Entre las nuevas propuestas para el teatro local tuvimos en la
Casa Cultural Mocha Graña el estreno de Gallinazos,
obra inspirada en el cuento “Los gallinazos sin plumas” de Julio Ramón Ribeyro,
bajo la dirección de Daniel Flores y la dramaturgia de Federico Abrill. Gallinazos cuenta el sobrevivir de tres
niños que viven en condiciones paupérrimas explotados por su abuelo, quien los
obliga a recolectar comida en un basural para alimentar al cerdo que “los
mantiene”. Esta obra es el Proyecto Final de un grupo de alumnos del último
ciclo de la carrera de Artes Escénicas de la PUCP.
Gallinazos fue una
propuesta escénica que contó con todos los medios para hacerse presente y
denunciar una realidad que, a pesar de que el cuento es del año 1955, sigue
vigente. En primer lugar, la división del espacio escénico entre el basural y
la choza donde viven los personajes fue una solución práctica para el
desarrollo de la historia. Los juegos de luces, en especial las que estaban
ubicadas en los montones de basura, ayudaban a crear una atmósfera
particularmente sórdida, donde el tiempo estaba detenido. Los actores
utilizaron la convención de no salir del escenario durante la obra, recurriendo
a colocarse en posición neutra cuando no participaban de la escena. Sin
embargo, en algunos momentos noté a los actores dispersos fuera de escena: se
movían, bamboleaban en sus lugares, robaban foco. El trabajo de los actores
estuvo correcto en cuanto al manejo de texto por parte de los personajes
infantiles: se notaba una diferencia de edades entre los personajes, un matiz
difícil tratándose de niños. El personaje de Efraín (Manuel Baca) fue el más logrado
de la representación, pues me pareció que era el niño más “adulto” de la obra;
es decir, el que más se ha curtido de la realidad en la que vive, el menos
inocente del grupo. Tanto el personaje de Helena (Ale Reyes) como el de Ernesto
(Carlos Arata) eran el contrapunto de Efraín, pues eran los que aún conservaban
cierta ingenuidad respecto a los problemas que se les presentaban; Helena era
un personaje interesantemente construido, pues tenía matices de inocencia
frente a un carácter valiente y enérgico propio del contexto en el que
crecieron. Sin embargo, el personaje de Ernesto fue el menos logrado, tenía una
forma predeterminada de hablar que distraía, por lo que se notó la diferencia
frente al resto de niños. Un caso parecido fue el de don Santos (Emmanuel
Caffo), el abuelo de los niños, un personaje que decía los textos de la misma
manera todo el tiempo, lo que a veces resultaba agotador de ver.
El cuento de Julio Ramón Ribeyro describe una realidad que
sigue vigente. En esta obra tenemos la oportunidad de ver ese mundo marginado,
existente, donde aún existe explotación infantil y desigualdad de
oportunidades. Sin embargo, el mensaje que actualmente podríamos rescatar de Gallinazos es acerca de la creencia en
los sueños por encima de un sistema opresor. Estos niños no necesitan ser
adultos para lograr escapar de su situación, reaccionaron gracias a sus propios
medios. Una obra como esta es una forma de denunciar un aspecto de la sociedad
que muchos ignoran, un paso en contra de la indiferencia frente a poblaciones
oprimidas. Que vengan, pues, cada vez más obras que se atrevan a mostrar males
sociales lamentablemente vigentes.
Stefany Olivos
5 de diciembre de 2017
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