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domingo, 6 de julio de 2025

Crítica: EL ÁRBOL DE HUAYRURO


Selva en peligro

Acérrimo activista en favor de la conciencia ecológica y la defensa del medio ambiente, el actor y director Richard Torres regresa a Lima para presentar su último espectáculo, luego de muchos años de refugiarse en nuestra Amazonía, no solo para seguir casándose con árboles fiel a su estilo, sino también para defenderlos a todos ellos a capa y espada. Esta vez, Torres hace sentir su voz de protesta ante la aprobación de la ley Ley n.º 31973 (¡cuándo no el Congreso!), que modifica a su vez la n.º 29763, la llamada ley forestal y de fauna silvestre, que aprueba disposiciones complementarias orientadas a promover la peligrosa zonificación forestal. Esta norma legal, conocida por sus críticos como la Ley Antiforestal, es el disparador para la creación de esta nueva aventura del conocido medioambientalista, titulada El árbol de Huayruro, puesta en escena que tiene sus objetivos bastante claros y en la que Torres pone de manifiesto su particular (y para muchos, excéntrico) sentido estético y simbólico.

La última obra que Oficio Crítico vio de Torres fue Preciosas Malditas II (¡!) en 2009, espectáculo que ya acusaba los excesos y estridencias que serían sus marcas teatrales características, pero que en la presente puesta en escena se encuentran felizmente mucho más controladas, sin caer en demasiadas exageraciones y sobreactuaciones. La selva peruana se encuentra expuesta a la destrucción, gracias a las terribles leyes perpetradas por el gobierno corrupto, y asistimos a la tala en vivo del longevo Árbol de Huayruro, uno de los pilares naturales de la región. Aparecen los nativos protectores, los taladores despiadados, el ministro inescrupuloso desde Lima; y especialmente, aquellas deidades de la Selva (interpretadas por Rebeca Raez y Edith Tapia), en medio de un coro de seres simbólicos que cuidan la región y que nada pueden hacer contra la codicia del hombre.

Con aspectos meramente formales por pulir, como la dramaturgia demasiado sencilla y a ratos redundante, con algunos personajes estereotipados y unidimensionales, y con filones dramáticos sin explorar a profundidad (como la relación existente entre el talador de niño con el árbol), la puesta sí que exuda compromiso y responsabilidad por exponer al público esta tan necesaria denuncia, apoyada por esmerados vestuarios y maquillaje. Una mención especial para Torres, quien asume el rol del árbol del título, con una pierna fracturada, pero con una energía que comanda toda la propuesta. Producida por Karl Vasquez, El árbol de Huayruro cumple el cometido de convertir el hecho escénico en una pieza que es, acertadamente, mucho más que un mero entretenimiento: es un grito desesperado, coherente y necesario, en contra de la deforestación amazónica. Una responsabilidad, que este montaje de Torres ya la vuelve compartida con todos los espectadores.

Sergio Velarde

6 de julio de 2025

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