¿Quiero a mi padre?
¿Cuándo fue la última vez que viste llorar a tu padre? ¿Cuándo fue la última vez que se mostraron afecto? Estas son preguntas que, creciendo como un hombre, nos pueden destapar muchas preguntas incómodas sobre nuestros padres y abuelos. ¿Qué tantos dolores suyos habremos heredado? Todas esas preguntas y conversaciones están presentes en Las veces que no (te) dije te quiero, pero como ausencias y enredos emocionales que la dirección sabe estrujar en sus espectadores, conscientes en cada momento de los temas fuertes que se tocan en escena, pero más aún conscientes de aquellos que se callan.
La dirección, la dramaturgia y las actuaciones funcionan como relojería durante la propuesta. En esta última en particular, los tres actores, las tres generaciones, se complementan entre sí y con la dirección, prestos a que la historia no lineal de la propuesta se cuente a través de sus cuerpos. Carlos Victoria pasa de un padre colérico a un abuelo con aparente Alzheimer; David Carrillo, de un padre cansado a un joven ansioso; y Sergio Armasgo, de un joven rebelde a un niño temeroso. Todos a la velocidad de un aplauso, sin sentirse apresurados o superficiales en cada uno de estos momentos. Sus energías están siempre en fluctuación, coherentes con lo planteado en sus vidas y de gran complejidad a través de la ambigüedad en sus emociones.
Destaco esta complejidad por lo simplón que pudo haber sido solo sentar a los tres actores a discutir y acusarse entre ellos de sus traumas por sesenta minutos. Obras de traumas generacionales van y vienen. Pero al tener el corazón de esta propuesta sobre las discusiones tenidas y no tenidas con nuestros padres e hijos impulsa a la obra a ser correctamente creativa, en su manera de relatarnos la historia de esta familia. Los momentos se repiten con pequeños o grandes cambios, el orden de los eventos queda claro y a la vez difuso, viajamos en el tiempo y a realidades paralelas donde sí pudimos decirles a nuestros padres el cariño (o el odio) que sentimos por ellos. El diseño de iluminación y de sonido se vuelve guía de estos cambios y también evocadora de imágenes fuertes y nostálgicas.
Renato Piaggio y Mario Zanatta abordan la masculinidad desde una honestidad sensible y humana. En los tres personajes toman al hombre como un ser capaz de experimentar miedo, fracaso, ternura, cólera. Pesan sus arrepentimientos e interrogantes, pero se impiden de mostrarse abiertamente. Dudo hayan tomado como coincidencia vivir en una sociedad con un 70% de suicidios masculinos, fracaso de la salud mental apabullada por ideas patriarcales. Un trabajo menos sincero habría hecho a Carrillo un hombre duro; o a Armasgo, un joven soñador. Pero nuestras realidades ocultan más miedos y preguntas sin respuesta que eso. Es en esas preguntas sin respuesta que la obra quizás encuentra su doloroso final, sabiendo qué frase está esperando el público, y cerrando dicha puerta con cruda honestidad, quizás impulsándonos a dar el final nosotros, y que saliendo del teatro, podamos tener más hombres que no se sientan obligados a llorar solos.
José Miguel Herrera
24 de enero de 2025
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