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sábado, 3 de junio de 2017

Crítica: DESPUÉS DE CASADOS

La responsabilidad del creador

Por todos es sabido que el teatro no puede escapar de su condición de importante (por no escribir imprescindible) medio de comunicación social, ya que se trata de un “evento vivo” que narra una historia anclada en un determinado contexto histórico, por más descabellada que la trama pueda ser. Es indudable que existen espectáculos en nuestra cartelera teatral que tienen como único objetivo entretener, pero hasta en esos casos debe (o debería) apreciarse algún propósito de los creadores para realizar la puesta, rogando que no solo sea el mero afán lucrativo. En otras palabras, existe una responsabilidad por parte de los creadores sobre el producto presentado. Pues bien, Mever Producciones viene presentando una serie de puestas en escena, escritas y dirigidas por Gianfranco Mejía y  todas estrenadas en breves temporadas, con algunos temas interesantes y actuales como pueden ser las tribulaciones que pasan los adolescentes y jóvenes adultos, en  Fiesta de Promoción (2016) y Anorexia (2016); o las dificultades para sobrevivir en nuestra caótica ciudad, en Ambiciones (2017).

En Después de casados, el último estreno de Mejía en el Teatro Auditorio Miraflores, el tema vuelve a ser actual y pertinente: se pone en el tapete la problemática de los recién casados, que empiezan a tener una vida en común y el escaso romanticismo que rodea esta unión. Alberto (Edwin Vásquez) y Mariana (Marisela Puicón) deberán enfrentar los típicos problemas de las parejas que inician una vida en común; él, abrumado por las deudas, no puede cargar con todas las responsabilidades trabajando como profesor; y ella, incapaz de encontrar trabajo, reniega de su actual condición. Pero el inofensivo tono de esta primera parte, que hasta incluye algunas secuencias humorísticas a cargo de la revoltosa amiga de Mariana (Ena Luna) se rompe con lo impensable: la agresión física y posterior violación por parte de Alberto (a quien llamaremos a partir de aquí El Agresor) contra Mariana, que cambia por completo el registro de la historia, a pesar de que el autor y director pareciera no haberse percatado.

Y es que Después de casados no puede desligarse de su contexto histórico, pues vivimos actualmente una aterradora realidad: Perú es uno de los países con la mayor tasa de agresiones contra las mujeres y feminicidios a nivel mundial. Los esfuerzos de diversos colectivos, que postulan la tolerancia cero frente a los agresores (como El Agresor de esta obra) y la nula responsabilidad de las víctimas, deben fortalecerse en todos los niveles. Entonces, resulta polémico, por decir lo menos, que la puesta en cuestión nos muestre, por ejemplo, a El Agresor demostrando “fidelidad” a su esposa rechazando a su antigua enamorada o los constantes engreimientos y caprichos de Mariana, que acaso podrían sugerir que el ataque pudo haber sido justificado. Dejando de lado su montaje demasiado tradicional y hasta televisivo por ratos, esta nueva obra de Mejía termina con un par de declaraciones que probablemente harían escarapelarles el cuerpo a todos los colectivos y ONGs en contra del maltrato femenino, así como a la mismísima Ministra de la Mujer y Poblaciones Vulnerables: Mariana, la mujer ultrajada, manifiesta que ella tiene un porcentaje de la culpa por la agresión debido a sus actitudes; y El Agresor, sentado arrepentido de cara al público, llorando por no poder ver a su hijo (producto quizás del ultraje) y pidiendo una segunda oportunidad. Afirmábamos anteriormente que los creadores son responsables de sus productos artísticos. ¿Cuál es entonces, la responsabilidad de Después de casados frente a un problema real que viene cobrando numerosas víctimas a nivel nacional? Que cada espectador saque sus propias conclusiones.

Sergio Velarde
3 de junio de 2017

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