Del espacio vital y otras aniquilaciones
Boys de Ella Hickson, y adaptada por Raúl A. Saco, es una
obra llena de brutalidad juvenil, energía avasallante, con matices emocionales
que nos adentran al mundo interno de cada personaje. Sin duda, una obra que se
alimenta de la pasión y el dolor, pero también de cierta alegría desbordante
propia de la inmadurez de los personajes.
Los actores Brayan Pinto, Francesca Correa, Jorge Guerra
Wiesse, Jorge Luis Pérez, José Miguel Argüelles, Marianne Carassa y Matías
Spitzer logran despertar un sentido especial al texto y regalarnos actuaciones
que despiertan las singularidades de sus personajes y dejar en manifiesto su
verdad única. Valdrá la pena destacar algunos de ellos.
Por el lado de Mack, vemos en su apatía ese vehículo externo
por el cual vamos descubriendo su sensibilidad, su esencia y su relación con
los demás. Por el lado de Cam, destaca su brillo, su curiosidad por la vida y
las ansias de vivir algo distinto, y Timp, enérgico, de una calidad física
expresiva imparable, pero cuya necesidad inconsciente de un espacio de
silencio, hace que nos encariñemos con él.
Otro tipo de detenimiento podemos hacer con el personaje de
Benny, cuyos dilemas son los que transitan e invaden el espíritu de sus
compañeros. En donde la calidad en el manejo del texto de Argüelles permite que
nos adentremos en su mundo interno, en sus necedades y su dolor. Algo que queda
pendiente es la construcción física que otorga, aún sigue en un proceso de
construcción, de liberarse de tensiones más propias del actor que del personaje,
que bloquean por momentos esa fluidez que muestra con el texto.
Con Sophie y Laura ocurre algo distinto. Gran presencia, con
buen manejo de sus personajes al momento de la interacción con los otros,
pero con ciertas limitaciones en su accionar y el tratamiento del
texto. Como si buscaran una verdad a través de una idea de naturalidad. Pero
¿qué es lo natural sino aquello que carga vida? La naturalidad no es
necesariamente una evocación de algo normal, más bien aquella expresividad de
la esencia de las cosas de la vida. En ese sentido, hace falta mayor libertad
para hallar esa esencia en sus personajes.
Por otro lado, la construcción espacial se vuelve vital en
relación con la música, y por ende en la influencia que tienen sobre la
historia. Algo a destacar, sin duda, es cómo la música otorga una amplitud del
caos, de la disonancia de la vida que los personajes quieren contra la que
tienen. Los márgenes de la casa resaltan a manera de cuadro y fortín del caos
de las calles, pero vacío al mismo tiempo, haciendo inevitable que ese caos
externo se fusione con el drama de estos chicos que terminan una etapa y luchan
por soltar un pasado que los vincula y ata. Y un elemento interesante fue el
uso de la refrigeradora como un microespacio dentro del mismo escenario, lugar
seguro de Benny; un lugar donde podía escuchar, pensar, pensarse. Una zona
inquebrantable e inalcanzable.
Todos estos elementos hacen de la obra un montaje sólido,
lleno de estímulos; valdría la pena cuestionarse si estos elementos están al
servicio de la historia, o fugan hacia una idea individual de sus alcances
estéticos, si hablan más de los temas que aborda la obra o buscan potenciar a
los personajes; a veces uno, a veces lo otro. Pero no se puede negar que
enriquecen la historia, por lo menos la mayor parte del tiempo.
Con ello, la obra termina mostrándose como una historia
vertiginosa, donde los personajes tratan de salir de aquello que los va
sepultando, aniquilando. Un espacio vital que ha dejado de ser vida para muchos
de ellos, que seguirá siendo un refugio para otros, pero donde siempre existe
la posibilidad de mirar la vida con otros ojos.
Omar Peralta
29 de mayo de 2024
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