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martes, 5 de diciembre de 2017

Crítica: GALLINAZOS

Los gallinazos se hacen escuchar

Entre las nuevas propuestas para el teatro local tuvimos en la Casa Cultural Mocha Graña el estreno de Gallinazos, obra inspirada en el cuento “Los gallinazos sin plumas” de Julio Ramón Ribeyro, bajo la dirección de Daniel Flores y la dramaturgia de Federico Abrill. Gallinazos cuenta el sobrevivir de tres niños que viven en condiciones paupérrimas explotados por su abuelo, quien los obliga a recolectar comida en un basural para alimentar al cerdo que “los mantiene”. Esta obra es el Proyecto Final de un grupo de alumnos del último ciclo de la carrera de Artes Escénicas de la PUCP.

Gallinazos fue una propuesta escénica que contó con todos los medios para hacerse presente y denunciar una realidad que, a pesar de que el cuento es del año 1955, sigue vigente. En primer lugar, la división del espacio escénico entre el basural y la choza donde viven los personajes fue una solución práctica para el desarrollo de la historia. Los juegos de luces, en especial las que estaban ubicadas en los montones de basura, ayudaban a crear una atmósfera particularmente sórdida, donde el tiempo estaba detenido. Los actores utilizaron la convención de no salir del escenario durante la obra, recurriendo a colocarse en posición neutra cuando no participaban de la escena. Sin embargo, en algunos momentos noté a los actores dispersos fuera de escena: se movían, bamboleaban en sus lugares, robaban foco. El trabajo de los actores estuvo correcto en cuanto al manejo de texto por parte de los personajes infantiles: se notaba una diferencia de edades entre los personajes, un matiz difícil tratándose de niños. El personaje de Efraín (Manuel Baca) fue el más logrado de la representación, pues me pareció que era el niño más “adulto” de la obra; es decir, el que más se ha curtido de la realidad en la que vive, el menos inocente del grupo. Tanto el personaje de Helena (Ale Reyes) como el de Ernesto (Carlos Arata) eran el contrapunto de Efraín, pues eran los que aún conservaban cierta ingenuidad respecto a los problemas que se les presentaban; Helena era un personaje interesantemente construido, pues tenía matices de inocencia frente a un carácter valiente y enérgico propio del contexto en el que crecieron. Sin embargo, el personaje de Ernesto fue el menos logrado, tenía una forma predeterminada de hablar que distraía, por lo que se notó la diferencia frente al resto de niños. Un caso parecido fue el de don Santos (Emmanuel Caffo), el abuelo de los niños, un personaje que decía los textos de la misma manera todo el tiempo, lo que a veces resultaba agotador de ver.

El cuento de Julio Ramón Ribeyro describe una realidad que sigue vigente. En esta obra tenemos la oportunidad de ver ese mundo marginado, existente, donde aún existe explotación infantil y desigualdad de oportunidades. Sin embargo, el mensaje que actualmente podríamos rescatar de Gallinazos es acerca de la creencia en los sueños por encima de un sistema opresor. Estos niños no necesitan ser adultos para lograr escapar de su situación, reaccionaron gracias a sus propios medios. Una obra como esta es una forma de denunciar un aspecto de la sociedad que muchos ignoran, un paso en contra de la indiferencia frente a poblaciones oprimidas. Que vengan, pues, cada vez más obras que se atrevan a mostrar males sociales lamentablemente vigentes.

Stefany Olivos
5 de diciembre de 2017

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