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lunes, 27 de febrero de 2017

Crítica: LIMA, DÉJAME QUE TE CUENTE

 Todo tiempo pasado es mejor

“No dejemos que la tradición muera, déjame contarte un poco de tradición limeña."

“Lima, déjame que te cuente” es una puesta en escena que combina la narración oral, teatro y  música en vivo, que está ambientada en la Lima de 1850. El montaje tuvo su primera temporada en abril del 2016 en el Centro Cultural CAFAE y actualmente, vuelve con su reestreno en el Teatro de la Asociación de Artistas Aficionados (AAA). La obra es una adaptación de Yennifer Díaz, una narradora de cuentos que ha tomado como referente al escritor y poeta peruano Luis Benjamín Cisneros. Además, cuenta con la dirección musical de Miguel Fonseca. “Lima, déjame que te cuente” busca revalorizar nuestras tradiciones y costumbres, que se han ido perdiendo como los personajes de la antigua Lima, como los pregoneros o las típicas mujeres tapadas. Lo que le da vida a esta historia de amor son los  cantos de los pregoneros, que con su melodiosa voz y su picardía llegarán a conquistar más de un corazón.

Entra en escena la narradora (Yeniffer Díaz), dando inicio al contexto histórico de nuestra antigua Lima, en donde aparecen los personajes principales. Julia es una joven encantadora y humilde, que solo se preocupa por jugar e imitar a las mujeres tapadas de esa época. Ve por primera vez a José Antonio (Juan de los Santos), un joven galante y buen mozo de clase media y sin decir ninguna palabra, ambos quedan totalmente flechados. Es así que Julia deja caer su pañuelo, que es recogido por José Antonio. El resultado: amor a primera vista. Ellos nos contaran su historia, en medio de una Lima caótica, llena de prejuicios, comidillas. Y nos mostrarán el amor que se profesaban el uno al otro y cómo, por cosas del destino, nuestra joven enamorada se dejará influenciar por una dama de sociedad, olvidando así su promesa de amor por nuestro joven galán. Lo rico de la historia de “Lima déjame que te cuente” recae en los cantos de los pregoneros y en el acompañamiento de guitarra, ejecutado por Loko Pérez.

Algunas sugerencias: tratar de no trabarse en el dialogo y tener cuidado con la proyección de luz; sobre el vestuario, quedé fascinada con las máscaras de los pregoneros. A mi parecer, el vestuario de esta temporada es más sobresaliente; y sobre la escenografía, sencilla pero linda. En el apartado de los actores, me encantó la conexión y el carisma que tienen. Solo me queda decir buen trabajo y gracias por la invitación, me encantó la obra.

La puesta en escena cuenta con la participación de Yeniffer Díaz, Beatriz Quintana, Miguel Fonseca, Juan De Los Santos, Loko Pérez y la producción de Tiempo de Cuentos y La Tinta de Sancho. Las funciones son los días viernes y sábados a las 8:00pm y domingos a las 7:00pm, en la  Asociación de Artistas Aficionados (Jr. Ica 323, costado del Teatro Municipal – Lima). Entrada general: s/. 25 y para estudiantes y jubilados: s/. 15, hasta el 05 de marzo.

María Victoria Pilares
27 de febrero de 2017 

Entrevista: EDUARDO CAMINO

“No olvidemos que existe un público al que debemos llegar”

Clausura del amor (2016), escrita por Pascal Rambert y dirigida por Darío Facal, fue un montaje que nos entregó dos de las actuaciones más sentidas y desgarradoras de la temporada. Tanto Lucía Caravedo como Eduardo Camino se lucieron en sus respectivos papeles, Audrey y Stan, dos actores que deciden terminar definitivamente su relación en una sala de ensayos. Ambos recibieron los premios del jurado del Oficio Crítico 2016 para los mejores intérpretes en la categoría Drama. “No tengo familiares relacionados específicamente con las artes escénicas”, refiere Eduardo, quien también se dedica a la dirección de arte cinematográfica. “Pero por ejemplo, mi abuelo fue marino, ingeniero naval, un hombre de guerra que, sin embargo, dibujaba sus propios buques en acuarelas. Y mi madre, que es ama de casa, ha desarrollado por cuenta propia una apreciación por el arte decorativo. Sospecho que he debido heredar algo de eso”.

