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martes, 13 de junio de 2017

Crítica: PEQUEÑAS CERTEZAS

Las tuyas, las mías, las nuestras

“Si no guardas al menos una fotografía del tránsito de tu vida, ¿cómo podrías tener la pequeña certeza de que todo fue un sueño?” es la pregunta que nos hace la dramaturga mexicana Bárbara Colio a través de “Pequeñas Certezas”, pieza  teatral que ha recibido el Premio Internacional María Teresa León.  En esta ocasión, tenemos la oportunidad de verla representada en Lima en el Teatro Mocha Graña bajo la dirección de Javier Merino.

La obra comienza con un conflicto ya desatado: Mario ha desaparecido. Natalia, su novia, un personaje notoriamente inseguro que indirectamente se apoya en la figura de su madre, una persona aparentemente sencilla que acaba demostrando sabiduría y comprensión del ser humano. Juntas emprenden un viaje a la ciudad natal de Mario: Tijuana. Ahí se encuentra con sus hermanos: Juan, el mayor de los hermanos, quien debe lidiar con sus propias inseguridades y miedos; y Sofía, quien aparenta durante toda la obra una fuerza y determinación inexistentes. Natalia llega y se da con la noticia de un fraude,  llegando a la conclusión con darse cuenta de que ninguno de los personajes conocía del todo a Mario. Con la llegada de Olga, la mejor amiga de Natalia, la situación se pone cada vez más álgida hacia el final.

“Pequeñas certezas”,  si bien nos lleva a un ambiente de cotidianidad, me parece que no ha sido explotada realmente. Una historia sencilla pero llena de intriga debería tener elementos que la ayuden a decir algo más allá de lo que dicen los textos de los personajes.  El montaje contó con una propuesta estética que nos llevaba a un ambiente cotidiano: muebles de una casa clasemediera, un paradero de autobús; no obstante, aquellos elementos tanto en la escenografía como en el vestuario no me transmitían algo más que un lugar funcional en escena, no me quedó claro eso, pues hay una delgada línea entre la representación de lo cotidiano en escena y lo cotidiano para fines funcionales en un montaje.

El personaje de la madre, representado por la experimentada actriz Tatiana Espinoza, ha sido una pieza clave para la historia, pues claramente ha sido un punto de apoyo tanto de la dramaturgia como del director para darnos a entender el propósito de la obra. Ella, con una personalidad sencilla y con respuestas asertivas brinda tanto a los personajes como a los espectadores una perspectiva diferente, una pista para poder encontrar esas pequeñas certezas de las que habla la obra. Natalia, representada por Romina López Barreda, estuvo en el justo medio del personaje; Olga, representada por la actriz Carmen Amelia Álvarez, uno de los personajes más logrados. Finalmente los hermanos, interpretados por Javier Merino y Gessika Galarreta, no tuvieron los matices necesarios para una obra como esta, sobre todo en el manejo del texto.

Si nos ponemos a pensar en el lugar de este montaje en nuestra ciudad actualmente, me quedo con la siguiente pregunta: ¿Qué tan atentos estamos a los pequeños detalles del día a día? Sí, suena contradictorio quizá, pero a veces es necesario parar, respirar y encontrar aquella prueba que nos confirme que estos somos nosotros, aquí y ahora. Esta no es una advertencia, pero de vez en cuando tomar una fotografía, grabar un video o un mensaje de voz no está mal, uno nunca sabe cuándo necesites una pequeña certeza.

Stefany Milagros Olivos Saavedra
13 de junio de 2017

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