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domingo, 1 de abril de 2018

Crítica: MAREA ROJA


Una marea desbordante

En el teatro del MALI (Museo de Arte de Lima) se está presentando Marea Roja de Juan C. Sánchez, dirigida por Jorge Armando Cárdenas. La obra cuenta la historia de Alan (Aldo Sánchez), un hombre tímido e inseguro, de una personalidad particular, que despierta con un bate de béisbol cubierto de sangre entre sus manos e intenta reconstruir los acontecimientos de días anteriores. Esto lo lleva a indagar en su relación con su hermano, Gilberto (Jorge Armando Cárdenas), un egocéntrico presentador de noticias, quien se hizo responsable de él desde la muerte de sus padres y con Angélica (Tania López), su novia, una actriz fracasada, que trabaja una guardería y cuyas intenciones resultan sospechosas.

La obra está llena de misterio. La mejor manera de representar esto es darlo a entender a partir de las decisiones y acciones de los personajes. Los actores, sin embargo, sobre todo al principio, caen en el error de “actuar” el misterio. Por ejemplo, cuando Gilberto es presentado en su trabajo de periodista repite un texto que luego será clave en el desenlace de la obra: esta repetición resulta artificial y le revela al público su importancia, con lo que el final deviene predecible. Además, en cuanto a la dirección, se comete el error de no sopesar el escenario: abusa del primer plano y los movimientos de los personajes son lineales, saturadores hasta cierto punto.

Mientras la trama avanza, el texto sugiere más preguntas que respuestas. Por ejemplo, cuando Alan conoce a Angélica es imposible no querer averiguar quién es ella y por qué su afán de arreglar su relación con Gilberto, con quien se había peleado. Además, hay incógnitas acerca de lo que le pasó a los padres, que se manejan bastante bien, pues el público nunca sabe en el relato de quién confiar.

Pese a que los actores caen a veces en declamar el texto, sí se genera un interés de parte del espectador por descubrir lo que existe en su mente, sobre todo en la de Alan. Aquí es donde entra otro problema. En el programa de mano, se revela en la primera oración de la breve sinopsis que Alan es esquizofrénico. Esto no debería ser un problema. Sin embargo, la obra está construida de tal manera que la esquizofrenia de Alan debería ser aquel giro inesperado que deconstruya completamente lo que se ha visto hasta ese momento. En estos tiempos, se debe tener en claro que la puesta en escena no es lo único que constituye la experiencia teatral. Los equipos de producción tienen que estar atentos a elementos como el marketing, el recinto y, también, el programa de mano para que la relación público-puesta sea más limpia.

Sin embargo, el programa de mano no es lo único que estropea el mencionado giro. Este, a decir verdad, llega demasiado tarde y no se ha trabajado lo suficiente ni en la dramaturgia ni en la dirección como para que tenga ese efecto desconcertante que se suele esperar en obras de esta índole. Sin duda, se trata de un proyecto ambicioso, que quiere que el espectador se pierda en las imbricaciones de los sucesos hasta llegar a un final, que debe, por un lado, tomarlo por sorpresa y, por otro, llevarlo a preguntarse no solo acerca de la esquizofrenia sino también acerca de lo inescrutable que puede ser la mente humana y del carácter endeble de cualquier verdad.

Es importante que estos temas se sigan tratando en el teatro, pues son pocas las artes capaces de sumergir al público en situaciones tan complejas. No obstante, es necesario entender que se trata de un terreno delicado, ya que se puede caer en el error de actuar la patología en lugar de investigarla a partir de lo real.

Stefany Olivos
1° de abril de 2018

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