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miércoles, 15 de octubre de 2025

Crítica: UN ESPEJO


Reflejos incómodos de un país en escena 

Hay obras que no temen mostrar su ficción, sino que la abrazan para hacerla vibrar frente a nosotros. Un espejo, de Sam Holcroft, dirigida con agudeza por Wendy Vásquez Larraín, comienza con una ilusión que, poco a poco, nos invita no solo a mirar su “realidad”, sino a ser parte de ella: una boda que parece festiva se transforma en un acto de resistencia que interpela e incomoda y nos invita a mirar más allá del telón: ¿qué se esconde detrás de lo que parece?

Desde esa propuesta, la obra nos envuelve, nos guía sutilmente por su juego metateatral que no solo cuestiona la censura estatal, sino también la autocensura cotidiana y nos recuerda que el teatro, en esencia, siempre es una forma de hablar cuando todo parece querer silenciarnos. La dirección de Vásquez Larraín es clara en su lectura política y hábil en el manejo del ritmo, aunque por momentos algunas transiciones podrían respirar más. Pero ese pequeño desajuste, propio de una primera función, no opaca la potencia de una puesta en escena que se siente viva lúcida y sobre todo necesaria y urgente. 

Uno de los grandes aciertos del montaje es la inteligencia en el uso escenográfico. Tres bloques móviles que se transforman en distintos espacios con mínima intervención, componiendo una escenografía funcional, precisa y simbólica. El diseño de luces acompaña con sutileza los quiebres de tono y los niveles de realidad. La puesta, en conjunto, parece un organismo que se piensa a sí mismo, que se interroga mientras actúa.

El elenco, conformado por Rodrigo Palacios, Renato Rueda, Daniela Trucíos, Jorge Villanueva, Iván Chávez, Adriano Alamo, Elihu Leyva, Germán Ojeda y José Villalobos, trabaja con cohesión y equilibrio y todas las actuaciones están en muy buen nivel. No hay protagonismo que sobresalga desmedidamente, lo que habla de un elenco sólido, equilibrado y bien ensamblado. Aun así, Chávez logra destacar en su breve aparición, construyendo un personaje que rompe con lo que solemos ver de él: contenido, preciso, casi irreconocible. Su presencia se vuelve un eco dentro de este juego de espejos que propone el texto.

Un espejo es una obra sobre la censura, pero también sobre la libertad del acto teatral. No solo denuncia el control del Estado, sino el modo en que todos podemos convertirnos en cómplices del silencio. Al final, lo que se refleja en escena no es un país ficticio, sino el nuestro: un país donde aún cuesta decir, crear y resistir. Y el teatro, como siempre, se convierte en el lugar donde lo indecible encuentra cuerpo.

Milagros Guevara

15 de octubre de 2025

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