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sábado, 24 de febrero de 2018

Crítica: SUPER POPPER


Los mil y un planos de Super Popper

La especialidad de Teatro de la Facultad de Artes Escénicas de la Pontificia Universidad Católica del Perú nos está compartiendo en escena el trabajo de los alumnos de 8vo ciclo en dos montajes diferentes: Super Popper de César de María y La Cocina de Arnold Wesker, ambos montajes en el Centro Cultural PUCP. Estas obras constituyen la finalización de la formación actoral de cada uno de los participantes.

La primera obra en estrenar fue Super Popper, una propuesta que demanda de un cuidado fino tanto en la propuesta actoral como en el concepto de la puesta en escena. La obra del dramaturgo peruano tiene distintos planos de lectura: las imágenes descritas en los textos, las situaciones que se evocan entre los personajes, la construcción de los últimos, entre otros. Debido a este "universo de planos" que la obra posee para comunicar, exige también del espectador una sensibilidad activa. Al tratarse de una obra fantástica, exige que desde el inicio se planteen códigos al espectador para poder seguir la historia completa. En primer lugar, estamos hablando de un manicomio de niños, donde cada loco ha vivido y ejerce actos de violencia que, en el contexto de la obra, son normalizados. Se habla con total libertad de violaciones sexuales, de sometimientos de poder, y situaciones parecidas a través de construcciones verbales inigualables. Desde el inicio de la puesta en escena, los textos fueron mi punto principal de atención debido al gran tejido de símiles e imágenes que se utilizan para construir toda una crítica a problemáticas sociales aún vigentes.

Niños locos que no son escuchados, que han cometido actos aberrantes y que conviven con ello día a día. Ese es el escenario que Super Popper nos presenta, donde la escenografía y la cantidad de cambios de escena permitían viajar en los planos que la obra exige: la realidad, la "realidad" de los niños y la realidad de Brunella. El ritmo de estos cambios fue preciso gracias a los impecables cambios coreografiados entre escenas. A pesar de ser una obra que exige construir toda una serie de convenciones, hubo practicidad para solucionar estas necesidades: el uso de andamios para jugar con los niveles de altura, plataformas rodantes, escaleras con luces, etcétera, todo lo básico para que la obra se dé a entender. En el caso de los personajes, estamos hablando de una obra llena de seres complejos por donde se les vea. La esencia de cada uno de ellos estaba en cada texto que les correspondía: el texto estaba tan rico de detalles que solo eran posibles dos opciones: o los actores caían en  “recitar” en escena o demostraban un trabajo de texto minucioso. Debo resaltar de manera positiva la construcción del personaje de Ansias (Ilda Polo), Joe/Super Popper (Juan Piero Vidal), la Madre (Darill Silva) y el Mudo (Marjorie Roca), pues logré ver en sus personajes una construcción llena de matices y mucho trabajo físico de por medio, sobre todo en el trabajo del texto, la parte más exigente de esta obra.

La representación en general estuvo pareja. Sin embargo, como ya mencioné, algunos personajes se dieron más a notar por cualidades ya mencionadas. Me hubiese gustado ver a un Aguja (Jorge Grazid) explorando su liderazgo en la historia de otras maneras, a la Lengua (Andrea Valdivia) con una corporalidad de ciega llevada más a fondo, a algunos personajes con más acción en sus textos, etcétera. La obra es difícil de sostener, y a mi parecer, se logró mantener gracias a un trabajo colectivo que estuvo presente desde el inicio, como grupo tuvieron un buen balance y mucha precisión en cuanto al ritmo de la obra. Super Popper es del tipo de obras a las que no puedes analizar escena por escena: todo el conjunto avanza a la vez, y en el caso de este montaje, logró darse a entender en todos los sentidos.

Stefany Olivos
24 de febrero de 2018

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