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domingo, 23 de agosto de 2015

Crítica: CRUZAR LA CALLE

Notable drama urbano   

Ya era hora. El Ministerio de Cultura se animó (por fin) a materializar un proyecto de artes escénicas y producir así, su primer montaje teatral en el Teatro Mario Vargas Llosa de la Biblioteca Nacional con entrada gratuita. Dirigida por el experimentado Carlos Tolentino, la obra en cuestión es Cruzar la calle de Daniel Amaru Silva, pieza ganadora del Concurso Nacional de Nueva Dramaturgia Peruana 2014. Es de esperar que las expectativas hayan sido altas, tratándose de un director capaz de realizar obras maestras como Azul resplandor, como también puestas en escena tan transgresoras como Jardín de colores; de un joven escritor responsable de textos con estilos tan diferentes como Power Off, Presunto culpable o ¿Eres tú, pequeño?; o de un organismo del mismísimo aparato estatal, detrás de un proyecto artístico. Y podemos afirmar, con la mayor discreción, que los resultados sobrepasan cualquier expectativa.

La historia comienza cuando un perro es atropellado por una motocicleta, hecho que Amaru Silva presenció en la vida real y que lo motivó a escribir la historia de cinco limeños comunes y corrientes, presos no solo de una caótica ciudad, sino también por sus propias frustraciones. El dueño del perro (Julián Legaspi) vive recluido y atormentado por la muerte de su esposa, situación que será agravada por la pérdida de su mascota. Hasta su casa llega una señora de limpieza (Elsa Olivero), que no solo genera en él un sentimiento especial, sino que ella es además, la esposa del motociclista (un conmovedor Rolando Reaño), un repartidor a domicilio de pollos a la brasa venido a menos, que atropelló al can. Un joven que presenció el accidente (un Alaín Salinas en pleno ascenso) queda tan impactado con el hecho que decide buscar al motociclista, quedando prendado, sin saberlo, de su atípica hija (Stephanie Enríquez, feliz descubrimiento). Amaru Silva consigue darle coherencia y verdad a sus cinco personajes, en una historia urbana llena de matices que aborda temas tan complicados como la soledad, la discriminación, la violencia familiar y las disfuncionales relaciones entre padres e hijos, bien orquestada por Tolentino, que no permite que el melodrama cunda hacia el final del montaje.

Pues bien, el director consigue aquí un sano equilibrio entre su particular lenguaje escénico y los diálogos que el autor plantea. Y es que todos los símbolos en el escenario quedan plenamente justificados, sin caer en la saturación que el mismo director les diera en Japón; ni el arbitrario exceso, en Jardín de colores. Todo, desde las estructuras huecas para cada personaje, hasta los panes dentro de los delantales y las chalinas destejidas, se encuentra justificado y contenido, sin estorbar el desarrollo de la historia. Y viniendo de Tolentino, hasta el molesto ruido de las estructuras al moverse, pareciera representar a la desesperante bulla que nos acompaña a diario en nuestra capital. Cruzar la calle (“drama de enredos por un perro atropellado”, según el autor) representa un triunfo en varios aspectos: consolida a Amaru Silva como uno de los mejores dramaturgos jóvenes del momento; muestra a una entidad estatal genuinamente interesada en propiciar un espectáculo de Arte; y nos devuelve a un Tolentino en su mejor forma, prudente de no caer en las tentaciones del exceso.

Sergio Velarde
23 de agosto de 2015

miércoles, 19 de agosto de 2015

Crítica: MÁLAGA

Irónica e inquietante mirada al mundo moderno   

El dramaturgo suizo Lukas Bärfuss es ampliamente conocido por el público limeño gracias al colectivo Ópalo, que llevó a escena dos de sus obras más celebradas: Las neurosis sexuales de nuestros padres y La prueba, ambas dirigidas con brillo por Jorge Villanueva. No es de sorprender entonces, que los alumnos de los talleres de actuación del colectivo muestren un saludable interés por la escena dramatúrgica europea: Nani Pease y Tirso Causillas (quienes destacaron en la muestra de Ópalo, La niña fría) llevan a escena Málaga, un contundente y perturbador retrato de Bärfuss sobre la paternidad tan egoísta en estos tiempos modernos, con su propia agrupación /Nos/otros en el Teatro Mocha Graña.

Vera (Pease) y Michael (Haysen Percovich) son dos padres separados que deben dejar a su hija un fin de semana, pues ella viajará a Málaga con su nueva pareja, y él, a un importante evento de trabajo. Ante la ausencia de la acostumbrada niñera y la urgencia de sus respectivos viajes, la pareja decide, luego de una acalorada discusión, encomendarle el cuidado de su hija al adolescente Alex (Gabriel Gonzales), un vecino de confianza aficionado al cine y que desea además, grabar una película con la niña durante la ausencia de sus padres. Todo el primer acto está interpretado de una forma absolutamente natural y convincente, con sutiles detalles que anticipan la terrible desgracia. Bärfuss nos presenta una situación estremecedora y difícil de procesar, pero absolutamente plausible gracias a las inspiradas actuaciones del elenco (con una mención especial para el inquietante trabajo de Gonzales) y la mano firme de Causillas como director.