Eduardo se involucró en el teatro desde muy joven, de la mano de su profesor de teatro en el colegio de La Inmaculada, Paco Solís Fuster. “Fue un profesor muy especial, él era miembro del Teatro del Sol, que dirigió Pipo Ormeño, así que su influencia era la de un teatro expresivo y corporal, con un sentido ritual. Fue un taller poco convencional para ser teatro escolar; fue electivo, pero al alumno se le exigía entrega, concentración y convicción en lo que se hacía. Todos los que estuvimos ahí quedamos marcados por ese proceso”. Posteriormente, Eduardo estudió Comunicaciones e inició su labor como realizador cinematográfico y televisivo. “Luego entré al Taller de Formación Actoral de Roberto Ángeles. Era lo que me debía después de haber conocido al teatro en el colegio, además no estaba muy lejos de lo que había estudiado”. El actor es finalmente un comunicador, así que Eduardo pasó todos los niveles del mencionado taller, combinando su trabajo en la direccion artística con la actuación.

Primeras experiencias interpretativas

“Mi primera obra profesional, fuera del taller de Roberto Ángeles, fue Ya hemos empezado (2003), obra infantil musical escrita por Celeste Viale”, recuerda Eduardo. “La dirigió Vanessa Vizcarra y la presentamos en la Casa Amarilla de Barranco, ahora convertida en una tienda de muebles. En aquella época la administraba DeAbril Teatro y se estrenaron muchas obras”. Pero, sin duda, fue La importancia de llamarse Ernesto (2004), estrenada en el Teatro La Plaza y dirigida por Ángeles, el primer estreno resaltante en la carrera actoral de Eduardo, al lado de experimentados actores como Carlos Carlín, Vanessa Saba, Alfonso Santistevan y Mario Velásquez. “Ese montaje fue mi cuarto nivel del taller con Roberto. Lo principal era la interpretación; tuve un papel protagónico, y además tuve algunas otras tareas que hacer en producción y traducción”. La experiencia fue muy enriquecedora para Eduardo, que pasaba por primera vez por un proceso de ese tipo. “Desde los ensayos, el análisis de la obra, la construcción del personaje, el enfrentamiento con el público. Fue un espectáculo de cierta factura, con uno de los procesos en los que más asustado he estado, pero del cual salí muy satisfecho”. Esta extensa temporada le permitió a Eduardo sentir esa “libertad” que tiene el actor y que para él fue la parte más gratificante de la experiencia.

Para Eduardo, un buen actor de teatro debe “tener entrega, que implica también coraje, valentía, ese desprendimiento que significa dejar salir del cuerpo y mente lo que hay dentro de uno, sin saber si va a ser celebrado o no”. Eduardo considera un verdadero acto de fe el alcanzar cierto desequilibrio emocional accionado por la propia voluntad. “En algún momento hay que desbalancear las cosas para dejar salir cosas que sorprendan”, afirma. También valora mucho la disciplina y la responsabilidad, que son fundamentales para que exista armonía en el grupo, es decir, consideración al compañero en escena, al director, a la empresa que contrata, o al espacio que alberga. “Es importante además, el espíritu de trabajo, sé de montajes que han colapsado por falta de eso; debemos tener ese rigor que tiene cualquier otro profesional, ya sea cirujano, abogado o lo que sea. Tenemos que tener responsabilidad y autocrítica”. En última instancia, Eduardo considera al talento del actor, que nace o se crea en el camino. “Algunas personas quizás no tengan la disciplina o la dedicación, pero hacen maravillas: eso también es talento. Pero hay quienes saben que tienen cierta aptitud y con fe y disciplina consiguen resultados igualmente interesantes. Somos como una materia y nosotros mismos nos esculpimos. El que siente esa seguridad, esa confianza en algo que lo mueve a expresarse, ya tiene suficiente motor para desarrollar un talento”.

