“Un actor debe entrenar su capacidad de
afectarse”
“Formalmente me gustó el teatro desde muy
niño”, recuerda Pold Gastello, ganador del premio del jurado de Oficio Crítico
como mejor actor de reparto en Comedia o Musical 2017 por La pícara suerte de
Leonidas Yerovi. “Tengo influencias de mi madre, que era cantante lírica; ella
era profesora y además cantaba en el coro de San Marcos. Yo la miraba y me
enamoré del escenario”. Aquel fue el primer acercamiento de Pold al teatro, ya
que sintió la necesidad de estar parado ahí. “Parece tan mágico esa cajita
prendida de luz y uno pasaba a otra dimensión al estar parado ahí”, reflexiona.
No solo Pold destacó y sigue destacando en el teatro, sino que también ha
aportado su talento en series de televisión y películas con bastante éxito.
“Siempre tuve el apoyo moral de mi
familia pero no económico, me la tenía que buscar”, confiesa.
Sus inicios y primeros maestros
De acuerdo a la entrevista con Sylvia Majo,
Pold Gastello fue su compañero de promoción de colegio. “Y Sylvia no me dejará
mentir, que yo jamás actué en el colegio: pensaba que si actuaba me iban a
hacer bullying. Es por eso que nadie se enteró que yo sí estaba haciendo teatro
por fuera”. Y es que Pold, estando en Cuarto de Secundaria, entró al taller del
actor arequipeño Hudson Valdivia, quien fuera muy reconocido en aquella época,
los años ochenta. Además recibió clases de expresión corporal con Mirta Patiño,
maquillaje con Raúl Medina de Histrión, teoría teatral con Germán Vega Garay.
Curiosamente, aquellos cursos se dictaban en los altos del Cine Le Paris,
mientras que en los bajos se hallaba el Club de Teatro de Lima, la futura casa
que lo acogería años después.
Buscando oportunidades, Pold llegó a la ENSAD
y vio un aviso de una audición para un grupo de aficionados. “Yo estaba en una
etapa en la que pagaba por actuar”, rememora. “Fui a la audición y a los dos
días terminé siendo protagonista de la obra y así debuto en el Teatrín de la ENSAD,
con la obra La cosa de Juan Rivera Saavedra, con la dirección de Mario
Alarcón”. En aquella época, Pold se relacionó con muchos profesores de la ENSAD
y conoció al gran actor y director Hernando Cortés. “Era tan proactivo que terminé
siendo asistente de dirección de Hernando en una de sus obras, con el grupo el
Tábano”. Durante la temporada, uno de los actores no pudo acudir a la función y
Pold fue convocado para reemplazar. “Le dije a Hernando que me moría de miedo,
pero en el fondo gritaba de alegría: me decía ¡Por fin!”
Pold considera a Hernando Cortés como “una
enciclopedia, muchas cosas que entendí del teatro fueron gracias a él”. Sus
viajes a Europa le habían permitido conocer a muchos amigos cercanos de Bertolt
Brecht, por lo que fue una voz autorizada sobre este inacabable estilo de
teatro. “Conversar con Hernando era un documental, pero reconozco que era
dictador como director: no movía a los actores hasta que no se supieran la
letra, en los ensayos y funciones tenía el libreto en la mano. En ese sentido
era muy de la vieja guardia, pero tenía ideas muy interesantes”. Las virtudes
de Cortés también se evidenciaron como dramaturgo. “Tengo los mejores recuerdos
de Hernando y le tuve mucho cariño; a través de estas personas, que son cultura
viva, uno conoce el teatro”.
El maestro Sergio Arrau
Tal como lo relata Pold, el destino había
confabulado un inminente encuentro artístico entre él y el destacado director y
dramaturgo, chileno de nacimiento y peruano de corazón, Sergio Arrau. “Con el
grupo Piccolo de Rafael Sánchez hicimos una obra para inaugurar la rotonda del
Parque Universitario llamada Bufallo Bill en Mangomarca de Arrau”. Para esto,
Pold ya lo había visto anteriormente, cuando fue a ver La cosa a la ENSAD y
luego destruyó al director Alarcón. “La primera imagen que tengo de Arrau era
la de destructor (ríe), yo era un aficionado que le chocaba todo lo que decía,
pero vi a un tipo muy seguro. Y le encantó la obra de Rafael”. Posteriormente,
Pold acude a ver la puesta en escena de Yo me bajo en la próxima ¿y usted? con Claudia
Dammert y Hernán Romero. “Duraba dos horas, los dos cantaban, bailaban,
interpretaban varios personajes, me encantó. Veo quién es el director: ¡Sergio
Arrau! Empecé a admirarlo seriamente”.
