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domingo, 15 de abril de 2018

Crítica: UN PERFECTO MENTIROSO


Un mentiroso no tan perfecto

En el Teatro Auditorio de Miraflores se está presentando Un perfecto mentiroso de Marc Camoletti, bajo la dirección de Jonathan Olivares. Se nos cuenta la historia de Bernardo, un arquitecto exitoso que tiene una fascinación por las aeromozas; es así como mantiene una relación con tres azafatas de diferentes aerolíneas -por ende, distintos países-. La diferencia horaria va a ser el aliado de este personaje, pues se organiza para recibir a cada una de ellas sin que una sepa de la existencia de la otra. Todo esto es posible gracias a la ayuda de la mucama Bertha, quien salva a Bernardo de ser descubierto en sus engaños. El enredo comenzará cuando los horarios de las tres azafatas coinciden, añadiendo a esto la llegada de  Roberto, un amigo de la infancia que se verá inmerso en aquella complicada situación.

Hubo muchos elementos en la composición del montaje que me dejaron mucho que desear. En primer lugar, la obra propone que las tres azafatas sean de nacionalidades diferentes: Susana (Katherina Sánchez) es argentina; Monique (Kukulí Morante), francesa; y Helga (Masha Chávarri), alemana.  Sin embargo, se utilizaron muchos elementos clichés en la construcción de estos tres personajes, de modo que no fueron una propuesta clara ni funcional para el espectáculo. Para empezar, los acentos estaban trabajados de manera plana, pues las actrices recurrían a unos “cantitos” al hablar, que eran repetidos una y otra vez en el transcurrir de la obra. Por otro lado, corporalmente había una tendencia a una presunta sexualidad impuesta, donde muy lejos de parecer una característica del personaje, saturaba las escenas y le quitaba verosimilitud a la obra.

A nivel de dirección, hubo un intento de hacer una comedia donde se aligera y se juega con elementos propios de cada nacionalidad, pero debido a la tendencia de utilizar elementos clichés en los personajes (referencias al saludo nazi por parte de Helga o la sensualidad perteneciente al imaginario de cómo son las francesas, etc.) no quedó claro por dónde se quería llevar la puesta en escena. Por otro lado, el protagonista Bernardo (Micky Moreno) no parecía haber desarrollado un trabajo de personaje muy arraigado, pues evidenciaba su desconcentración en escena, confundiendo de nombres a los otros personajes. En los casos de Roberto (Tito Vega) y Bertha (Cecilia Tosso), a pesar de ciertos momentos de desborde de energía actoral, fueron un correcto contrapunto dentro de toda la trama.

Estamos hablando de una obra en la que no hubo una ruta clara de composición de montaje, pues no se utilizó una línea de códigos clara: el exceso de clichés me daba la impresión de que los mismos actores aligeraban su trabajo en escena, llevándolos a “actuar lo ligero” y “actuar la farsa”, en lugar de incorporar dichas características a partir de elementos menos fáciles que los estereotipos ya mencionados. No se trata de decir si los actores fueron buenos o malos, más bien la cuestión está en saber, desde el inicio de una creación escénica, hacia dónde se quiere apuntar con la obra que se vaya a realizar.

Stefany Olivos
15 de abril de 2018

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