Por otro lado, Eduardo asegura que un buen director de teatro debe saber que con la libertad de los actores puede descubrir y obtener lo que quiere. “Cuando es muy honesto y franco, él está ahí para conducir nuestras ideas, más que para decir hagan esto o lo otro. Esa característica puede llamarse generosidad, desprendimiento, dejar hacer y observar”. Asimismo, un director debe tener una visión, observar mucho lo que ocurre en la vida real o en otras puestas en escena, ya que esa visión lo coloca en una dirección. “Debe también tener una técnica para saber contar historias, no solo hay que entretener, sino plantear el conflicto, ofrecer un tema y desarrollarlo a través de personajes que nos hagan reflexionar”. Toda esta dinámica requiere entonces, de conocimientos y técnica. Finalmente, Eduardo rescata la parte humana, en otras palabras, el trato entre director y actor. “Creo que debe ser tu aliado, tu cómplice, hasta tu amigo, si quieres desequilibrarte tienes que confiar. Solo así vamos a tener un teatro muy vivo, para que no nos estemos cuidando las espaldas por detalles superficiales y así el espectador salga de ver una obra tocado o tal vez incomodado”.

El amor se clausura

“Nunca había hecho una obra como Clausura del amor, menciona Eduardo. “Sí había leído textos parecidos, como La noche justo antes de los bosques de Bernard Marie Koltés, que me había provocado hacerlos”. La pieza de Pascal Rambert tiene algunos detalles particulares, como el hecho que los personajes sean actores que se encuentran en una sala de ensayos. “No es gratuito, por ejemplo, el hecho que hable primero uno y luego el otro, hay algo que está manipulado. ¿Esto está pasando realmente? Hay una decisión evidente por parte del dramaturgo sobre su montaje, para hacerlo de esta manera y no como un diálogo”. Para Eduardo, la división en la obra parte de una teatralidad esencial hecha con brocha gorda, para dar a entender esa imposibilidad de comunicación y de tender puentes para conciliar, responder inmediatamente, perdonarse o extender algo de cariño. “Apenas leí el texto, me pareció un reto hacerlo, poder explorar en ese tema. Son varias cosas: la posibilidad de enfrentarse a un monólogo de 55 minutos de duración y que se pueda explorar actoralmente el tema a la altura que exige la dramaturgia”.

Definitivamente, una obra del calibre de Clausura del amor, necesitaba intérpretes que puedan entender su alcance poético. “La valla estaba muy alta”, reflexiona Eduardo. “Para hacer llegar esas imágenes al público y se las dibuje en la cabeza, hay que creérsela muy bien. No es algo que Lucía y yo hayamos capturado desde el inicio, se ha ido dando hasta la última función, abrazar todo ese contenido, esa humanidad, esa universalidad que nos toca a cualquiera”. Eduardo asegura que le gustó que el texto no ahonde en detalles mundanos o cotidianos de pareja, como dejar la tapa del inodoro abierta o una infidelidad. “El texto sugiere una relación, una tensión entre estos dos personajes, con palabras cargadas de violencia que nos hacen ver las heridas. Más allá de las razones cotidianas que se han acumulando, la historia nos muestra a un ser humano abriendo su corazón y cabeza, vomitando a otro ser humano su amor y odio, y al otro respondiendo con el mismo vigor y fuerza”.

Pormenores y proyectos

Eduardo afirma no tener la fórmula para que una puesta en escena sea exitosa, pero sí reconoce que la mirada como teatrista tiene que ser muy sensible a nuestro tiempo y a las expectativas que tiene el espectador. “No necesariamente darle al espectador lo que espera ver, sino presentar obras que se diferencien unas de otras y que esa diferencia sea una virtud”. Una virtud traducida en la certeza de que el espectador tenga la seguridad que cualquier obra que elija ver, le reportará una buena experiencia. “Siento que muchas veces el teatro independiente, en menor escala y según su capacidad, hace eco de lo que se aprecia en las salas mayores o de modelos constituidos en nuestra cultura teatral. Es natural pero hay otros caminos y de esto hay muchos ejemplos. Para nosotros, debe ser una lucha constante por renovarse”. Eduardo afirma que si no viene mucha gente a ver un montaje, pues es porque algo no está funcionando correctamente, a pesar de considerar que todas las obras actuales son apreciables en muchos aspectos. “Creo no se trata solamente de satisfacernos a nosotros mismos por el placer de hacer teatro, de pronto ahí hay un regocijo muy personal y nos funciona para sentirnos bien con nosotros mismos. Pero nos olvidamos que hay un público con el que tenemos que conectar, ya sea en el teatro o el cine comercial. No significa ofrecer cualquier cosa, pero que sí tenga un tema por explorar con que el que el público se identifique y una propuesta escénica que genere impacto e interés".

