Una relectura de “Las mil y una noches”
La célebre recopilación medieval “Las mil y una noches” ha
sido llevada a los escenarios limeños;
estamos hablando de la versión libre Bagdag, con la dramaturgia y dirección de
Gerardo Fernández, que se está presentando en el Teatro Esencia de Barranco. La
propuesta nos traslada a un contexto actual en el que conviven la corrupción,
la desigualdad, el desinterés y demás males sociales que condicionan y ponen a
prueba a cada uno de los personajes.
La obra muestra dos historias en paralelo: por un lado, un
gobernante – Caleb (Gerardo Fernández)- que abusa de su poder y que padece de
un resentimiento profundo a las mujeres debido a una infidelidad, lo que lo
lleva a matar a sus esposas al día siguiente de la noche de bodas; sin embargo,
la obra comienza cuando Sherezade (Juana Edith Martínez) le está contando una
historia para cautivar a Caleb y provocar en él el interés de seguir escuchando
la continuación de la misma noche tras noche. Por otro lado, vemos representada
la historia que se le está contando a Caleb: se nos muestra la de Aladino como
una estrategia de Sherezade para aleccionar al perturbado gobernante. El salto
constante de una historia a otra funcionó, pues le daba dinamismo a la puesta
en escena; incluso en las escenas donde ambas historias estaban ocurriendo a la
vez, fue interesante el hecho de que Sherezade y Caleb estén viendo la acción
de los personajes de la historia de Aladino, un juego de perspectivas atinado
para la propuesta. Por otro lado, la estructura del teatro ayudó a la
diversificación de las escenas, pues explotaron todos los niveles que el
escenario contenía, a pesar de ser un espacio reducido. Sin embargo, en cuanto
al desempeño de los actores, noté durante toda la obra un desborde de energía
en todo el elenco, sin excepción: al tratarse de un espacio pequeño, tendría
que haber habido una noción de la calidad de energía física y vocal necesaria
para llenar el espacio, mas no para saturarlo. Durante toda la obra vi demasiada
tensión en los actores, lo que provocaba inverosimilitud en la interpretación,
debido a que no existían matices en la construcción de la mayoría de
personajes: se “actuaban” las emociones fuertes, y recurrían siempre a los
gritos, lo que provocaba una saturación al espectador.
La propuesta pudo haber funcionado mejor calibrando sobre
todo la energía actoral. La historia puede estar llena de personajes
apasionados, donde las injusticias y males sociales en este caso vendrían a ser
el obstáculo de los involucrados en cada historia; sin embargo, no se puede
“actuar” lo apasionado, no se puede “actuar” la maldad o el ser una víctima.
Todas estas características tienen que venir por consecuencia de un carácter y
un punto de vista de cada uno de los personajes, algo que no vi del todo
definido en esta puesta en escena. A pesar de que durante la obra se hacen
referencias a la actualidad mencionando elementos contemporáneos como
fotografías, pistolas o demás, no fue suficiente pues solo se menciona unas
cuantas veces durante toda la obra y creaba confusión. Sin embargo, el hecho de
haber tejido dos historias que se retroalimentaban en una puesta en escena fue
una decisión atinada, pues así se hace más potente la reflexión sobre las
injusticias que en ambos casos se muestra. Una vez más vemos cómo una historia
tan antigua puede continuar vigente gracias a relecturas desde las artes
escénicas, donde ahora podemos ver a una Sherezade o Idrish comparadas con la
imagen de una líder feminista actual o a Caleb como una imagen de ciertos
presidentes que profesan resentimientos
a otros países o que, incluso, pueden apoyar la guerra por ideales ciegos.
Stefany Olivos
10 de marzo de 2018
Gracias por los comentarios invalorables. El aprendizaje debe ser una constante y cada nueva experiencia un reto. Un abrazo.
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