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miércoles, 9 de agosto de 2023

Crítica: HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE


Paralelismos cómicos de la vida conyugal

Dos universos cómicos del dramaturgo francés Georges Feydeau, Leonorcita se adelantó y No somos nada, cada una de un acto, conforman la obra Hasta que la muerte nos separe, bajo la dirección de Alberto Ísola. Este montaje se encuentra en temporada en el Teatro de Lucía hasta el 21 de agosto, trayendo a escena a un elenco conformado por Sandra Bernasconi, Javier Valdés, Roberto Ruiz, Airam Galliani, Antonella Gallart y Sol Nacarino. Ambas obras están ambientadas en Paris de 1912. La primera historia trae a Leonor, quien está a punto de dar a luz; Toudoux, su marido; sus padres, los de Champrinet; y la partera hacen lo posible para que el parto se desarrolle de la mejor manera. La segunda historia, en otro lugar de la ciudad, muestra a Luciano, quien vuelve tarde de un baile de disfraces y se enfrenta a los reclamos de su mujer, Yvonne, hasta que en medio de la madrugada y las discusiones conyugales llega una noticia impactante.

Leonorcita se adelantó

Galliani encarna a Leonor, una mujer en trabajo de parto, quien se apoya en su esposo Toudoux (Ruiz) para sobrepasar las contracciones. Desde el inicio de la obra, se destaca el trabajo de construcción de personaje de la pareja de esposos, con un trabajo impecable de texto, manteniendo el ritmo de la obra de acuerdo a lo que una comedia como esta requiere. A nivel de técnica actoral, el elenco completo logró apropiarse del texto, la idiosincrasia y los comportamientos propios de un París de inicios del siglo XX. La contextualización de la obra fue clara, gracias al uso de una escenografía detallada, la cual describía perfectamente el hogar de una familia de clase media – alta de aquella época. La obra logró ser vitrina de una situación íntima y cotidiana de los vínculos de las dos parejas de la historia. Era fácil crear empatía con las emociones y pensamientos de los personajes, pues describía situaciones que no tienen tiempo ni contexto: problemas de pareja, posiciones sobre lo que es ser padre, ser madre, la rutina en pareja, la evolución de esta en el tiempo, entre otros tantos aspectos tan humanos y vigentes. Ísola logró, a través de su interpretación y dirección, trabajar la comicidad a pesar de que las historias en sí mismas podían llegar a ser oscuras.

No somos nada

Luciano (Valdez) vuelve tarde de una fiesta de disfraces. Yvonne (Bernasconi), su esposa, lo recibe con una serie de reclamos que oscilan entre distintos reclamos por celos, inseguridades, choques de opiniones, entre otros temas importantes de discutir en pareja. Destaco el trabajo de ambos actores en esta historia, pues lograron una concentración y conexión técnicamente impecable en escena. Un elemento que resaltaba dentro del desarrollo de la discusión era la inclusión aleatoria de su criada, interpretada por Galliani, quien era víctima de decisiones impulsivas tomadas por sus patrones. Este factor resultaba muy gracioso al espectador: el director logró que, a pesar de que se trataba de una situación densa, la comicidad estaba presente dualmente. Esta historia fue adecuadamente colocada como segunda dentro de la representación. Si bien la situación y los giros de la historia no son para reírse, la historia fue complementada con situaciones tan cotidianas como cómicas sostenidas adecuadamente. La conversación de esta pareja de mediana edad resultó simpática, pues tocaba y criticaba comportamientos de marido y mujer que, estoy segura, cualquier pareja podría atravesar en algún punto de su relación.

Stefany Olivos

9 de agosto de 2023

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