Este 2017 podremos ver a Eduardo, hasta el momento, en dos importantes montajes en el Teatro Británico: Luz de gas de Patrick Hamilton, nuevamente al lado de Lucía Caravedo en el escenario y Darío Facal en la silla de director; y La tempestad, un clásico de Shakespeare, nuevamente con la dirección de su profesor Roberto Ángeles. También lo veremos en Infortunio en el Teatro de Lucía, escrita por Gino Luque bajo la dirección de Mikhail Page. “Tenemos una responsabilidad con el púbico, contarles historias que se entiendan, que entretengan, que emocionen, ofrecerles un viaje emocional y sensorial que les abra los ojos y estimule su mente. Que valga la pena este encuentro en una sala de teatro o espacio alternativo. No es fácil, es una constante exigencia que nos tenemos que hacer para no bajar la guardia, y pasarla bien, por supuesto", concluye.

Sergio Velarde
19 de febrero de 2017

Crítica: PARIENTES LEJANOS

Cuando la familia se reencuentra

Al hablar de la obra “Parientes Lejanos” de la dramaturga peruana Johuseline Porcel, creo que es necesario mencionar que su más reciente temporada, realizada en enero de este año, tuvo cinco funciones a sala llena, incluso, dándose el “lujo” de tener que dejar fuera a más de cincuenta personas en una de las fechas. ¿Es esto común en las salas de teatro limeñas? Claro que no. Entonces, ¿qué ocurrió con esta obra que todos querían verla?... A propósito, ¿mencioné que estamos hablando de la obra que ganó el primer lugar del Concurso Nacional “Nueva Dramaturgia Peruana” edición 2015 en la categoría Teatro para Adultos? ¿No lo hice? Entonces, empecemos de nuevo:

“Parientes Lejanos” de Johuseline Porcel, es una obra ganadora que nos cuenta una historia que conecta con el público desde el primer momento y que tiene un montaje, dirigido por Vanessa Vizcarra, que le hace justicia. ¿Estamos claros ahora?

Pues bien, esta obra nos cuenta la historia de tres hermanos mayores que, al morir su madre, tienen que reencontrarse en la casa familiar, y no solamente para cumplir con los rituales culturales que le siguen a la muerte de un familiar sino también para ver qué pasará con ellos y con la repartición de los bienes dejados por la difunta. Sin embargo, lo que nos viene a la mente mientras entendemos la relación de estos hermanos son varias preguntas: ¿Quiénes somos realmente?, ¿a dónde pertenecemos?, ¿nos pueden cambiar tanto los años y la distancia que vemos a nuestros propios hermanos como desconocidos?

Vanessa Vizcarra, encontró en la comedia la forma más adecuada de presentarnos un momento tan duro, como la muerte y sus consecuencias, haciendo que estemos en contradicción entre lo que sentimos ante lo que vemos en escena y lo que, lógicamente, deberíamos sentir, haciendo de éste un montaje ágil y muy disfrutable.

Creo que un gran acierto de la puesta en escena ha sido el casting pues se muestra bastante solvente, pero es la capacidad de compenetrarse entre ellos la que me parece la más valiosa. Creo que es indiscutible la calidad de los actores más experimentados del elenco (Carlos Victoria, Sylvia Majo y Mario Velásquez), y es por eso que me parece muy importante el trabajo de la parte joven (Yolanda Rojas, Juanjo Espinoza y Verony Centeno) pues nos ofrecen actuaciones tan sólidas como frescas que mantienen el alto nivel de sus colegas mayores.

