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jueves, 2 de febrero de 2017

Entrevista: GONZALO RODRÍGUEZ RISCO

“El dramaturgo propone un enigma que hay que resolver”

Una de las mejores puestas en escena del año pasado, ganadora del público y del jurado de Oficio Crítico 2016 como mejor montaje Drama, fue Luz oscura, un interesante y premiado texto escrito a dos plumas por Julia Thays (también directora del montaje) y por uno de los poquísimos dramaturgos peruanos que se dedican solo a escribir: Gonzalo Rodríguez Risco. “Jamás pensé en actuar ni en dirigir, me considero un purista; para dirigir, me muero de miedo y para actuar, soy muy malo”, reconoce Gonzalo. Y es que a lo largo de su carrera, ha ido acumulando premios de manera ininterrumpida, desde el primer puesto en el Primer Festival de Teatro Peruano Norteamericano por su pieza Un verso pasajero (1996), hasta el Festival de Dramaturgia Peruana Contemporánea Sala de Parto 2015, justamente con Luz oscura.

“Creo que toda mi vida he estado en contacto con el teatro”, recuerda Gonzalo. “Crecí viendo mucho teatro, a pesar de vivir en La Molina, especialmente las obras de Cattone en el Marsano”. En aquella época, las salas eran muy escasas: aparte del Marsano, Gonzalo frecuentaba de vez en cuando el Teatro Británico o alguna obra de Alberto Isola en el Teatro Larco. “El teatro independiente no estaba muy publicitado, no como el comercial. La primera obra que vi fue Mi muñeca favorita (1976) con Regina Alcóver, que me impactó mucho”. Décadas después, durante la temporada de Carmín, El Musical (2011), Gonzalo recuerda que lloraba de la emoción porque estaba trabajando en el Marsano. “Es un teatro que no para desde hace casi 50 años, sin auspiciadores, hay que darle ese mérito a Osvaldo”.

Los inicios en la dramaturgia

Muchos han sido los autores que marcaron la niñez de Gonzalo: por ejemplo, en el colegio leía mucho a Stephen King. “Como mi familia había estado en Estados Unidos, la mayoría de libros que podía conseguir estaban en inglés, había muy poco teatro peruano o en castellano impreso”, menciona. Otros autores que fascinaron a Gonzalo fueron Peter Shaffer y su imprescindible Equus (leyó la obra, pero le prohibieron ver el montaje debido a su corta edad), Arthur Miller y también Alejandro Casona, cuando esta vez sí pudo ver la puesta en escena de Los árboles mueren de pie (1985), con Eva Franco también en el Marsano. “Recuerdo que en el colegio Newton, mi profesora Maritza Gutti hizo una obra que escribí, basada en un cuento de Woody Allen sobre el conde Drácula, cuando tenía 16 años. Mi afición por el teatro viene de verlo y leerlo mucho; me parece brillante poder escribir algo que los actores luego iban a decir, para que otros los puedan ver”.

Definitivamente los sistemas peruano y norteamericano, con respecto a la presencia de los dramaturgos durante los procesos creativos, son muy diferentes. “El sistema peruano consistía en que yo simplemente entregaba el texto al elenco y luego me sentaba en mi butaca para ver el estreno”, sostiene Gonzalo. “De vez en cuando me invitaba el director o yo me mismo me autoinvitaba a veces, felizmente nunca me ha tocado un director mala onda. Pero realmente yo estaba equivocado en eso”, reconoce. Y es que cuando Gonzalo viaja a Estados Unidos a llevar su maestría, descubre que en ese país los dramaturgos son parte de los ensayos desde el primer día hasta el estreno. “Yo sé que el dramaturgo no es el director, ni que la obra se ha escrito en una piedra sagrada para ser hecha por el director y actores. La obra no está lista hasta ser confrontada por los actores: ellos exploran el texto y yo, como dramaturgo, aprendo a escuchar el libreto en voz alta, el ritmo de los actores, la forma en la que director conduce la puesta y de vez en cuando me digo: ‘Creo que puedo reescribir esta parte, de repente no está llegando la emoción requerida o yo no la he escrito bien y la puedo escribir mejor’”.

Por supuesto, el dramaturgo tiene un límite en el sistema norteamericano. “Acompañas el proceso hasta cierto punto”, informa Gonzalo. “Hay que dejar que los actores exploren la obra por su cuenta,  que rechacen el trabajo, hasta que sientan cólera con el dramaturgo; una obra no es un problema que tienes que solucionar, es un enigma que tienes que resolver”. Es necesario un distanciamiento para que se realice la exploración por parte de los actores y el director. “Pero generalmente vuelves para los ensayos finales para afinar cuestiones de ritmo”.

