Ataque del “Covid(cho)”
La cuarentena, la pandemia, la enfermedad, la muerte, el distanciamiento,
la soledad, el hecho de estar atrapado en nuestro mundo interno por temor al
mundo exterior; diversos temas o consecuencias relacionados al Covid 19 han
llevado a muchos artistas a hacer de ellos parte de su trabajo creativo. Por
supuesto, las perspectivas son variadas, las poéticas también, pero cuando
consideramos demasiada literalidad como mejor vía para contar este tipo de
historias puede resultar hastiado y nada entretenido. Por ello, el artista
escénico tiene una tarea compleja para llevar a cabo un espectáculo interesante
con relación a la coyuntura pandémica. Sin embargo, Lima-Miami-Wuhan, obra escrita por Federico Abrill, en la versión de
Xiomara Loli y dirigida por Renato Piaggio, tiene propuestas considerablemente
buenas, pero que traen consigo debilidades visibles tanto en el texto como en
la composición.
La obra narra la relación a distancia de Juan y Clara (interpretados por
Gian Paul Miranda y Lia Camilo, respectivamente), quienes planean vivir juntos
luego de juntar el dinero suficiente para emigrar de los países donde radican,
hasta que todo se ve interrumpido por la cuarentena a causa del Covid. Esta
idea de las reuniones online es bien resuelta cuando ambos actores juegan a la
convención de que se encuentran en diferentes territorios (tanto en espacio
como en tiempo), a pesar de que los vemos en el mismo escenario. Las
directrices funcionan, marcan la estética general. No obstante, el recurso se
agota cuando nos centramos en los conflictos de los personajes. Poco atractivos
de seguir o de empatizar. Son los clásicos miembros de la sociedad que tienen
malos trabajos, bajos sueldos, pésimas profesiones y que suelen abandonarse en
la tristeza. Lo único que los mantiene a flote es el anhelo de convivir, pero
la flaqueza de la relación entre los actores complica la atención del
espectador. Varias veces no logran la intensidad necesaria para mostrar un
romance estable, ni lastimado por las circunstancias.
A mitad de la función, la acción mejora. Pues el conflicto más interesante
se presenta: el contexto cuarentena. La historia se torna densa, explicita. Los
personajes muestran su lado más frágil y más fuerte frente a las dificultades,
del cual resalto el dilema de Juan cuando su función consiste en despedir a
trabajadores de la empresa donde labora, sirviendo como una mirada crítica a la
deshumanización en los sectores de trabajo. Lamentablemente, esta última parte
es corta. Los problemas se resuelven rápido y los breves discursos políticos
pasan por agua fría; además, lo mejor de las interpretaciones se ven en vídeos
situacionales transmitidos en pantallas y no mucho en escena.
Otro aspecto visual que no terminó de cuadrar en el montaje fueron sus
transiciones de escena, cuando se nos presenta al símbolo principal: el
murciélago. Este es un ente que recorre el mundo entero, pero no como causante
de la inestabilidad global sino como un viajero místico; el cual es difícil de
encontrarle un sentido que no sea contradictorio.
Pudo tener un mejor cierre, incluso un giro prometedor. Felizmente, aunque
hablemos de Covid en el teatro, estamos seguros de no enfermarnos en estos
espacios, mas no seguros por completo de si seremos sorprendidos por lo que
veremos.
Christopher Cruzado
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