La puesta en escena resulta atractiva, pues echa mano de recursos cinematográficos coherentes con el universo cinéfilo del personaje de Alex. Si bien es cierto, el detalle del panorama de Residencial San Felipe descoloca un tanto al inicio en lo referido a la ubicación geográfica del drama, los recursos multimedia generan la atmósfera de caos total en el segundo acto, cuando la tragedia se desencadena. Bärfuss pone el dedo en la llaga con Málaga, acusando de manera estilizada la despreocupación e insensibilización que afectan al mundo moderno, con los adultos priorizando sus asuntos personales por encima de la enorme responsabilidad de ser padres. Dura, irónica y punzante, Málaga alerta pertinentemente sobre las peligrosas presiones de la vida diaria.

Sergio Velarde
19 de agosto de 2015

domingo, 16 de agosto de 2015

Crítica: FOREVER YOUNG

Un disfrutable musical de antaño   

El musical Ewig Jung (2007), puesta en escena escrita por el suizo Erik Gedeon, se estrenó en Hamburgo en el 2010. Fue entonces que el trío cómico catalán Tricicle, luego de haber visto el citado montaje, decidió realizar la versión española, titulada Forever Young, luego del éxito que obtuvo el colectivo con otro musical, nada menos que el Monty Python's Spamalot. Por su parte, el improvisador y claun Armando Machuca (también competente intérprete, a quien notamos en Hamlet) es el encargado de la versión peruana de Forever Young, consiguiendo un gran éxito de público en su temporada en el Centro Cultural Ricardo Palma, con Diego Bertie a la cabeza. Ahora en el Teatro Julieta (y sin Bertie en el elenco), este musical ambientado en un geriátrico del año 2050,  que tiene como protagonista a un elenco de actores que se interpretan a sí mismos ya ancianos, continúa cosechando elogios, algunos de ellos muy merecidos por cierto.

Y es que si bien la idea resulta atractiva, la dramaturgia peca de nulo desarrollo. Asistimos a una hora y media en la vida de estos envejecidos artistas, mientras escuchamos, en esencia, recuerdos de épocas pasadas (y mejores) salpicados por las consabidas quejas y frustraciones de personas de aquella edad. Todo esto matizado con inolvidables canciones de antaño, tanto extranjeras como peruanas. Y así, la hora y media de espectáculo termina, los ancianos van a dormir y nada pasó en realidad. Los personajes terminaron tal como empezaron. Incluso, la presencia de la enfermera (que pudo ser la gran antagonista de la obra) resultó al final no ser lo que aparentaba. ¿Qué queda entonces? Pues el gran mérito de la puesta en escena: las inspiradas interpretaciones de los actores, que logran un puñado de excelentes momentos, de la mano de los éxitos imperecederos de Marley, Dylan, Queen, Eurythmics, Nirvana, los Stones, los Beatles, y por supuesto, de la mítica Alphaville, con el tema que le da título al montaje.

Los caballeros cumplen con bastante corrección (y discreción) su cometido, incluido el propio Machuca. Manuel Lassús (buen actor y cantante, a quien recordamos de La Chica de la Torre de Marfil) podría lograr aún mejores resultados, si acaso dejara de pensar que es el reemplazo de Bertie. A destacar en todo caso a Miguel Álvarez, que aprovecha cada una de sus intervenciones para burlarse de sí mismo, con mucho estilo. Pero son las damas las que más llaman la atención: desde la calidad vocal de Miluska Eskenazi, hasta la conmovedora pérdida de glamour de Tati Alcántara, pasando por una desternillante Patricia Portocarrero, haciendo de las suyas como ya es costumbre. El elenco debe cuidar, eso sí, el no perder las caracterizaciones al cantar o bailar. El maquillaje, la escenografía y el acompañamiento musical suman al montaje. Forever Young, en su versión nacional a cargo de Machuca, es un disfrutable musical, que bien vale la pena ser apreciado por todos aquellos que pensamos que “todo tiempo pasado fue mejor”.

