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jueves, 29 de junio de 2017

Crítica: ROMEO Y JULIETA

La vida sobre la muerte

El mito de Romeo y Julieta se enfrenta ante el público más sincero y exigente de nuestra Lima, en el bello Teatro de Lucía. ¿Cómo se hace entonces para expresar aquel amor intransigente y trágico, aquel odio vengativo y sangriento o aquella grandilocuencia?

Roberto Boyle asume el desafío, partiendo la trama en dos zonas muy concretas. La historia de amor abrumadora, de atmósfera onírica y tono realista junto a la jocosidad y alegría de los personajes aledaños, que imparten movilidad y bufonada, rompiendo las convenciones y capturando esa atención tan preciada, la de los niños en platea.

Es justamente este el mayor acierto de la propuesta, el contraste y la armonía en que conviven los temas sensibles, como la muerte, con las escenas amables que satirizan nuestra esencia como humanos.

Gonzalo Iglesias, encargado de Teobaldo y Capuleto, plantea el momento más interesante y plástico de la puesta en escena. Juega a una doble personalidad, acompañado de un títere desmedido, en una confrontación entre sus dos personajes donde la acción/reacción es tan rápida e inteligente que aparecen dos mundos en coalición, grato para el público y útil dramáticamente, pues condiciona el salvajismo de Teobaldo al ver a Romeo, por la sumisión ante su tío.

Cabe destacar la picardía de Renato Pantigozo para tratar con el público; esos momentos de contraste de Alejandra Saba como el Ama de Julieta, es una transformación gradual desde una mujer proteccionista a una celestina encantadora; y Gianni Chichizola, asumiendo a Mercucio, que se apropia de esa frescura que le es inherente, su construcción le permite una libertad corporal que lo mantiene inestable e impredecible, además que arriesga a jugar entre la escena y el público, siendo un punto de contacto muy fuerte entre la obra y el que observa.

Por otro lado, la trama troncal aparece reducida, se percibe una desconexión entre los protagonistas, un Romeo apasionado, interpretado por Nahuel López, que trata de generar sus propios silencios para hacerse sentir y una Julieta distendida, Alicia Mercado, que interpreta una adolescente fresca, sin el peso de ese dilema por el que atraviesa. Este desequilibrio resta coherencia al sacrificio final que ambos realizan y deja la sensación de una llama que podría encenderse aún más.

Roberto Boyle propone finales alternativos, la tragedia se detiene y Romeo y Julieta podrían no morir, los niños participan en la decisión y se les induce a que la vida impere sobre todos. Interesante e intrigante. Muchas cosas se construyen alrededor para no desarrollarse. El odio no desaparece. El amor tampoco triunfa. ¿Y ahora qué ocurre? 

Bryan Urrunaga
29 de junio de 2017

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