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lunes, 30 de abril de 2018

Crítica: MÚSICA


La música del inconsciente

En el teatro Ricardo Blume se está presentando la obra Música. Se trata de la primera adaptación de la novela del escritor japonés Yukio Mishima, escrita y dirigida por Mateo Chiarella. La historia se centra en el doctor Shiomi (Roberto Moll), un psicoanalista en Tokio que recibe como paciente a Reiko (Andrea Luna), una joven pueblerina que está experimentando un gran problema: no puede escuchar la música.

Pronto descubrimos que ese malestar es mentira y que lo que realmente no puede hacer Reiko es sentir placer sexual mientras tiene relaciones con su novio Ryuichi (Daniel Cano), a quien ama. La adaptación hace un buen trabajo al encontrar en la novela el drama en la tensión entre el doctor, quien se obsesiona por curar a su paciente y Reiko, cuyos juegos y trampas esconden un dolor profundo, relacionado con su familia.

Todo el camino que recorre Reiko para conocer el fondo de su problema se construye muy bien, puesto que va in crescendo y no se pierde en los detalles típicos de una narración. El contexto social de Japón de los años sesenta, en que la cultura occidental ingresaba y algunos se mostraban escépticos al respecto, es tratado a la perfección en la puesta en escena. Nunca parece forzado y, de hecho, intensifica el drama, sobre todo en el segundo acto. Esto se ve a partir del psicoanálisis, el cual representa el conflicto entre el Japón tradicional (encarnado por el personaje Hanai y el miedo de Reiko a curarse) y la corriente occidental, que cree en la existencia de un Yo y en la importancia del autoconocimiento.

De este modo, todos los detalles de la dirección simbolizaron este conflicto.  Por ejemplo, el uso de la vestimenta dividió a los personajes. Por un lado, el doctor utilizaba una bata, claramente una referencia a la ciencia occidental, y por otro, el hermano de Reiko (Janncarlo Torrese) y Hanai (Eduardo Ramos) utilizaban kimonos masculinos. En el centro de todo ello, Reiko tenía un maquillaje oriental y a veces llevaba sacos de estilo europeo.

Este conflicto también fue conferido por la manera en que los personajes utilizaron el escenario circular. Cuando el doctor Shiomi leía una carta de Reiko en una esquina, ella aparecía en la otra, envuelta por unas luces que parecían adentrarnos en el inconsciente. Excepto por Daniel Cano, quien por momentos se aceleraba en sus movimientos, todos manejaron con soltura y efectividad el espacio. Otro punto importante fueron los colores: Reiko, en sus momentos más pasionales utilizaba el rojo, mientras que cuando la tristeza la imbuía, vestía de azul.

Destaca la actuación de Roberto Moll como el doctor Shiomi, puesto que le da al personaje esos matices necesarios para dejar en claro que se trata de un hombre acostumbrado a tener el control y que, de pronto, lo empieza a perder. Andrea Luna se desenvuelve correctamente, si bien la construcción del personaje de Reiko en la adaptación hizo que las expectativas respecto a este sean de una complejidad incluso mayor a la que mostró. Asimismo, Akemi (Ebelin Ortiz), la asistente del doctor, fue un personaje que se sintió plano dentro del conjunto.

En suma, Música logra algo que no es sencillo: adaptar una novela de tal manera que sus principales ideas sean expresadas dentro de un drama que nunca aburre al espectador. Al contrario, cada vez que el doctor se acerca a descubrir la raíz del problema y cada vez que Reiko se esconde de esta, es como si nos viéramos a nosotros mismos, intentando escapar de nuestros tramas de niñez, que rodean nuestro Yo, como un escenario circular.

Stefany Olivos
30 de abril de 2018

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