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domingo, 16 de julio de 2017

Crítica: EL AMOR DE LAS LUCIÉRNAGAS

La intermitencia de las luciérnagas como la vida misma

Obra escrita por el dramaturgo mexicano Alejandro Ricaño, bajo la dirección de Cecilia Cruz, la representación El amor de las luciérnagas es un viaje personal que nos lleva a revisar los más pasajes importantes de nuestra vida, tales como las relaciones familiares, el primer amor, la amistad verdadera, los conflictos existenciales, la ruptura y la autocrítica permanente en la búsqueda de la perfección.

El argumento de la obra gira en torno a María (interpretada por Claudia Alecchi), una escritora de teatro para niños, quien emprende un viaje para reencontrarse consigo misma, siendo una máquina de escribir embrujada, la responsable de crear a su doble, la misma que usurpará su identidad y relaciones personales; situación que hace a la protagonista enfrentarse con su mejor versión y, de esta forma, cambiar la perspectiva de su vida.

El elenco se completa con la participación de Lola (Natalia Bonifaz) y Ramón (Alonzo Aguilar), cuyas intervenciones camaleónicas son por demás aplaudibles, pues debido a la naturaleza de la puesta, interactúan con la protagonista como la mejor amiga y el muchacho del que se enamora respectivamente; sin embargo, el dinamismo de la narrativa hace que desempeñen múltiples roles para relatar las anécdotas de María, ejecutando la acción de sus personajes en distintos escenarios y con elementos básicos de vestuario que los distinguían. Interesante propuesta de la directora, que supo conjugar los monólogos explicativos y las escenas con música interpretada por los propios actores, sin duda, un acierto que sumó al desarrollo ágil de la historia.

Particularmente, al inicio sentí una desconexión con lo que observaba y escuchaba; no obstante, mientras la obra iba tomando forma, mi atención y percepción cedieron e involucrarme con cada detalle fue inevitable y natural. Otro punto destacable fue que al ser en esencia un relato mexicano, los acentos y modismos al hablar fueron pertinentes; pero, ciertos detalles como introducir jergas peruanas en partes del texto deslucieron un poco a los personajes.

En general, una representación elocuente, con momentos hilarantes, pero sobre todo con un final preciso y cargado de verdad; acerca de la intermitencia de la vida, de la felicidad, del amor, de los aciertos y fracasos personales, que nos llevan a ser quienes somos. La reflexión es clara: aprender a soltar y reinventarnos es un proceso que afrontaremos hasta que dejemos este mundo, habrán momentos buenos y malos que no durarán eternamente; lo importante es aprender a lidiar con ellos sin juzgarnos tan duramente, sin pretender agradar a todos y, por el contrario, aceptarnos y querernos nosotros mismos lo más que podamos; tal como la luz cambiante de las luciérnagas que, finalmente, reflejan la vida misma.

Maria Cristina Mory Cárdenas
16 de julio de 2017

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