Paralelismos cómicos de la vida conyugal
Dos universos cómicos del
dramaturgo francés Georges Feydeau, Leonorcita
se adelantó y No somos nada, cada
una de un acto, conforman la obra Hasta
que la muerte nos separe, bajo la dirección de Alberto Ísola. Este montaje se encuentra en temporada en el Teatro de Lucía hasta
el 21 de agosto, trayendo a escena a un elenco conformado por Sandra
Bernasconi, Javier Valdés, Roberto Ruiz, Airam Galliani, Antonella Gallart y
Sol Nacarino. Ambas obras están ambientadas en Paris de 1912. La primera historia trae a Leonor, quien está a
punto de dar a luz; Toudoux, su marido; sus padres, los de Champrinet; y la
partera hacen lo posible para que el parto se desarrolle de la mejor manera. La
segunda historia, en otro lugar de la ciudad, muestra a Luciano, quien vuelve
tarde de un baile de disfraces y se enfrenta a los reclamos de su mujer,
Yvonne, hasta que en medio de la madrugada y las discusiones conyugales llega
una noticia impactante.
Leonorcita
se adelantó
Galliani encarna a
Leonor, una mujer en trabajo de parto, quien se apoya en su esposo Toudoux (Ruiz)
para sobrepasar las contracciones. Desde el inicio de la obra, se destaca el
trabajo de construcción de personaje de la pareja de esposos, con un trabajo
impecable de texto, manteniendo el ritmo de la obra de acuerdo a lo que una comedia
como esta requiere. A nivel de técnica actoral, el
elenco completo logró apropiarse del texto, la idiosincrasia y los
comportamientos propios de un París de inicios del siglo XX. La contextualización de la obra fue clara, gracias
al uso de una escenografía detallada, la cual describía perfectamente el hogar
de una familia de clase media – alta de aquella época. La
obra logró ser vitrina de una situación íntima y cotidiana de los vínculos de
las dos parejas de la historia. Era
fácil crear empatía con las emociones y pensamientos de los personajes, pues
describía situaciones que no tienen tiempo ni contexto: problemas de pareja,
posiciones sobre lo que es ser padre, ser madre, la rutina en pareja, la
evolución de esta en el tiempo, entre otros tantos aspectos tan humanos y
vigentes. Ísola logró, a través de su interpretación y dirección, trabajar la
comicidad a pesar de que las historias en sí mismas podían llegar a ser
oscuras.
No
somos nada
Luciano (Valdez) vuelve
tarde de una fiesta de disfraces. Yvonne (Bernasconi), su esposa, lo recibe con
una serie de reclamos que oscilan entre distintos reclamos por celos,
inseguridades, choques de opiniones, entre otros temas importantes de discutir
en pareja. Destaco el trabajo de ambos actores en esta
historia, pues lograron una concentración y conexión técnicamente impecable en
escena. Un elemento que resaltaba
dentro del desarrollo de la discusión era la inclusión aleatoria de su criada,
interpretada por Galliani, quien era víctima de decisiones impulsivas tomadas
por sus patrones. Este factor resultaba muy gracioso al
espectador: el director logró que, a pesar de que se trataba de una situación
densa, la comicidad estaba presente dualmente. Esta historia fue adecuadamente
colocada como segunda dentro de la representación. Si bien la situación y los
giros de la historia no son para reírse, la historia fue complementada con
situaciones tan cotidianas como cómicas sostenidas adecuadamente. La conversación de esta pareja de mediana edad
resultó simpática, pues tocaba y criticaba comportamientos de marido y mujer
que, estoy segura, cualquier pareja podría atravesar en algún punto de su
relación.
Stefany Olivos
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