Ojalá que el Ministerio de Cultura brinde cada vez más apoyo a su concurso de dramaturgia pues es muy importante que desde el estado se gesten proyectos escénicos de calidad y que sean mostrados al público masivamente y con el orgullo que te da la convicción de tener entre manos algo realmente bueno. Esta obra, como el mismo concurso, no ha tenido la difusión que cualquier otro proyecto privado hubiera tenido, y aun así ha sido un éxito. ¿Se imaginan su verdadero potencial si el Estado diera los recursos adecuados?

Daniel Fernández
27 de febrero de 2017

sábado, 18 de febrero de 2017

Entrevista: MIJAIL GARVICH

“Los personajes cobran verdad cuando se les ve imperfectos”

Uno de los actores peruanos más versátiles y en constante actividad en nuestra cartelera teatral es Mijail Garvich. Oficio Crítico ha presenciado algunas de las puestas en escena en las que ha participado, todas ellas de diversos estilos y temáticas: amables comedias, como la itinerante Titina (2008); musicales contemporáneos, como Bare: expuestos (2014); divertidas obras para toda la familia, como El Cuco Cuquito (2015); y contundentes dramas, como Escenas en casa de Vasili Vesémenov (2016), ganando por esta última el premio del público al mejor actor en la categoría Drama en la Premiación Oficio Crítico del año pasado. “Fue un gran honor el ser convocado, junto a mis compañeros, por parte de Leonardo (Torres Vilar, director de la puesta)”, comenta Mijail.

“Empecé muy temprano, porque la tenía muy clara desde niño”, recuerda Mijail. “Quería ser actor y cada vez que había oportunidad en mi colegio de participar en alguna actuación, ahí estaba”. Pero manifiesta que sí tuvo un alto durante sus últimos años de escuela. “En aquella época, cuando comuniqué mi deseo de estudiar actuación y me preguntaba dónde, la ENSAD estaba confinada en una apartada casona en el Rímac incluso con problemas de electricidad y hasta en la tele salían a denunciar el abandono en que estaba; me dije que era impensable”. Es entonces que Mijail decidió estudiar otra carrera y así entró a Comunicaciones en la Universidad Garcilaso. “Estuve en el Taller de Teatro TAPS, con el que participamos en festivales de teatro universitario. Una vez viajamos a Cerro dePasco, con una obra muy física; la mayoría de elencos terminaban en el hospital con oxígeno”.

Talleres y maestros

Mientras que Mijail estudiaba en la universidad, no dejaba pasar oportunidad para ganar experiencia en las tablas. “Hice teatro en la municipalidad y en la parroquia en alguna época”, rememora. “Luego estuve en algunos talleres, con profesores maravillosos, que trabajaron conmigo la expresión corporal y la plasticidad. No seré el mejor ejemplo de ello, pero fue un viaje muy interesante y satisfactorio”. Uno de esos talleres fue el de Iguana, en el que conoció a muchos compañeros que todavía siguen en el medio como Patricia Barreto y con maestros como Joaquín Vargas, Pilar Nuñez, Margarita Ponce y Cocoa, entre otros. Posteriormente, estuvo en Pataclaun y tuvo de maestro a Alberto Nué, su compañero de escena en El Cuco Cuquito. “Me divertí muchísimo; en aquel entonces estaba algo peleado con el teatro y encontré un lado que desconocía: el poder reírme de mí mismo”.

Mijail recuerda con bastante cariño el taller que llevó con Torres Vilar, en el que aprendió de su particular estilo (Técnica de Meisner). “Pone mucho énfasis en escuchar al otro. Se trata de una técnica en la que tienes que  tomar todo lo que dé tu contraparte y eso es algo que tengo siempre presente.” Para Mijail, la idea es tomar del otro actor todo lo que pueda nutrir. “Te puede hacer explotar, te puede  llevar por una serie de emociones y estar segundo a segundo reaccionando a la conducta del otro. Eso lo tengo muy presente, hasta en la vida, si se está interpretando correctamente el mensaje, te permite corregir”, reflexiona.

