Los tiempos del sexo
Antes de La habitación azul (The blue room,
1998) fue creada La ronda (Reigen, 1897). Tremenda polémica causó en su tiempo
no solo la publicación de este último texto dramático escrito por el alemán
Arthur Schnitzler, sino también su controvertido y tardío estreno varios años después,
el cual fue objeto, por ejemplo, de peticiones del Ministerio de Cultura de
Prusia para prohibir su representación, aderezadas con amenazas de prisión
efectiva para sus responsables artísticos; así como indignadas reacciones
públicas y punzantes críticas que calificaron a su autor de pornógrafo; y nada
menos que sillas y bombas fétidas arrojadas al escenario en medio de una de las
funciones. Y es que eran otros tiempos. Casi dos décadas después, la corte de
Berlín le retiró los cargos de inmoralidad, pero la “fama” ganada por La ronda
persiste hasta el día de hoy: su trama involucra los intermitentes encuentros
sexuales de una serie de personajes, siempre en parejas, que llamaron
poderosamente la atención en su momento, debido a ser estos de diversas
condiciones socioeconómicas y además, por poner sobre el tapete los peligros de
las enfermedades de transmisión sexual.
Pues bien, La habitación azul, adaptación
del texto de Schnitzler por el laureado dramaturgo inglés David Hare a petición
del director Sam Mendes, se convirtió no solo en el vehículo teatral perfecto
para una ascendente Nicole Kidman y su éxito rotundo en el escenario británico de
aquel entonces, sino también en el estreno de una versión más edulcorada y
menos controvertida en los aspectos más sórdidos del material original y que se centró
en todo caso, en la profundidad psicológica de este puñado de personajes
solitarios y frustrados que buscan el amor (o tan solo sexo), muchas veces de
las maneras más disparatadas. Pero La ronda y La habitación azul sí guardan,
por lo menos, una estructura similar: diez escenas protagonizadas siempre por
un hombre y una mujer, antes y después de tener relaciones; desde la primera,
con la Mujer 1 y el Hombre 1; pasando por la segunda, con el Hombre 1 y la
Mujer 2; y así, hasta la última, con el Hombre 5 y de nuevo la Mujer 1. Y como
los tiempos cambian, algunos personajes originales como el soldado, la criada y
el poeta, ahora son un taxista, una niñera y un dramaturgo. Todos ellos
interpretados por solo dos actores.
Valga la dilatada introducción para
entender los valores de La habitación azul estrenada en el Teatro Ricardo Blume
de Aranwa, bajo la dirección de Mateo Chiarella. Acaso hubiera sido interesante
indagar más en algunos de estos encuentros sexuales (nada menos que diez en
casi cien minutos de espectáculo), en estos tiempos difíciles de
empoderamientos femeninos, discriminación sexual y transmisiones de ETS. Pero
el relativismo y hasta la trivialidad actual con respecto a la sexualidad
funciona perfectamente; atrás quedaron polémicas o controversias, incluidas las
generadas por su afiche promocional: la falta de compromiso y lo efímero de las
relaciones sentimentales (cuando existen sentimientos de por medio) resultan
coherentes con la ambientación de la puesta, que luce oscura, fría, con tonalidades
azules que contrastan con las luces de neón rojas que delimitan la mencionada
habitación. Bien Sebastián Stimman, representando con precisión y efectividad
cada uno de sus personajes; y muy bien Andrea Luna, hilarante, dramática y
sensual en cada rol asumido, superándose a sí misma luego de Música (2018). Inmejorable
el escenario escogido: el teatro circular de Aranwa se encuentra en total concordancia con la
estructura cíclica de la obra. Notable el guiño del video que nos informa de la
duración de cada uno de los diez coitos. Lejos del escándalo de Schnitzler, Chiarella
utiliza los cuerpos e histrionismos de Luna y Stimman para ofrecer en La habitación azul, un
pertinente análisis sobre la sexualidad en nuestra época, tan acelerada,
insustancial y cínica.
Sergio Velarde
16 de junio de 2019
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