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jueves, 13 de septiembre de 2018

Crítica: SOLO COSAS GENIALES


El genial viaje de Norma Martínez

El teatro Ricardo Blume da lugar a Solo cosas geniales, escrita por Duncan Macmilla, siendo este el primer unipersonal de la actriz Norma Martinez.  Una niña de siete años se propone escribir una lista de cosas geniales para contrarrestar su difícil situación familiar: una madre que acaba de intentar suicidarse y un padre que debe explicar a su pequeña hija lo que está sucediendo. Temas como el suicidio y las consecuencias que desencadena un hecho como este son tocados con un aire lúdico, donde la historia, llena de humor, va adquiriendo una atmósfera acogedora.

La recepción del público está a cargo de la misma actriz, quien va buscando aliados entre los asistentes a la función para momentos específicos de la obra. Esta bienvenida aporta a la sensación de estar siendo recibido en una fiesta de antaño. La gran sonrisa de Norma, al lado de los objetos que va entregando a los ayudantes del día, provoca gran expectativa sobre lo que viene. Varios de los asistentes a la función tienen en sus manos objetos viejos, cartas, libretas con el aire hipster tan de moda actualmente.

La función empieza: un gran viaje de la actriz que, con eficiencia, va jugando y calibrando su interpretación desde personajes como el de una niña de siete años hasta la mujer adulta que nos cuenta la historia de cómo la lista de cosas geniales se fue formando. Es interesante el trabajo de personajes que realizó Norma, debido a que interpretó a uno mismo en distintos rangos de edades. Esto funcionó debido al nivel de especificidad que la actriz logró en escena a través de las acciones físicas. El uso del escenario circular fue impecable, incluso ubicaba adecuadamente a la  gente del público que invitaba a “actuar” de algunos personajes importantes dentro de la historia como el padre, un novio, etcétera.  Un recurso que funcionó para el manejo del espectáculo por parte de Norma es el hecho de adquirir una posición de animadora en relación al público. Cuando el personaje hablaba desde su adultez, daba la impresión de tocar al público con su voz, debido a lo potente y a la especificidad del trabajo de texto evidente para la representación. La especificidad del trabajo de toda la puesta en escena permitió apreciar el montaje tanto desde el lado técnico como desde el lado temático.

La habilidad para manejar momentos de distinto talante a lo largo de la obra permitió ver capas distintas que forman parte del imaginario “suicidio”. Hay mucha reserva y tabú con este tema, y se suele enfocar desde la perspectiva del suicida; sin embargo, esta obra se nos presenta desde la periferia, desde el lado de los familiares que tienen que lidiar con personas depresivas. Los efectos colaterales en familiares víctimas de suicidio suelen tener incluso menos atención que las propias víctimas. Los índices de suicidio aumentan cada año debido al ritmo de vida agitado que tenemos actualmente. ¿En dónde empieza y en dónde termina la cadena de un suicidio? Es una de las preguntas que me deja este montaje, una invitación a pensar en aquellas pequeñas cosas geniales que no se suele ver día a día y, si le prestamos atención, pueden convertir días monótonos en días de solo cosas geniales.

Stefany Olivos
13 de septiembre de 2018

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