Consultado sobre la manera en la que aborda diversos personajes de diferentes registros, manifiesta que ha interpretado algunos personajes más complejos o distantes que otros, que le han llevado a un trabajo mucho más consciente. “En cambio, en otros me divierto más y simplemente voy trabajando con mis compañeros de elenco como un laboratorio y dentro del proceso voy ajustando el personaje. De repente en teatro infantil, estamos jugando por un lado pero uno de tus compañeros propone algo muy parecido a mi propuesta; entonces te fuerza a buscar otros matices”. Por ejemplo, en El Cuco Cuquito, Mijail tenía como compañeros de elenco a Mario Soldevilla y Juan Carlos Díaz. “Éramos tres altos en el escenario, los tres medios pesados, así que había que diferenciarnos”.

El arte de la interpretación y la dirección

“Desde el punto de vista humano, un actor debe tener muchísima perseverancia, esta profesión es una especie de maratón: corres y corres y no puedes rendirte”, afirma Mijail. “Es necesario también ser muy paciente en todo sentido, porque puedes tener meses o años de sequía teatral. Pero también ser paciente con los procesos, con la parte humana, pues a veces la producción no es como debería ser por cuestiones económicas o de experiencia. Además, ser paciente con el proceso como actor, ya que es muy distinto para cada personaje. A veces encuentras al personaje recién durante la temporada”. Mijail agrega que un buen actor debe ser buena persona, tener buena onda y hacer las cosas con cariño. “Debe tratar a todos con el mayor respeto y cariño, porque todos hemos estado en el otro lado; yo entiendo cómo se siente el director, el escenógrafo, el colega, trato de que los comentarios tengan la mejor de las intenciones”.

Desde el punto de vista profesional, para Mijail un buen actor de teatro debe “tener mucha verdad, escuchar mucho al otro, porque a veces te está dando algo, un gesto, un tono de voz, un cambio en el texto, y si no estás atento a eso, puedes quedar mal tú, tu compañero o todo el espectáculo, por algo que se pudo corregir gracias a la escucha”. La solidaridad debe primar en el teatro, que es netamente un trabajo de grupo. “Todos tenemos que saber la letra y movimientos de los demás; si a algún compañero le sucede un imprevisto, hay que ayudar y tratar de solucionar el problema inadvertidamente”. Últimamente, Mijail ha reflexionado sobre cómo encontrar verdad y naturalidad a sus personajes. “Me llevó a pensar que el personaje también sea imperfecto, ese detalle también debe estar presente dentro del trabajo como creación. Un personaje cobra verdad cuando es imperfecto, cuando muchas veces deja de ser un cliché y tiene ese “algo” que lo hace muy humano”. Como ejemplo, Mijail menciona a la premiada cinta La La Land y a su pareja protagonista. “Seguro habían miles de actores ideales para esos papeles, pero verlos así, imperfectos, dar por ahí un mal paso, equivocarse o hacer un gesto que de repente no corresponde, así pasa en la vida real. Aunque en el teatro es más complejo y a veces no se nota”.

Por otro lado, para Mijail, un buen director de teatro debe ser muy maleable, es decir, tener la capacidad de adaptarse a cada elenco, situación y obra. “Yo no creo que el actor y el director deban adaptarse a un estilo, ya que cada obra es un mundo distinto”. Además, añade que cree mucho en el estímulo positivo por parte del director, cuando este trata con cariño y respeto al elenco. “Siento que me hace comprometerme de lleno con la obra y que no le puedo fallar. Así que lo doy todo, y a veces te ayuda maravillosamente “jalando hilitos”, como un trabajo de filigrana y te hace sacar lo mejor de ti”. Por último, un requisito indispensable es la paciencia, una virtud que puede convertir a un actor considerado como malo en toda una sorpresa en escena. “Tiene que tener la paciencia de esperar y confiar, se pueden construir cosas muy sorprendentes”.

