A propósito del pre-estreno de la obra El Caballo del Libertador, segunda entrega de la Trilogía,
acontecida en el Centro Cultural de la PUCP, Oficio Crítico conversó con el reconocido dramaturgo y director de
la puesta Alfonso Santistevan y con sus protagonistas, el renombrado actor
Alberto Isola y la joven actriz Carolay Rodríguez.
En principio, ¿cómo ha sido el proceso de creación de esta
Trilogía?
A.S.: “Es un poco una locura, porque en realidad esto se le
ocurrió hace algunos años a Alberto y me la propuso, y nos hemos demorado un
poquito porque al principio pensábamos hacerlo en una casa y ahí hacer las tres
obras (Vladimir, El Caballo del Libertador y Pequeños Héroes), porque las tres
obras suceden en interiores. Además, llegamos al espacio como metáfora del
Perú, las tres obras tratan sobre el Perú; pero al final llegamos acá, al
Centro Cultural de la Católica, que decidió producir el proyecto junto con la
Facultad de Artes Escénicas y entonces, hicimos esta casa que es ahora el
escenario y en esta casa suceden las tres obras, lo único que cambian son los
muebles, pero la casa es la misma, es la misma escenografía.”
“Ha sido un poco una locura, digo, porque es hacer tres
obras simultáneamente; entonces, hay una que dirige Alberto, otra que dirijo
yo, otra en la que actúa Alberto, hay otra que dirigimos los dos, pero que yo también
actúo. Es un poquito complicado, son tres elencos distintos pero los directores
son los mismos; ha sido bastante estresante, pero también ha sido para mí y
creo que para Alberto también muy enriquecedor, porque creo que estamos
trabajando con los actores que realmente queremos que hagan estas obras, que
son actores absolutamente de primer orden y, además, creo que también es muy
interesante montar esto con una visión de lo que pasa hoy. Son obras escritas
hace muchos años, así pues pensar cómo va a ser la recepción hoy, eso a mí me
interesa particularmente como autor y creo que Alberto en el caso de Vladimir, por ejemplo, le ha dado a la
puesta en escena algo distinto a lo que tenía la original, ha hecho algunas
trasposiciones que ayudan a ver la obra más desde el punto de vista del hijo
que de la madre, cosa que no era en el original.”
“En este caso, El Caballo del Libertador, sí es la puesta en
escena tal cual, pero claro, con el concurso de Alberto y de Carolay, que
aportan enormemente a la obra en profundidad, en intensidad ¿no? Y para mí, es
viajar al origen de hacer esta obra, porque es la primera que escribí, por lo
que ha sido muy removedor y estamos en proceso con Pequeños Héroes, estamos ahí
empezando”.
Respecto a la puesta original y a la que se presenta
actualmente, ¿cuál sería el punto de comparación en su opinión?
A.S.: “La diferencia sustancial está en que, en la primera
puesta, yo lo único que tenía era un relato, que se lo di a los actores, en
base a eso improvisaron y creamos la obra; en realidad, yo la creé con ellos a
partir de un relato mío, pero con las improvisaciones de ellos, por eso es que
en el programa están los nombres de Maritza Gutti y José Enrique Mavila, que
fueron los que hicieron los papeles, porque tú te das cuenta que la obra es
bien episódica; un poco como que cada escena fue una improvisación, que
corresponde a una sesión de improvisación. Entonces, guarda esa impronta de lo
improvisado y eso es rico ¿no? Es un poco raro, porque hacer este texto sin los
actores que la crearon, y convertida ya en un texto fijo es un poco extraño a
ratos, pero Carolay y Alberto tuvieron la paciencia enorme de soportarme que yo
reprodujera muchas cosas del montaje original, en términos de espacio, de
movimiento, de vestuario y de cosas así, pero claro, a la vez, ellos
evidentemente han aportado muchísimo en profundidad, en la interpretación misma
de los personajes, en humor, en un montón de cosas que le han dado a la obra.”
Por su parte, Carolay Rodríguez comparte la experiencia de
abordar este personaje lleno de matices y cambios. “Ha sido complicado, trabajador
y enriquecedor, porque he tenido que pasar de diferentes emociones y han habido
escenas cortas en las que estaba riéndome y en la otra tenía que entrar
llorando; así que abordar eso ha sido como complicado, pero he tratado de coger
técnicas que justo estoy trabajando en mi tesis para abordarlo en esta obra. Es
emocionante, además, estar en escena con Alberto Isola, que lo escuchas y ya
aprendes muchísimo; de Alfonso Santistevan, que te dirige muy bien y te da
mucha tranquilad; me he sentido segura, no me he sentido como nerviosa, ni
nada, sino que he sentido mucha seguridad al abordar esta obra”.
Acerca del idioma, pues Carolay desarrolla algunos
parlamentos en quechua, nos comenta que tuvo que parenderlo para la puesta. “Además,
Alfonso me pasó el texto, cómo se escribía, yo dije ya, pero, ¿¡cómo se
pronuncia!? Entonces, pregunté a maestras (Ana Correa), le dije si tenía un
contacto, ella me lo pasó, me mandó un audio con la pronunciación, he estado
practicando y practicando. Luego le dije a mi abuela también, quien es de
Ayacucho, me dijo cómo repetirlo, lo he repetido hasta interiorizarlo y de
verdad, poder decirlo sin ninguna complejidad”. Respecto al mensaje de la obra,
Carolay resume que “a mí lo que me llena mucho es esta necesidad del vínculo
para sobrevivir, siento que siempre hay esta necesidad de unirse al otro y
acompañarse para poder luchar y seguir adelante, uno nunca está solo, sino que necesita
de alguien más, por eso debemos ser empáticos; eso por un lado, y por otro, es
la memoria de lo que pasó: yo he aprendido muchísimo a partir de esta obra, de
los reportajes que veía, del miedo que había en la gente de solo salir a comprar
el pan. Ha sido en verdad enriquecedor tener que pasar por este personaje y
vivirlo.”
