En estos últimos años ha surgido una controversia
(justificada o no) acerca de la manera en la que deberían rehacerse algunos clásicos,
por ejemplo, las películas animadas en versiones de carne y hueso. ¿Deben
seguirse al pie de la letra los rasgos físicos de los personajes, muy
reconocibles por varias generaciones? No necesariamente. ¿Pueden el Hada Azul o
la Sirenita ser afrodescendientes? Por supuesto que sí. Porque nada es igual. Pero
sin entrar en polémicas y valgan verdades, si los cambios realizados tienen una
justificación razonable y además, sirven para encontrar nuevos matices y
significados a la historia, pues entonces bienvenidos sean. Y justamente, nadie
se rasgará las vestiduras de ver al Genio de Aladdin, en la interesante puesta
musical La maldición de la lámpara, ser
interpretado por una actriz.
Gerardo Fernández, adaptador, director y actor de la obra,
arriesga al presentar la historia que todos conocemos haciéndole algunos
cambios, que no solo son oportunos, sino que revitalizan la trama y hasta
sorprenden a los espectadores. Uno de los aspectos más logrados son los
paralelos con la coyuntura social actual y acaso de toda la vida, con Aladdin (Álvaro
Pajares), convertido en un líder del pueblo que lucha contra la tiranía en su
nación; el malvado Jafar (Fernández), mareado por el poder; el vanidoso Sultán
(Jano Carper), que esconde un historial de abuso y violencia; y la princesa Jazmin
(Pilar Rivera), menospreciada por su condición de mujer. Interesante además que
la figura del Genio (Cynthia Bravo), a pesar de la maldición que viene
sufriendo, luzca empoderada y femenina a la vez, sin importar el género.
El íntimo Teatro Esencia - Sala Ana Loli es el espacio justo
para que Fernández ofrezca persecuciones por las calles, cavernas que se abren
con sangre, intrigas palaciegas y disparos con armas de fuego, en medio de
musicales con coreografías y voz en vivo con pistas grabadas. Muy buen trabajo
vocal de todo el elenco, destacando la joven Rivera, toda una revelación. La maldición de la lámpara es una más
que satisfactoria revisión de este clásico familiar, con un toque contemporáneo
que no luce para nada forzado. Jazmin y Aladdin terminan la puesta cantando
sobre la alfombra mágica “Un mundo igual”, con la esperanza de que nuestra
sociedad sea más igualitaria y que acepte varios cambios estructurales, tan
necesarios para nuestra sana evolución como humanidad.
Sergio Velarde
1º de noviembre de 2022
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