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lunes, 8 de junio de 2015

Crítica: LA DIETA ETERNA

Pastillas de por vida contra trastorno bipolar  

Una breve reposición tuvo hace algunas semanas la obra La Dieta Eterna, escrita y dirigida por Gabriel Rossel, que tuvo un singular éxito el año pasado en el Teatro Mocha Graña. Esta vez, en el Centro Cultural Ricardo Palma y con parte del elenco renovado, la pieza producida por La Pera Escénica mostró sus evidentes aciertos a un nuevo público, pero también dejó relucir algunos puntos por mejorar en cuanto a dramaturgia y dirección, sin empañar demasiado las virtudes del producto final. La historia se centra  en Zeta (Henry Sotomayor, a quien vimos hace poco en excelente forma en Los dos hidalgos de Verona), un joven estudiante de leyes aquejado por un trastorno bipolar, a punto de cometer suicidio. Una vez iniciada la función, los espectadores entramos dentro de su mente para conocer a su familia y amigos, y así descubrir los motivos de su fuerte depresión.

Mientras que los aciertos de la música en vivo de Rodrigo Morales, el diseño escenográfico y de vestuario suman para entender el universo de Zeta durante toda la primera parte de la puesta en escena, esta misma pierde el rumbo una vez que el joven descubre que su novia ha sido (supuestamente) ultrajada por el propio hermano del joven. Toda esta secuencia, llena de suspenso y de genuina ambigüedad por ambas partes, nos hace olvidar todos los problemas que enfrentaba Zeta debido a su bipolaridad. En suma, pareciera que nos topamos con una nueva obra dentro de otra, y ambas interesantes. También se nota que algunos personajes (como la devota madre de Zeta o como el profesor universitario) caen en el grueso estereotipo, pero que felizmente generan una adecuada atmósfera de locura con sus participaciones.

Por su parte, el elenco se encuentra a la altura de las circunstancias, con un enérgico Sotomayor en pleno “tour de force”, aunque con algunos contados desbordes a lo largo de la puesta. Acompañan con bastante corrección Airam Galliani, Ernesto Ballardo, Salomé Reyes, Gian Morales y un  particularmente inspirado Sergio Cano. A destacar el trabajo del joven dramaturgo y director Gabriel Rossel, que llevó a escena una entretenida y arriesgada pieza, pero que al pretender abarcar múltiples problemáticas a través de sus personajes, pierde la brújula por momentos. La Dieta Eterna, que hace referencia a la ración de pastillas que debe tomar Zeta de por vida, es un loable proyecto teatral que no hace otra cosa que generar expectativa hacia el nuevo trabajo escénico de este joven artista.

Sergio Velarde
08 de junio de 2015

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