Sergio Velarde
16 de agosto de 2015

martes, 4 de agosto de 2015

Crítica: TERAPIA (COMEDIA EN TRES SESIONES Y UN DIAGNÓSTICO)

Las locuras del psicoanálisis   

Trabajar una comedia teatral es acaso, uno de los esfuerzos escénicos más difíciles de concretar adecuadamente y de llevar a buen puerto. Especialmente, cuando la comedia en cuestión no solo es dramática, sino que además, coquetea con el teatro del absurdo. Algunos de estos esfuerzos no lograron cristalizarse del todo en el escenario, como en Te odio y te quiero (2012) o en Día de campoo cómo sobrevivir al mundo (2013); pero en otros sí se alcanzaron auspiciosos resultados, como en Fando y Lis (2009) o en La niña se mató, y punto (2014). Todo lo anterior viene a cuento, debido al estreno de la pieza Terapia (comedia en tres sesiones y un diagnóstico) del argentino Martin Giner, un joven dramaturgo que salpica con pinceladas del absurdo a sus comedias. La mencionada puesta en escena se llevó a cabo en la Asociación Cultural Campo Abierto, con la producción del novel colectivo Pusaq Qochas.

Un consultorio psicológico, sin diplomas en las paredes. Un doctor y su supuesto paciente. El primero, muy autosuficiente y confiado, discute a menudo con su esposa muerta; y el segundo, completamente desquiciado por un tormentoso complejo de Edipo, quiere concertar una cita con el doctor para su madre invisible. Las sesiones van sucediéndose con gran agilidad, y especialmente, con mucha hilaridad, gracias a un astuto texto que aprovecha el absurdo de toda la situación. Y las personalidades de ambos protagonistas van trastocándose conforme avanza el montaje, deslucido acaso en parte por un final que explica (innecesariamente) las razones del entuerto. Sin embargo, la dinámica de la pareja es lo suficientemente entretenida como para volver muy disfrutable el espectáculo.

Actuar y dirigir es una tarea complicada, pero afortunadamente logra salir airoso, a pesar de su juventud, Gustavo Seclén, un competente actor que llamó la atención en Medias naranjas y El dolor por tu ausencia (ambos montajes del 2012). Su paciente, a pesar de rozar peligrosamente el estereotipo, resulta carismático en escena, bien complementado por el psicoanalista que interpreta Gerson Borja (a quien vimos en Bare: expuestos). La puesta en escena es funcional, aunque  pudo haberse jugado más con la escenografía y el mismo vestuario, por ejemplo. Esta Terapia (comedia en tres sesiones y un diagnóstico) pasa la prueba con discreta dignidad, y se suma a la lista de las comedias teatrales con buenos resultados.

Sergio Velarde
04 de agosto de 2015

lunes, 3 de agosto de 2015

Crítica. LOS PERROS

El rapto de Perséfone actualizado   

La Escuela Nacional Superior de Arte Dramático viene entregándonos desde hace algún tiempo, un impecable repertorio de propuestas escénicas de diversos géneros y estilos, pero con una envidiable producción que le saca el jugo a su íntima Sala ENSAD: espectáculos tan disímiles como comedias clásicas y contemporáneas (como Los dos hidalgos de Verona o Tus amigos nunca te harían daño), dramas existenciales de autor (como La tercera persona), o entrañables biopics (como Noches de luna). En esta oportunidad, y bajo la dirección de Jorge Sarmiento, viene presentándose Los perros, de la autora mexicana Elena Garro, un contundente texto que denuncia una realidad palpable y actual: la violencia ejercida contra la mujer latinoamericana.

La trama de Los perros es bastante sencilla; es por ello que el tratamiento estético que Sarmiento le otorga a la puesta en escena llama tanto la atención. Una humilde jovencita llamada Úrsula será irremediablemente raptada, ante la sufrida mirada de su madre Manuela, quien pasó por similar trance en su momento. La autora hace entonces, una clara alusión al rapto de Perséfone (con Manuela desgranando angustiosamente las mazorcas de maíz, en clara alusión a la diosa de la agricultura Deméter), pero cambiando la estética griega de otro montaje pasado por una ambientación azteca. Esta vez, el dios Hades está representado por los perros que le dan título al montaje, que literalmente salen de los agujeros a los pies de las protagonistas. El trágico y esperado desenlace no podrá ser cambiado por la ferviente religiosidad de los personajes, que por cierto, exuda el montaje.

A destacar la actuación de Rocío Ántero-Cabrera como la madre, muy precisa en sus emociones, bien secundada por Eric Otero, como el inquietante raptor Jerónimo; y por Marcia Romero, como la ingenua muchacha Úrsula, que poco a poco va descubriendo su sexualidad. El resto del elenco complementa felizmente el montaje, destacando el trabajo corporal en conjunto de los intérpretes de los perros, que generan el caos y la tensión adecuada en cada una de sus intervenciones. Los valores de producción (escenografía, vestuario, maquillaje, luces), como ya se hace costumbre en dicho recinto, se lucen en el escenario. Acaso lo mejor de Los perros, esta nueva propuesta escénica de la ENSAD, sea el de haber conjugado todas las virtudes artísticas que ofrecen los alumnos, egresados y maestros de la misma institución educativa para beneficio de este imperdible montaje.

Sergio Velarde
03 de agosto de 2015