Una nueva coincidencia aparecería en la
carrera de Pold, que seguía haciendo teatro de manera profesional, a pesar de
no provenir de una escuela formal. Ocurrió al ser convocado por Áureo Sotelo para
apoyar el elenco del TURP en la Universidad Ricardo Palma. “Conozco a Paco Caparó,
que estudiaba el quinto ciclo de Biología”, asegura. “Se hizo mi amigo y me invita
a su muestra en el Club de Teatro, que ya quedaba en Miraflores, y me
convulsiono cuando me entero de quién era su profesor. ¡Sergio Arrau!”. Pold se
cuestionó que necesitaba ser “de algún lado” y se decidió a pertenecer a las
filas del Club. “Yo quería entrar y que Arrau sea mi profesor pero ya para
Segundo Año. Hablé con el señor D’Amore (entonces director del Club), y con el
aval de Arrau que ya me había visto y reconocido, logré entrar a estudiar con
él”.
Para Pold, la identificación con el Club de
Teatro fue inmediata, desde ser alumno hasta profesor en la actualidad.
“Porque soy un poco empírico, yo siempre vi al Club como un laboratorio experimental
más que como una escuela, en el sentido más estricto de la palara, ya que aprendes
de un entrenador y además, aprendes haciendo, más que una clase con teoría en
el que se mide el conocimiento”. Además, la personalidad de Arrau como profesor
marcó en Pold su manera de ver el teatro. “Nos ha dejado, en lo actoral y con
la vida, una actitud abierta, para crear y hacer, que nada es una fórmula
cerrada, que se debe dudar de lo absoluto y estricto, si bien era respetuoso de
todo, siempre ironizaba y se burlaba de lo acartonado y cuadriculado: por eso siempre
estamos abiertos a la posibilidad de la experimentación”.
El agradecimiento que siente Pold por su
maestro Arrau se hace evidente, cuando recuerda que estuvo ligado a todos los
momentos de su carrera. “Hice Monstruos en el parque de su autoría y dirección,
en la que hacía cuatro personajes. Vino a ver la obra Eduardo Adrianzén y me convocó
después, porque vio que podía hacer todo este abanico de personajes que Arrau
escribió”. Luego, Arrau llama a Pold para reemplazar a un actor en la comedia
Primero huevo, después pichón, con Yvonne Frayssinet y Hernán Romero en el
Teatro Real. “Así hago mi primera obra de teatro comercial. Arrau me dirigió
dentro y fuera del Club y vi cómo podía cambiar de chip: podía hacer una
dirección completamente matemática y también, una muy experimental; eso me
marcó”.
Para Pold, la dramaturgia de Arrau tiene un
rasgo particular: “una especie de esquizofrenia,
de cerebro dividido, no podía dejar de hacer un drama con un poco de humor, y
al mismo tiempo, no podía escribir una comedia sin añadir una cosa muy fuerte y
lacerante, tenía esta oposición muy fuerte. Hay un afán por mostrar nuestra realidad
desde un ángulo pesimista, pero al final hay una luz”. Arrau se interesaba
mucho en la historia, ya que en San Marcos convalidó su título como profesor de
Historia. “Siendo chileno, enseñó Historia del Perú en el colegio Melitón Carbajal.
Tenía una visión muy objetiva de nuestra historia. Era un chileno que quería
mucho al Perú”.
Los buenos actores y directores de teatro
“Un
buen actor de teatro debe tener mucho interés por investigar, no solo
interpretar: los que van más allá de lo que aprenden en un taller son los que en
realidad avanzan”, asegura Pold. Además, afirma que la capacidad de afectarse
en medio de una generación “cool” se vuelve una necesidad imperiosa. “Yo
pertenezco a una generación intensa: si analizas la música de los sesenta, la
gente se cortaba las venas; ahora, con el reggaetón, ¿en qué estamos? Nos hemos
hecho una coraza para trivializar todo, ahora hay que luchar más para que un alumno
sienta”. Otra cualidad indispensable para Pold, es tener “la capacidad de ser
honesto: la diferencia entre los buenos y malos actores es el conseguir un
momento de verdad en el escenario, el crear una atmósfera y solo algunos lo
tienen de manera natural”.