Asimismo, Alberto Isola nos cuenta cómo ha llevado el
proceso de participar en este proyecto. “Esto es un viejo sueño, yo vi los tres
montajes originales de los que no recuerdo mucho, salvo la sensación muy fuerte
y a los maravillosos actores. Estos son textos, además, que se han hecho mucho
en talleres, en escuelas, yo mismo los he hecho un par de veces y yo sentía que
eran textos que tenían que ser vistos; entonces en algún momento le dije a
Alfonso: ‘Oye, son tres, las tres tienen cosas en común’; él me decía: ‘Pero yo
no la escribí así’; ‘Pero, bueno, yo sí veo cosas en común’; entonces esa fue
la idea originalmente. Felizmente, no se dio así, porque al principio yo iba a
dirigir las tres, pero yo tenía un problema con la obra El Caballo del
Libertador, porque me parece como muy personal, así que lo que estamos haciendo
es una reformulación de su montaje. Me gusta, porque me parecen textos que no
solamente hablan de una época de la cual es importante hablar, sino porque
tienen una dimensión poética y teatral muy grande, entonces, me parecía que
tenían que ser vistas donde tenían serlo, que es en el teatro, para el público
en general”.
Acerca de las simbologías en la representación, Isola
comenta que “es bien curioso, porque Alfonso es muy práctico: yo, el primer día,
le dije: ‘Pero este hombre qué tiene, ¿está ciego?’ y me dijo: ‘No, ha cerrado los
ojos, porque no quiere mirar y se acabó’; entonces, ¿es Bolívar, no es Bolívar?
Es Bolívar, ¿por qué? No importa, ¿está soñando? No sé, entonces lo que quiero
decir con esto, es que todo lo trabajamos muy concretamente, porque creo que
una de las cosas más difíciles de hacer símbolos en el teatro, es que no se
quede en una cosa media etérea; por eso, trabajamos mucho la verdad del
personaje y asumimos como una circunstancia dada que este hombre cerraba los
ojos y se acabó”.
En cuanto a una comparación en el tiempo de la obra, agrega
que “la gran diferencia es que esta obra termina cuando va a empezar lo peor en
la historia, nadie sospechaba que lo que vino después iba a ser lo que fue, o sea
peor todavía. Ahora estamos viendo para atrás; por eso, creo que la mirada ahora
es una hacia lo que fue y lo que ha pasado en todo ese tiempo. Inclusive,
cuando hicimos Vladimir, hemos cambiado y ahora esa obra comienza de otra
manera que cuando originalmente se hizo, porque pensábamos que era importante
que la obra se viera desde el punto de vista del chico y no de los padres; acá
no, porque esta es una obra mucho más metafórica; yo creo que la obra hace lo
que el teatro hace: uno que te toca a un nivel mucho más inconsciente, más
poético y te hace preguntarte qué pasó, si seguimos con los ojos cerrados, si
los vamos a abrir o no y por qué es tan difícil abrir los ojos. Y por qué
todavía hay tanta violencia y animadversión cuando se habla de estos temas y de
esa época. Recuerdo esos años, porque fueron realmente duros y creo que ahora
uno se da cuenta, claro, y cuando te das cuenta lo que pasaba en otros sitios,
sientes que tu vida, por dura que fuera, no ha sido tanta como la de los demás,
Yo recuerdo el teatro hace años como un espacio de solidaridad, de compañía y
donde además íbamos a ensayar y a veces había un coche bomba, a veces se iba la
luz, pero hacíamos teatro, y era una manera de resistir, así que el refugio
estaba ahí también, no solamente era uno en el otro a nivel personal, era
también un refugio en el teatro, que incluye a los espectadores, como un
espacio de resistencia”.
Para finalizar, el destacado actor recomienda ver la obra
por “dos razones muy sencillas: la primera es porque creo que está entre los
más grandes textos de nuestra historia teatral y los textos hay que verlos en
el escenario y creo que durante muchos años, yo lo he hecho también, estas
obras se han hecho mucho (en talleres) y está muy bien, pero, creo que es
importante que sean vistas por un público mayoritario, porque son parte de
nuestra historia teatral. Por otro lado, porque evidentemente es un espacio de
reflexión importante, metafórico, y por eso creo que muy particular, sobre algo
de lo cual todavía no hemos salido, entonces, todo este tema de la memoria me
parece muy, muy interesante. El otro día alguien me dijo: ‘Oye, nosotros en el
noventa y cuatro éramos como los venezolanos ahora?, pues sí, o sea teníamos
que migrar, yo mismo tuve que migrar dos veces, porque no podías trabajar en
este país; así que es bueno empezar a ver todo eso y darte cuenta de realmente
dónde vamos, sobre todo, para contrarrestar todos los discursos reaccionarios,
xenófobos, de todo tipo ¿no?, o aquellos que sobre todo, tratan de borrar la
capacidad de recordar y de pensar”.
Maria Cristina Mory Cárdenas
30 de setiembre de 2018
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