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viernes, 7 de julio de 2017

Crítica: PULMONES

De la nada… la vida

El escenario es un cuadrado donde se encuentran dos actores desprovistos de todo lo que no sea el otro, y alrededor de estos dos seres humanos se teje una historia sencilla y eterna, que intenta desvelar el sentido de nuestras vidas.

Así como la ciencia, el arte trata de explicarse cosas, aquellas indescriptibles por la palabra, escondidas detrás de una imagen, de un gesto o una emoción. Duncan Macmillan es el dramaturgo de Pulmones, una obra en principio reflexiva sobre nuestra condición moderna de vivir, de seguir existiendo, como especie e individuo y por otra parte, una pieza que en sí misma se desmiente y enseña el otro lado de nuestra moneda, en el que más bien nuestro instinto nos destina, y así perduramos, tan vacíos como abundantes. ¿No somos acaso siempre una contradicción?

Norma Martínez propone un minimalismo agresivo, delimita el escenario en dos metros cuadrados y se centra en la interpretación. De esta manera retrata 60 años en la vida de una pareja contemporánea, sus momentos memorables, sus malas decisiones y sus segundas oportunidades.

Así pues, Renato Rueda y Fiorella Pennano se llevan el mérito de sostener hora y media de vaivén emocional y esfuerzo físico. Se presiente en ellos una relación muy íntima que les permite atravesar el vértigo de cada nueva circunstancia con verosimilitud, y una exactitud para entrelazar las escenas con transiciones muy sencillas que generan elipsis de minutos o hasta muchos años.

Es en este vértigo que se advierte una contradicción interesante. Por un lado, este ímpetu mantiene a los actores inestables, propensos a mutar instintivamente ante cualquier estímulo, y es aquella magia de verlos romperse, madurar o desmentirse el mayor reto y mérito de la dirección. Sin embargo, esta misma dinámica genera el riesgo que haya emociones fugaces que no se terminen de asentar. Es decir, se pierda la posibilidad de recoger la sensación final de cada momento, porque ha desaparecido.

Este obstáculo desaparece conforme avanza la trama, poco a poco los silencios se entremezclan con las escenas y nos conmueve la furiosa lucha de estas personas por existir sin juzgarse. Hacia el final, las transiciones duelen, porque se nos va la vida. Pesa cada texto en el actor y en nosotros, porque nos conocemos como especie y tenemos claro el inminente futuro. La fugacidad de nuestra esencia, el triunfo de la emoción sobre la mente, o su hipócrita convivencia. Norma Martínez nos despide con los pulmones llenos de vida.

Bryan Urrunaga
7 de julio de 2017

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