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sábado, 12 de noviembre de 2022

Crítica: MADES MEDUS


Cuando pensamos que soñar no vale nada

Un nuevo montaje del clásico Mades Medus de la dramaturga huancaína María Teresa Zúñiga vuelve a colocar en tela de juicio la falta de interés de la sociedad y las autoridades por tomar al arte como una figura relevante y necesaria, en medio de una coyuntura que vuelve a repetir el patrón de la indiferencia para con sus artistas. Ahora, contextualizado gracias a la dirección de Jorge Robinet, la obra cobra un sentido cercano a la realidad vivida por muchos teatristas durante la pandemia, el final de la cuarentena, el antes y después de las huelgas del 14N y el posicionamiento de la decadente clase política actual.  

La historia trata de Mades (Vanesa Vizcarra) y Medus (Bruno Espejo), dos payasos itinerantes que entretienen a su público a través de diversas improvisaciones y repertorios de situación. Ambos esperan a que lleguen espectadores a su vieja carpa hecha con telas de pancartas para marchas, pero al parecer todo es en vano. Sin embargo, ellos siguen practicando sus números donde satirizan las convenciones sociales y políticas más tradicionales de la urbe. Desde este punto de vista, las intenciones de posicionar la narrativa en la actualidad son obvias, por lo que vemos a través de diversos recursos estéticos el nivel de cercanía con la coyuntura.

En general, el discurso de la propuesta se trata por medio de simbolismos, tanto en el cuerpo de los actores como en el uso de los objetos que ellos manejan. Asimismo, el aspecto visual tiene énfasis en el color rojo y blanco que podría formar parte de muchas lecturas, por ejemplo, viejas banderas que ahora son utilería y trapos; entonces, junto a la corporalidad decadente de los personajes que están desdichados, incluso cerca de la muerte, nos permite envolvernos en una atmósfera de nostalgia que tanto el artista de la calle como gran parte de la población peruana de bajos recursos económicos se ve sumergida muchas veces.

No obstante, los intérpretes, aunque cumplen en términos de naturalidad e histrionismo en sus secuencias a modo de arlequines, en el lado emotivo no logran conmover tal y como el texto lo exige. En cambio, la relación de los personajes se torna fría a lo largo de la función. Nada más parecen concentrados en conseguir palcos llenos, en satisfacer la evidente necesidad de dinero y capital, olvidando el trasfondo de la situación explicada en sus diálogos: el público ya no le interesa ir al circo o al teatro, ya no quieren atreverse a soñar o perderse en inofensivas fantasías por andar preocupados en ambicionar poder, estatus y formar parte de un mundo al ritmo de un desliz de los dedos cuando toca la pantalla del teléfono. Por esa razón, el desenlace se vivencia débil, apagado, corto.

Todavía el texto de María Teresa sigue tocando fibras sensibles y se mantiene presente en el Perú contemporáneo. Ojalá que con el tiempo podamos revertir lo que Medus afirma al mencionar que “los actores mueren de tristeza sobre las tablas de sus sueños”, para luego nunca olvidar lo maravilloso que es acompañar a Moliere o a otros teatreros peruanos en escena realmente entregados a actuar porque no pueden vivir sin hacerlo.

Christopher Cruzado

12 de noviembre de 2022

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