Páginas

miércoles, 11 de septiembre de 2024

Crítica: MARÍA PIZARRO, HE AQUÍ EL AMOR


Extirpar la justicia

Representar un exorcismo en una sala de teatro, para quienes tenemos los rituales dramáticos bien arraigados, podría ser motivo de recelo. Sin embargo, lo que Vera Castaño y Rocío Limo traen a escena con María Pizarro, he aquí el amor no tiene con esta propuesta ninguna superficialidad ni morbo, sino el más profundo respeto por su personaje histórico y la búsqueda de su salvación a través del espacio compartido del teatro.

Esto no significa que la obra no tome provecho del terror psicológico, con el cual consigue nuestra inmersión desde el inicio. La iluminación con velas, las imágenes estáticas del fondo, los inquietantes sonidos de los gallinazos. Todos los elementos del montaje contribuyen a trasladar al espectador no solo a la Lima colonial, sino a los alrededores de una casa en la que, aunque algunos de sus miembros lo quieran ignorar, algo anda terriblemente mal.

Lo errático o incómodo es un elemento también presente en las actuaciones, que ayuda a cuestionarnos lo que cada personaje está ocultando o reprimiendo y que puede potenciarse desde cada parte del elenco, en especial en contraste con el personaje de María: la firmeza rápida de Eyzaguirre y el misterio envolvente de Rodríguez León son aquí destacables.

El punto de subversión de María Pizarro entra cuando nos damos cuenta que la obra no busca contarnos sobre una posesión demoníaca. Que su objetivo no es atemorizarnos de un mal espiritual, sino del profundo mal que hay sobre la tierra, y del poder que ejerce sobre aquellos que no se doblegan a sus parámetros. Rocío Limo se lleva aquí las palmas, con una interpretación que nos muestra a una chica única, peculiar y también muy humana y curiosa, pero que bajo las costumbres de su época sus excentricidades y su denuncia por una cruel ejecución sólo podían ser vistas como la presencia del maligno, tanto para la inquisición como para los sacerdotes que tratan de oponerse a ella.

Hay una ruptura sorpresiva y brechtiana pasando la mitad de la obra que, con el perdón de mi labor, quiero no revelar en lo absoluto, pues considero su mensaje se vuelve más potente cuando te agarra desprevenido. Te das cuenta que bajaste la guardia y María Pizarro te da su mayor susto, no uno de espíritus del infierno, sino de nuestra misma indiferencia. Quizás, como su protagonista intenta, la mejor manera de cambiar esa historia de terror sea también desde el amor. Muy recomendable (con la advertencia de que vayan acompañados).

José Miguel Herrera

11 de septiembre de 2024

No hay comentarios:

Publicar un comentario