Un tiempo para la memoria
La necesidad de la memoria, enfocándose en los hechos de
violencia ocurridos durante el periodo 1980 - 2000 en el Perú,
en tiempos en el que el partido que tiene la mayor participación en el Congreso
y heredero del fujimorato no está de acuerdo con políticas de memoria como las
del LUM y quiere crear su propia alameda de la memoria, que se ajuste más a su
versión de los hechos, es importante, diría que vital, para nuestro país. Dicen
que los vencedores escriben la historia, pero recordemos que aquí nadie ganó:
todos perdimos amigos, hermanos, padres, paz y memoria; en este nuestro país que
se desangró y aún se sigue desangrando, pues no hay paz sin justicia y
lamentablemente, no hay justicia donde hay 69 mil 280 peruanos entre muertos y
desaparecidos, de ambos bandos y también de los sin bando, aproximadamente,
según la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, y muchos de ellos no
encuentran justicia.
Es por eso que obras como “La voz del hermano desaparecido”
son valiosos aportes para la reflexión y el pensar un poco más nuestro país, en
este caso, las historias comunes que nos unen también como latinoamericanos.
Yesica Droz (actriz argentina), José Armando Villarruel (actor peruano) y Mauro
Gastón Guiretti (músico argentino) forman un colectivo argentino- peruano que
nos brinda con entusiasmo, candor e idealismo esta obra, que nos quiere regalar
“una mirada humana y no política” (como
nos comenta Droz), de hechos que forman parte de nuestra memoria personal y
colectiva.
En esta obra, se pueden diferenciar tres momentos que luchan
por unirse y darle una coherencia global a este manifiesto sobre la
memoria y no solo ser tres partes que
bien podrían estar separadas para luchar por su independencia y crecimiento,
pues quizás si no llegan a hilvanarse y crear una filigrana entre ellas,
estemos viendo el nacimiento de tres proyectos llenos de conciencia y candor
que quieren tomar en cuenta al individuo más que a la gran historia.
Comienza la puesta con la entrada tímida del talentoso
músico Guiretti, quien se atrinchera detrás de la mesa de forma casual, se pone
cómodo y comienza a tocar dos canciones de música popular argentina, como quien
la toca para los amigos, para estremecer y redondear un poco el sentido del
hacer. Cuando da un pequeño testimonio, cuenta que él nació cuando su país
estaba en guerra y después sale con la misma timidez con la que entró, para no
volverlo a ver hasta el saludo final.
Entra a escena José Villarruel, forjado en teatro de calle,
alumno de Víctor Zavala, egresado de la Universidad Nacional de Educación
Enrique Guzmán y Valle (La Cantuta), quien nos quiere exponer desde su visión, la
memoria de las víctimas de la masacre de La Cantuta, tema importante y muy
delicado, que merece la pena no solo escuchar, sino también un mayor desarrollo
de parte del actor, en la definición de sus acciones, en el manejo de
elementos, que por distracción o falta de interés son rotos y olvidados en
escena. El trato del texto también merecería una mayor interiorización y quizás,
desatarlo desde su propia memoria para lograr mejores matices de en color y
temperatura. Pues como nos cuenta José Carlos Agüero: “La memoria en sí no es un bien. Va a depender de qué preguntas le
haces a la memoria” y en este caso, el teatro es nuestro vehículo para
generar estas preguntas.
El ingreso de Yesica Droz es refrescante desde la vitalidad
e intensidad de su testimonio: hace, como diría el maestro Mario Delgado, “que un drama personal se vuelva nacional y
a la vez universal”, generando empatía con acciones simples como el hacer
unas pizzetas, poniendo una a una las aceitunas o mostrando al público por
primera vez a un bebé con poco días de nacido. La relación que mantiene con las
cartas escritas por su tío, quien fue víctima de la Guerra de las Malvinas, es
cotidiana pero a la vez ceremonial: esto
la ayuda en la transformación de sus personajes, que en ocasiones se
desdibujan, pero son retomados gracias a la memoria viva que transmite con cada
texto.
Trabajos como el de este colectivo peruano-argentino son
importantes y se agradecen, pues ayudan a mejorar la memoria de una sociedad, a
la cual la mayoría de fuerzas políticas quieren adormecida y sin memoria para
poder manipular, para que sigan votando por los mismos corruptos de siempre. Si
bien siempre hay cosas que mejorar en nuestros trabajos en lo estético y
técnico, recordemos que nuestro oficio no es solo estético, sino también ético
y político.
Miguel Gutti Brugman
Cusco, 1° de julio de 2018
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