupanqui
consiguen bosquejar muy bien sus roles cotidianos, aprovechando con solvencia sus
líneas, pero también los silencios, las pausas y las miradas, igual de
importantes que este texto, que se convierte por derecho propio en otro valioso
aporte nacional contra este alarmante y mayúsculo problema que es la violencia
institucionalizada contra la mujer, la cual no puede serle ajena, bajo ninguna
circunstancia, a nuestra comunidad teatral.
Sergio Velarde
15 de julio de 2018
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