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domingo, 29 de junio de 2008
Crítica: ORLANDO
Andrógino profeta del silencio
Por la película “Las Horas” Nicole Kidman se llevó a casa el Óscar por su frágil y enfermizo retrato de Virginia Woolf (Londres 1882), célebre escritora inglesa que padeciera afecciones mentales que la persiguieran de por vida y que se suicidara ahogándose en un río en 1941. Su desequilibrada mente está presente en la puesta en escena de su obra “Orlando”, a cargo del grupo Teatro del Silencio y dirigida por Rebeca Ráez. Con el cuerpo y la voz de Ofelia Lazo, Virginia es el artífice de todos los acontecimientos que vemos en el escenario.
Escrita en 1928, la novela “Orlando” está basada vagamente en la vida de su amiga íntima y supuesta pareja Vita Sackville-West. Somos testigos de la vida de Orlando, un ser que a lo largo de 400 años se muestra primero como hombre y más tarde como mujer. Se trata entonces, de una fantasía tomada de la vida real en la que se conjugan el desenfreno y la identidad sexual.
Rebeca Ráez prefiere el silencio. Es decir, las palabras sobran cuando el cuerpo, los gestos y el movimiento adoptan un propio lenguaje que deja traslucir las acciones. Si bien es cierto las palabras no están del todo dejadas de lado (como la melodiosa voz en off de Virginia y el intenso monólogo de Nick Green), son los movimientos escénicos y la expresión corporal de los actores quienes nos conducen a lo largo de la historia. Un impecable manejo de los recursos técnicos, que incluyen una finísima banda sonora y escenas en video, permiten sacarle el jugo al muy particular escenario del ICPNA de Miraflores. Esto se hace evidente casi al final, cuando todos los actores deambulan a través de las tugurizadas cámaras del foro.
Ráez es lo suficientemente inteligente como para no caer en el trillado y facilista argumento de que “cada espectador debe sacar su propia conclusión”,con el que algunos directores defienden sus inefables trabajos de nebuloso origen y realizados para su propia autosatisfacción. La propuesta de “Orlando”es coherente y rica en detalles y valgan verdades, luego de algún esfuerzo, logramos comprender a cabalidad la trágica historia de Orlando y Virginia, quienes se llegan a encontrar en el tramo final. Orlando, oscura creación de Virginia, es un ente en el que habitan el espíritu de su padre y Vita, su amante lesbiana. Dos seres que se fusionan en un mismo cuerpo y que forman la andrógina figura de Orlando.
Excelente trabajo en conjunto del elenco, destacando nítidamente José Ruíz Subauste en impecable caracterización principal (Orlando parece ser interpretado por dos actores diferentes) y que también colaboró con la adaptación de la puesta en escena. Las veteranas Ofelia Lazo y Helena Huambos se lucen comoVirginia Woolf y la majestuosa Reina, respectivamente. Y ambas se animan a demostrar que la expresión corporal se puede realizar a cualquier edad. Completan el reparto Carmen Navarra, Fernando Fernández y Wendy Pomar.
Para los espectadores desprevenidos, aquellos que ignoran el origen de esta puesta en escena, el espectáculo puede resultar algo confuso. Pero la obra se sostiene por sí sola con escenas de gran fuerza y audacia, que de no entenderse del todo, definitivamente se siguen con interés. Es como ver “Mulholland Drive”de David Lynch. No sabes que está pasando en la película pero, diablos, qué buena que está. “Orlando” se convierte entonces en una “silenciosa” joyita con la que Teatro del Silencio arranca nuestra actividad teatral en el 2005. Como aquí no hay Óscars ni nada que se le parezca, sólo queda el aplauso final (pero sí prometo una terca mención a fin de año). No se la pierdan.
Sergio Velarde
15 de febrero del 2005
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