Y es que para Pold, el talento es un
concepto muy abstracto; y aquellos que lo tengan deben aprovecharlo por medio
de la técnica. “Arrau decía que la técnica sirve al que tiene y al que no tiene
talento; al primero lo ayuda a llegar hasta la luna, y al que no, para que no
se choque con los muebles, hable cuando le toque y no fastidie al resto. Y yo lo
veo siempre”. Por último, Pold afirma que es importante el compromiso, es
decir, hacer las cosas de verdad y no de “mentiritas”. “Los que dicen ¡Me
apasiona el teatro!, pero no van al teatro, ¡Ay, me encanta, esto es mi vida! y
llegas tarde y no haces lo que tienes que hacer: te mientes a ti mismo. Creo
que lo profesional no te lo da un certificado, te lo da tu modo de hacer las
cosas; esto sucede en todas las profesiones, pero en el arte es más evidente”.
Por otro lado, para Pold un buen director
de teatro debe “tener claro a dónde quiere ir, él va a direccionar el montaje,
no puede llegar en blanco; el actor llega al ensayo con varias preguntas y el
director con varias respuestas”. Además, considera que los directores deben entender
que trabajan con seres humanos y no con máquinas, en otras palabras, deben
tenerle afecto al ser humano. “Si tu estilo de dirección es dictadura o
democracia, debes hacer un trato diferenciado; cuando se trata a todos de la
misma menara, se consigue efectos terribles, muchos pueden hacerlo todo marcado”.
Para Pold, es importante no manipular al actor, pero sí guiarlo, para que con
una sola indicación pueda crear todo un mundo.
La pícara suerte y futuros montajes
¿Cómo llegó Pold a La pícara suerte? “Mateo
Chiarella (director) me vio en La de cuatro mil (2009) de Yerovi, montaje de
Cuando la luna se caiga en el CAFAE. Fue con toda la familia (Mateo es bisnieto
de Yerovi) y les encantó la obra”, recuerda. Fue la primera vez que Pold hacía una obra
de Yerovi, y se sintió como pez en el agua. “Años más tarde me llaga un
inbox de Mateo, con quien nunca había trabajado y me dice que tenía un
personaje para mí”. Pold afirma que fue un regalo esta obra que se reestrenaba
después de 100 años y que nunca había tenido la sensación de que se había
escrito especialmente para él. “Yo era el partner del protagonista, me encantó
el proceso y el mejor piropo que he
recibido es que me hayan dicho era un actor eminentemente “yeroviano”, parece
que tengo incorporado el estilo de Yerovi”. Agrega además, que le hubiera
encantado vivir en aquella época para interpretar este tipo de personajes y
alaba el trabajo de dirección de Mateo, que le dio libertad para construir su
personaje pero lo cuidó para que nunca se desborde.
La comedia siempre ha estado muy presente
en la vida artística de Pold y este afirma haber estado, en algún momento,
atravesando el típico trauma del actor encasillado. “Me encanta la comedia, y a
pesar del ninguneo que tiene, considero que es un estilo muy difícil; entonces,
¿por qué renegar de una condición que puede ser un plus? Siempre voy a
disfrutar las comedias, mi temperamento se adecúa y creo tengo una tendencia
nata hacia ellas”. Arrau le dijo alguna vez a Pold que este tenía “gracia”,
pero no la del payaso, sino aquel donaire que le permitía disfrutar la obra y
que el público disfrutara con él. “Felizmente me llaman para hacer dramas
también”, añade, mencionando que repondrá en mayo la obra Calígula, que hizo hace
dos años con el director Jorge Villanueva. “Y mi proyecto más importante es el
de actuar en el Teatro La Plaza hacia el final del año, en una obra que me
gusta mucho: Un misterio, una pasión de Aldo Miyashiro”. Y
será un montaje muy especial para Pold, ya que el protagonista será uno de sus
exalumnos del Club, Sebastián Monteghirfo, a quien llevó a ver la mencionada puesta en su
estreno oficial en la Alianza Francesa en el 2003. “Es uno de los regalitos que
te da la vida”, concluye.
Sergio Velarde
25 de enero de 2018
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