Cuando pensamos que soñar no vale nada
Un nuevo montaje del clásico Mades Medus de la dramaturga huancaína
María Teresa Zúñiga vuelve a colocar en tela de juicio la falta de interés de
la sociedad y las autoridades por tomar al arte como una figura relevante y
necesaria, en medio de una coyuntura que vuelve a repetir el patrón de la
indiferencia para con sus artistas. Ahora, contextualizado gracias a la
dirección de Jorge Robinet, la obra cobra un sentido cercano a la realidad
vivida por muchos teatristas durante la pandemia, el final de la cuarentena, el
antes y después de las huelgas del 14N y el posicionamiento de la decadente
clase política actual.
La historia trata de Mades (Vanesa
Vizcarra) y Medus (Bruno Espejo), dos payasos itinerantes que entretienen a su
público a través de diversas improvisaciones y repertorios de situación. Ambos
esperan a que lleguen espectadores a su vieja carpa hecha con telas de
pancartas para marchas, pero al parecer todo es en vano. Sin embargo, ellos
siguen practicando sus números donde satirizan las convenciones sociales y
políticas más tradicionales de la urbe. Desde este punto de vista, las
intenciones de posicionar la narrativa en la actualidad son obvias, por lo que
vemos a través de diversos recursos estéticos el nivel de cercanía con la
coyuntura.
En general, el discurso de la propuesta se
trata por medio de simbolismos, tanto en el cuerpo de los actores como en el
uso de los objetos que ellos manejan. Asimismo, el aspecto visual tiene énfasis
en el color rojo y blanco que podría formar parte de muchas lecturas, por ejemplo,
viejas banderas que ahora son utilería y trapos; entonces, junto a la
corporalidad decadente de los personajes que están desdichados, incluso cerca
de la muerte, nos permite envolvernos en una atmósfera de nostalgia que tanto
el artista de la calle como gran parte de la población peruana de bajos
recursos económicos se ve sumergida muchas veces.
No obstante, los intérpretes, aunque cumplen
en términos de naturalidad e histrionismo en sus secuencias a modo de
arlequines, en el lado emotivo no logran conmover tal y como el texto lo exige.
En cambio, la relación de los personajes se torna fría a lo largo de la
función. Nada más parecen concentrados en conseguir palcos llenos, en
satisfacer la evidente necesidad de dinero y capital, olvidando el trasfondo de
la situación explicada en sus diálogos: el público ya no le interesa ir al
circo o al teatro, ya no quieren atreverse a soñar o perderse en inofensivas
fantasías por andar preocupados en ambicionar poder, estatus y formar parte de
un mundo al ritmo de un desliz de los dedos cuando toca la pantalla del
teléfono. Por esa razón, el desenlace se vivencia débil, apagado, corto.
Todavía el texto de María Teresa sigue
tocando fibras sensibles y se mantiene presente en el Perú contemporáneo. Ojalá
que con el tiempo podamos revertir lo que Medus afirma al mencionar que “los actores mueren de tristeza sobre las
tablas de sus sueños”, para luego nunca olvidar lo maravilloso que es
acompañar a Moliere o a otros teatreros peruanos en escena realmente entregados
a actuar porque no pueden vivir sin hacerlo.
Christopher
Cruzado
12 de noviembre de 2022
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