Un mentiroso no tan perfecto
En el Teatro Auditorio de Miraflores se está presentando Un perfecto mentiroso de Marc Camoletti,
bajo la dirección de Jonathan Olivares. Se nos cuenta la historia de Bernardo,
un arquitecto exitoso que tiene una fascinación por las aeromozas; es así como
mantiene una relación con tres azafatas de diferentes aerolíneas -por ende,
distintos países-. La diferencia horaria va a ser el aliado de este personaje,
pues se organiza para recibir a cada una de ellas sin que una sepa de la
existencia de la otra. Todo esto es posible gracias a la ayuda de la mucama
Bertha, quien salva a Bernardo de ser descubierto en sus engaños. El enredo
comenzará cuando los horarios de las tres azafatas coinciden, añadiendo a esto
la llegada de Roberto, un amigo de la
infancia que se verá inmerso en aquella complicada situación.
Hubo muchos elementos en la composición del montaje que me
dejaron mucho que desear. En primer lugar, la obra propone que las tres
azafatas sean de nacionalidades diferentes: Susana (Katherina Sánchez) es
argentina; Monique (Kukulí Morante), francesa; y Helga (Masha Chávarri),
alemana. Sin embargo, se utilizaron
muchos elementos clichés en la construcción de estos tres personajes, de modo
que no fueron una propuesta clara ni funcional para el espectáculo. Para
empezar, los acentos estaban trabajados de manera plana, pues las actrices
recurrían a unos “cantitos” al hablar, que eran repetidos una y otra vez en el
transcurrir de la obra. Por otro lado, corporalmente había una tendencia a una
presunta sexualidad impuesta, donde muy lejos de parecer una característica del
personaje, saturaba las escenas y le quitaba verosimilitud a la obra.
A nivel de dirección, hubo un intento de hacer una comedia
donde se aligera y se juega con elementos propios de cada nacionalidad, pero
debido a la tendencia de utilizar elementos clichés en los personajes
(referencias al saludo nazi por parte de Helga o la sensualidad perteneciente
al imaginario de cómo son las francesas, etc.) no quedó claro por dónde se
quería llevar la puesta en escena. Por otro lado, el protagonista Bernardo
(Micky Moreno) no parecía haber desarrollado un trabajo de personaje muy
arraigado, pues evidenciaba su desconcentración en escena, confundiendo de
nombres a los otros personajes. En los casos de Roberto (Tito Vega) y Bertha
(Cecilia Tosso), a pesar de ciertos momentos de desborde de energía actoral,
fueron un correcto contrapunto dentro de toda la trama.
Estamos hablando de una obra en la que no hubo una ruta
clara de composición de montaje, pues no se utilizó una línea de códigos clara:
el exceso de clichés me daba la impresión de que los mismos actores aligeraban
su trabajo en escena, llevándolos a “actuar lo ligero” y “actuar la farsa”, en
lugar de incorporar dichas características a partir de elementos menos fáciles
que los estereotipos ya mencionados. No se trata de decir si los actores fueron
buenos o malos, más bien la cuestión está en saber, desde el inicio de una
creación escénica, hacia dónde se quiere apuntar con la obra que se vaya a
realizar.
Stefany Olivos
15 de abril de 2018
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