Casi un juego infantil para llegar al cielo
Una sala repleta recibe a Cuarta Pared. Rayuela vuelve al escenario donde se estrenó hace 10 años, en Lima. Oscurece y un vídeo en blanco y negro nos lleva a París a inicios de los años 50, cuando Julio Cortázar llegó allá para quedarse a escribir sus más notables novelas. Después, apenas visitó su natal Argentina sin ánimo de quedarse o porque las dictaduras se lo impedían. El mismo año que escribió Rayuela (1963) visitó Cuba y se solidarizó con su joven revolución, como lo hicieron los demás escritores del boom latinoamericano de esos años.
En Rayuela, la obra teatral, los personajes hablan de sí mismos, de la Maga y Horacio Oliveira, pero también hablan de Cortázar o más exactamente, es Cortázar quien habla con sus personajes, especialmente con Horacio. Todo ello con una fuerte dosis de humor. Nadie se mofa más y mejor de los argentinos que ellos mismos y si se trata de intelectuales, la descripción crítica de algunos comportamientos absurdos frente a la vida común alcanza altos niveles de creatividad, sin llegar a la parodia o la caricatura. No es una comedia, pero es inevitable reír por momentos y sonreír frecuentemente por la gracia de algunas expresiones. Para lograr estas sensaciones en la platea se necesita dos excelentes actores, comprometidos con ese universo cortazariano, complejo y enrevesado, pero sentidamente latinoamericano. Es una suerte ver la obra con diez años de madurez. Quizás por eso la armonía es perfecta.
Es una puesta fresca, ágil y atrevida. Minimalista sin exagerar, como otras obras de Cuarta Pared. Usa elementos simples, como las sillas que se desplazan para crear fugaces espacios de diálogo. Una escalera de tijera puede ser un altillo doméstico, una torre desde donde ver la vida con otra perspectiva o, invertida, las piernas de una provocadora mujer que pone a prueba las opciones del intelectual puesto en la lupa.
Los actores no salen nunca del escenario, por lo que el tránsito de una escena a otra con distintos personajes ocurre, sin pausa, delante de nosotros, manteniendo un ritmo ágil, casi como un juego infantil a través del cual Horacio busca entender su mundo interior en relación con lo que le rodea, dando pequeños saltos en cada escena. Para él, eso es llegar al cielo de la rayuela que jugaba Cortázar de niño y que en el Perú conocíamos como "mundo".
Al final, la pantalla nos lleva a la imagen de Cortázar en Europa y aunque la palabra Fin anuncia que la obra ha terminado, podría haber terminado de otro modo, con las mismas piezas del rompecabezas, como la novela. Pero no se trata de una versión teatralizada de ella, ni una biografía del autor. Es realmente un homenaje a Julio Cortázar y merece aplaudir de pie.
David Cárdenas (Pepedavid)
3 de marzo de 2025
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