Correcta adaptación a la peruana
Bernard-Marie Koltès (1948-1989) fue un dramaturgo francés contemporáneo bastante particular en su forma de escribir. En sus obras, todas ellas oscuras con personajes que se debaten entre la soledad, el amor, el odio y el deseo, la palabra marca el ritmo y el peso de la acción dramática, se mantiene un desarrollo lineal en el tiempo y se concentra el drama en una sola locación. Su obra póstuma “Roberto Zucco”, un salvaje retrato de un asesino serial, lo consagró a nivel mundial. Pero la pieza que lo retiró del anonimato fue “Combate de negro y de perros”, dirigida por Patrice Chéreau en 1983, y que se viene presentando actualmente dentro de la Temporadas Teatrales en la ENSAD, con la dirección de Ronal Cruces, y adaptada a nuestra realidad, llevando como título “Combate negro entre perros”.
Y es justamente esta adaptación la mayor virtud del montaje, pues la historia original nos colocaba en un contexto muy diferente (una empresa extranjera en medio del África) y que encuentra en nuestra realidad un adecuado paralelo: un cuartel en la sierra en plena guerra subversiva. Definitivamente un gran riesgo bien resuelto por el director. El conflicto se desencadena con la llegada a este lugar de un hombre llamado Alberto (Miguel Medina), reclamando el cuerpo de su hermano muerto “accidentalmente” en la zona. Pero otro drama también se desarrolla en el interior, pues una frívola mujer llama Elena (Titi Plaza) agravará los conflictos entre dos soldados (Jhony Ruiz y Omar Honores). Si bien es cierto, un correcto Medina vuelve creíble la motivación de su personaje, es el triángulo sentimental desatado en el interior del cuartel el que cobra mayor interés, en gran medida por las inspiradas actuaciones, pero que finalmente no es consecuente con lo propuesto por el mismo director en el programa de mano como objetivo principal del montaje: un homenaje a las víctimas por los 20 años de violencia en nuestro país.
Y es que la pieza (en original y en adaptación) abarca aparentemente enormes temas como el racismo, la discriminación, la explotación humana, el abuso de autoridad, las injusticias sociales, pero en el fondo es un acertado cuadro de las relaciones humanas en la actualidad, llenas de mentiras, desconfianza y traiciones, de la incomunicación entre los seres humanos y de las absurdas decisiones que tomamos sin explicación racional. La presente puesta en escena mantiene un ritmo pausado pero sostenido; es convencional y funcional a la vez, acompañada por música en vivo, en la que se delimitan bien los espacios en los que desarrolla la historia, a pesar de algunos retrasos en la operación de las luces. Sorprenden la madurez actoral de Titi Plaza para darle verdad a un personaje totalmente fuera de lugar dentro de la historia; y el carisma y el nervio de Omar Honores, en contraste con la sobriedad y la contención de Jhony Ruíz, para creernos el duelo entre estos dos militares, abandonados a su suerte en aquel apartado lugar, bebiendo alcohol y jugando a los dados, y perdiendo progresivamente la razón. Una verdadera sorpresa esta adaptación, que respeta en gran medida la visión del original de Koltès, pero que podría beneficiarse largamente al tomar el contexto histórico sólo como telón de fondo, para tener como resultado un crudo estudio de la incomunicación del ser humano.
Sergio Velarde
14 de septiembre de 2008
Bernard-Marie Koltès (1948-1989) fue un dramaturgo francés contemporáneo bastante particular en su forma de escribir. En sus obras, todas ellas oscuras con personajes que se debaten entre la soledad, el amor, el odio y el deseo, la palabra marca el ritmo y el peso de la acción dramática, se mantiene un desarrollo lineal en el tiempo y se concentra el drama en una sola locación. Su obra póstuma “Roberto Zucco”, un salvaje retrato de un asesino serial, lo consagró a nivel mundial. Pero la pieza que lo retiró del anonimato fue “Combate de negro y de perros”, dirigida por Patrice Chéreau en 1983, y que se viene presentando actualmente dentro de la Temporadas Teatrales en la ENSAD, con la dirección de Ronal Cruces, y adaptada a nuestra realidad, llevando como título “Combate negro entre perros”.
Y es justamente esta adaptación la mayor virtud del montaje, pues la historia original nos colocaba en un contexto muy diferente (una empresa extranjera en medio del África) y que encuentra en nuestra realidad un adecuado paralelo: un cuartel en la sierra en plena guerra subversiva. Definitivamente un gran riesgo bien resuelto por el director. El conflicto se desencadena con la llegada a este lugar de un hombre llamado Alberto (Miguel Medina), reclamando el cuerpo de su hermano muerto “accidentalmente” en la zona. Pero otro drama también se desarrolla en el interior, pues una frívola mujer llama Elena (Titi Plaza) agravará los conflictos entre dos soldados (Jhony Ruiz y Omar Honores). Si bien es cierto, un correcto Medina vuelve creíble la motivación de su personaje, es el triángulo sentimental desatado en el interior del cuartel el que cobra mayor interés, en gran medida por las inspiradas actuaciones, pero que finalmente no es consecuente con lo propuesto por el mismo director en el programa de mano como objetivo principal del montaje: un homenaje a las víctimas por los 20 años de violencia en nuestro país.
Y es que la pieza (en original y en adaptación) abarca aparentemente enormes temas como el racismo, la discriminación, la explotación humana, el abuso de autoridad, las injusticias sociales, pero en el fondo es un acertado cuadro de las relaciones humanas en la actualidad, llenas de mentiras, desconfianza y traiciones, de la incomunicación entre los seres humanos y de las absurdas decisiones que tomamos sin explicación racional. La presente puesta en escena mantiene un ritmo pausado pero sostenido; es convencional y funcional a la vez, acompañada por música en vivo, en la que se delimitan bien los espacios en los que desarrolla la historia, a pesar de algunos retrasos en la operación de las luces. Sorprenden la madurez actoral de Titi Plaza para darle verdad a un personaje totalmente fuera de lugar dentro de la historia; y el carisma y el nervio de Omar Honores, en contraste con la sobriedad y la contención de Jhony Ruíz, para creernos el duelo entre estos dos militares, abandonados a su suerte en aquel apartado lugar, bebiendo alcohol y jugando a los dados, y perdiendo progresivamente la razón. Una verdadera sorpresa esta adaptación, que respeta en gran medida la visión del original de Koltès, pero que podría beneficiarse largamente al tomar el contexto histórico sólo como telón de fondo, para tener como resultado un crudo estudio de la incomunicación del ser humano.
Sergio Velarde
14 de septiembre de 2008
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