Producción dramatúrgica

“En mi opinión, la obra una vez impresa en papel, estrenada o por estrenar, todavía no está lista”, afirma Gonzalo. “Por ejemplo, Asunto de tres, publicada en la revista Muestra, finalista en el V Festival de Teatro Peruano Norteamericano ICPNA (2000) y luego repuesta en el Teatro Julieta (2004) siempre con la dirección de Diego La Hoz, la reescribí para su reposición en La Casa de Tespis (2011). Si alguien viene con la revista Muestra para que le dé permiso para hacer la obra, yo le digo que acá está el nuevo texto”. Para Gonzalo, un dramaturgo puede cambiar su obra, porque esta solo existe cuando está en escena. “Otros ejemplos, en Nunca llueve sobre Lima (2016) los actores no tenían tiempo suficiente para cruzar y entrar por el otro lado, así que juntos trabajábamos algunos textos para no romper el ritmo de la obra; y en la misma Luz oscura, que ya está publicada y estrenada, yo le diría a Julia Thays que todavía podemos ajustar algunas cosas”.

Igualmente, su primera obra Un verso pasajero (una familia sufre por el estado comatoso de uno de sus miembros a través de sentidos monólogos) ha tenido múltiples lecturas. “En Cuzco fue hecha por el grupo Volar Distinto (1999), dirigida por Miguel Ángel Pimentel y en la que estuvieron tres elencos distintos representando a diferentes familias”. Y en el 2003, la pieza fue repuesta de manera novedosa en el Club de Teatro de Lima con la dirección de Paco Caparó. “Me encantó la idea de  partir los recuerdos y los secretos en otros seres que acompañaban a los personajes, me pareció genial”. Sin embargo, Gonzalo reconoce que una vez logró ver su obra como la había soñado y que actualmente le da bastante libertad a los colectivos que deseen trabajar su pieza, que este año ya cumple 21 años. “Pero sí soy más controlador con mis nuevas obras, sobre todo las que tienen menos de 10 años aproximadamente: me fijo bien a quién se la voy a dar, porque siento que me falta encontrar “ese” montaje de mi texto”.

La problemática de las artes escénicas y futuros proyectos

“Hay una confusión sobre el boom teatral”, reflexiona Gonzalo. “Obviamente tenemos bestsellers; pero es como que se afirme que Vargas Llosa representa un boom de la literatura peruana, no puedes poner a una sola persona como referente”. En relación análoga con el teatro, para el dramaturgo existe un boom por parte de algunas compañías teatrales, que ponen en escena obras ya probadas, divertidas y que cuentan con gran afluencia de público, como Full Monthy o Toc*Toc. “Pero no podemos hablar de un boom cuando el 90% del teatro en el país es de tipo independiente. Si bien es cierto hemos profesionalizado ciertos aspectos, existen pocos espacios para generar estos espectáculos”. Gonzalo reconoce que el año pasado fue muy difícil en cuanto a la afluencia del público en general, pero se sorprendió con el éxito que tuvo la puesta de Nunca llueve en Lima en el Teatro Británico. “Fue un éxito, tuvimos un 90% de lleno total, enfrentándonos contra partidos de fútbol. No tengo una respuesta para lo que pasó: habrá sido el elenco, el teatro, el nombre de la obra, las referencias hacia Lima; algo funcionó, la gente volvía y la recomendaba”.

Como mencionó Gonzalo, uno de los mayores problemas que enfrenta el teatro independiente es la escasez de salas. “¿Cuántas salas aceptan todavía proyectos? El Teatro Auditorio Miraflores, el Mocha Graña, el Olivar; pero otras, como la Alianza Francesa, llaman a su gente. Es decir, pocos teatros aceptan proyectos y muchos solo trabajan con la misma gente”. La prensa también juega un papel importante. “El teatro independiente no tiene poderío en la prensa escrita. Me parece alucinante que la sección Luces de El Comercio no pueda dedicarle, por lo menos, dos veces al mes una portada al teatro independiente, en lugar de publicitar la “última” de Ricky Martin. Sería un enorme apoyo, la sección tiene 365 portadas al año: ¿si le diera solo 30 de estas al teatro independiente? Lamentablemente, Luces solo ve el “Broadway” peruano”.

Para este 2017, Gonzalo tiene un par de películas que está escribiendo y espera que le sea encargada una tercera. “En setiembre repondremos Dramatis Personae en el Teatro El Olivar; la hicimos en el 2008 con Diego La Hoz, pero ahora contamos con una nueva versión con un 60% de cambios, basada en la que se hizo en Nueva York. Será casi como un nuevo estreno y dirigirá Ernesto Barraza”. Finalmente, Gonzalo cree que es importante restarle aquella solemnidad que tiene el teatro como evento artístico, para lograr un mayor acercamiento con el público. “Sería genial que la gente vaya al teatro como va al cine. ¿Por qué el público tiene que vestirse bonito para ver teatro? Deberíamos quitarle ese peso. No estoy hablando de la fuerza o profundidad que debe tener el acto teatral, sino del público,  que entre como quiera, con chancletas o shorts si es verano. ¡Eso sí, sin comer canchita! Pero que entre, ir al teatro no debería ser visto como un evento”, concluye.

Sergio Velarde
28 de enero de 2017

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