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domingo, 8 de marzo de 2015

Crítica: JARDÍN DE COLORES

Adiós a las sutilezas 

Hace cinco años se estrenó una discreta pieza de autoría nacional en el Teatro Auditorio Miraflores, que respondía al nombre de Jardín de colores, escrita e interpretada por María del Carmen Sirvas, con la dirección de Paco Echeandía. Se trató de un sencillo y funcional triángulo de seducción entre una posesiva madre, su sometida hija adolescente y el joven  inquilino que ingresa a sus vidas. Con algunos vacíos en la dramaturgia que anotamos en su momento, el montaje fue bastante digno, gracias al esfuerzo de los actores, quienes ejecutaron con bastante sutileza el juego de seducción. En el presente re-estreno de la pieza en la Alianza Francesa, a cargo ahora del experimentado director Carlos Tolentino, toda la sutileza es dejada de lado, en una elección de dirección polémica y arriesgada.

Basta con mirar la foto promocional que acompaña esta reseña, para darnos cuenta del giro radical que Tolentino le ha conferido a este nuevo jardín. Y es que desde el estreno de Japón de Victor Falcón, que dividió al público y a la crítica en su momento, la técnica empleada por Tolentino es la de trastocar el lenguaje escénico para bombardear al auditorio con una generosa cantidad de ambiguos signos y símbolos, que se le podían escapar hasta al espectador menos despistado. Para el recuerdo quedará la gran banderola con una palabra en japonés, expuesta durante toda la obra en cuestión, que no significaba precisamente “Japón”. Este renovado jardín está custodiado por un enorme y surrealista árbol, que deja caer hojas y naranjas en el escenario, el que cuenta solo con una mesa y dos sillas blancas de plástico.

Si en el anterior jardín, la figura de la madre era el detonante de la imposible relación entre los jóvenes, ahora esta es dejada a un lado por la provocadora figura de la hija. Tolentino utiliza el bello cuerpo de Sirvas (que repite su papel en registro contrario) para construir un impactante retrato de seducción de trazo grueso. La figura represora de la madre pierde entonces, aquella fuerza que el texto exige a gritos; sin embargo, el oficio de la actriz Natalia Montoya le da su lugar, consiguiendo muchos momentos de interés. Y el inquilino, ahora interpretado por Esteban Phillips, debe esforzarse el doble para mantener su temple frente al desparpajo y exuberancia de la “tímida” hija. Esta nueva versión de Jardín de colores está destinada a generar controversia y es perfectamente coherente con el estilo del director, tan habituado en sus últimos montajes a buscar la confrontación.

Sergio Velarde
08 de marzo de 2015

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