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martes, 10 de diciembre de 2024

Crítica: CAMBIAR EL TRAZO


De la playlist al escenario

Existen varias maneras de clasificar las obras de teatro musical, por ejemplo, de acuerdo al empleo de sus canciones para hacer avanzar las respectivas tramas: están las puestas originales que nacen con las canciones ya en la mente del autor, pero también se encuentran aquellas historias no musicales, incluidas series o películas, a las que se les componen canciones específicamente para su representación en los escenarios; y además, los espectáculos que condicionan sus tramas a las playlists ya existentes. Este último formato no debería ser problemático en sí, siempre y cuando se realice con creatividad y coherencia. ¡Ay! ¿Qué será de mí?, con canciones de los Hombres G o Estamos todos locos, inspirado en el dúo Pimpinela, son claros ejemplos de ello. En el caso que nos compete, es el mismo cantautor Luis Golding el dramaturgo y protagonista de esta historia musical llamada Cambiar el trazo, compuesta por sus propias canciones grabadas previamente y que consigue, salvo ligeros detalles, una puesta en escena amena, entretenida y sobre todo, muy humana.

La mayor fortaleza de la propuesta de Golding, en sus dos únicas funciones en el auditorio del CAFAE, es la de contar con banda de músicos en vivo, hecho que todavía sigue pareciendo (y no debería) una novedad cuando se habla de teatro musical. Además, por tratarse de temas propios, el cantautor conoce lo que dice y canta, muy bien secundado por el siempre eficiente Sebastián Ramos, la carismática Paola Boggio y la joven promesa Gabriel Chávez. Acaso los reparos pueden notarse en la dramaturgia de la obra: Golding se interpreta a sí mismo, como un emergente artista en país ajeno y envuelto en una relación tóxica que lo mantiene en un estado depresivo. Sus canciones, bellamente ejecutadas, que hablan de dependencia afectiva y amores no correspondidos, acaso dilatan en demasía su estado anímico en personaje, sin cambios notorios durante buena parte de la obra; sin embargo, la probada calidad interpretativa de Golding se encuentra por encima de estos detalles, manteniendo siempre la expectativa en el espectador. 

Eso sí, al intentar incluir todas sus canciones, aparece una acerca de la homofobia, que si bien resulta absolutamente pertinente, descoloca al espectador de la trama principal, luciendo incluso algo forzada. No obstante, estos son reparos menores frente al gran logro de Golding, en términos generales, al armar todo un espectáculo con su propio repertorio, sean ciertas o no (del todo) las propias experiencias que cuenta. Conmovedor además, incluir a su yo del pasado (Chávez) a manera de autoanálisis acerca de sus logros y sueños aún por cumplir. Cambiar el trazo consolida a Golding como un valioso y sensible intérprete de teatro musical, al que contribuye con su talento para así mantener la excelente calidad de este formato teatral en nuestra comunidad. Y por supuesto, nos invita a volver a escuchar su playlist en Spotify.

Sergio Velarde

10 de diciembre de 2024

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