En círculos
El
tiempo de los anhelos responde a un laboratorio experimental
que nace a partir de Casa Tomada de
Cortázar y concluye como un espectáculo contemplativo dirigido por Carlos
Tolentino y albergado en el Centro Cultural el Olivar.
La puesta en escena compone un escenario
móvil y actores convertidos en entes, que transitan las tablas mientras mueven
las paredes, elaborando cuadros que podrían considerarse desde minimalistas
hasta surreales y construyendo lentamente una historia despedazada, como un
poema de frases fragmentadas y repetitivas, que hacia el final dibujan una
situación y unos personajes.
En el
tiempo de los anhelos, predomina una
atmósfera melancólica y meditabunda que se desprende de las coreografías que danzan los actores, sutilmente
se transforman movimientos libres y dispares, en imágenes concretas que van
revelando las emociones de los protagonistas, luego, así como se forman, todo
se desvanece y reinicia el desorden y la incomprensión. Este vaivén se sostiene
a lo largo de la hora de espectáculo.
Así, se muestra un noble compromiso de los
actores por mantenerse conectados entre sí y con la propuesta, sin brillar ni
opacarse; así como una rebeldía para afrontar al público con un teatro de
contemplación, al que el espectador limeño usualmente se resiste.
Si habría algo que reprochar a El tiempo de los anhelos, es en
principio la incesante banda sonora, que toma un protagonismo involuntario y se
torna hacia la media hora del espectáculo, fatigosa. Y finalmente, la falta de contraste, debido a
que esa acción circular y repetitiva en la que transitan los actores, tendría
que dar lugar a la intensificación, sin embargo evoca un estancamiento sólido y
plano.
El
tiempo de los anhelos, da lugar a un teatro que
renueva sus formas y sus búsquedas, la extrañeza de involucrar la literatura
con el teatro es un ejercicio por lo menos atrevido, la incomodidad que puede
acarrear para algunos espectadores se podría considerar una victoria.
Bryan Urrunaga
29 de junio de 2018
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