Dramas domésticos de época

Escrita por el dramaturgo ruso Máximo Gorki y presentada por El Estudio de Actuación de Leonardo Torres Vilar y la Asociación Cultural Camisa de Fuerza en el Teatro Racional de Barranco, Escenas en casa de Vasili Vesémenov nos presentó la lucha generacional, tan lejana y tan cercana a la vez, dentro de un hogar en la Rusia de principios del siglo XX. La pertinencia temporal de su puesta en escena fue justificada plenamente con la sólida actuación de Mijail, como el severo y castrante padre que le da el título a la pieza, frente a una nueva y frustrada generación ávida de libertad. “Fui alumno de Leonardo hace más de 10 años y siempre he tratado de mantener contacto con mis ex-maestros. En un momento me dijo que quería hacer este proyecto con mucha anticipación, hasta que gratamente salió al año siguiente. Me dijo que quería que interpretara a “Vasili”. Me gustó mucho la obra, además de parecerme un desafío muy grande, un personaje bastante distante (así como el que hice en Casa Refugio ese mismo año), me obligan a pensar conscientemente y trabajar todo, desde el caminar, el peso, el mundo interior, esas cosas que nunca están escritas pero que tengo que dárselas”.

Todos los actores de Escenas en casa de Vasili Vesémenov fueron alguna vez, alumnos de Torres Vilar. “Supongo que quería mantener un estilo, era importante que todos tengamos esa técnica de actuación”. Para Mijail, cualquier universidad, instituto o taller tiene una responsabilidad con sus egresados y ex-alumnos. “Es tu mejor carta de presentación. Si tienes egresados muy buenos y en actividad, es un referente para los próximos estudiantes”. Por último, Mijail prefiere ser cauteloso en adelantar sus próximos proyectos. “Aquí en el Perú, nada es seguro, vamos a ver qué pasa. Hay una posible reposición, y me interesaría mucho hacer cine”, finaliza.

Sergio Velarde
18 de febrero de 2017

martes, 14 de febrero de 2017

Entrevista: PEDRO ITURRIA Y MARIO MENDOZA

“Estamos creando relaciones entre dramaturgos y compositores”

Zapping, 3 musicales en 1 es un proyecto de largo aliento. Ganador del premio del jurado del Oficio Crítico 2016 como el mejor montaje de Comedia o Musical, el espectáculo combinaba a compositores y dramaturgos que desarrollaron tres historias con temáticas y estilos diferentes, de 30 minutos cada una. El objetivo: fomentar el Teatro Musical Original Peruano, convocando año a año a duplas de dramaturgos y compositores para que sus historias lleguen felizmente a escena con garantía de calidad. Oficio Crítico conversó con dos de los principales responsables de esta puesta en escena musical, el productor Pedro Iturria y el director Mario Mendoza, jóvenes emprendedores con mucha experiencia a pesar de su corta edad.

¿Cómo se iniciaron en las artes escénicas? Pedro comenta que hizo teatro en la universidad San Martín con jóvenes de la Facultad de Comunicación, Turismo y Psicología. “Había un grupo oficial, nosotros éramos uno independiente, ensayábamos en un salón y veíamos nuestra manera de conseguir sala. Llegamos a hacer función en el ahora desaparecido Teatro Montecarlo”. Pedro entró a ver un ensayo y luego permaneció ayudando en producción. “Solo actué una vez y después el grupo se fue disolviendo”. Por su parte, Mario empezó en el colegio y cada verano estudiaba en distintos talleres. “Estudié en la Escuela D’Art, desde los 14 hasta los 18 años. Luego mis padres me aconsejaron que estudiara fuera, así que me fui con una beca por 4 años a estudiar teatro musical a la Fundación Julio Bocca, en Buenos Aires. En paralelo, estudié Dirección Teatral. Soy licenciado en Dirección teatral de la Universidad de Palermo y egresado en teatro musical de la Fundación Julio Bocca”.

Primeras experiencias teatrales

“En D’Art (Escuela de actuación y comedia musical creada por Henry Gurmendi en 2004) aprendí a tener cancha y concha para ir a una audición en Argentina y  mostrar lo que podía hacer”, asegura Mario. Sin embargo, reconoce que no es recomendable hacer musicales tan seguidos durante la etapa de formación, ya que no se puede hacer un proceso adecuado. “El teatro musical es una disciplina, un deporte, necesitas tener físico constante”. Ya en tierras gauchas, Mario quedó encantado con la carrera de Dirección. “En la Fundación Julio Bocca nos promovían mucho la autogestión, es decir, crear y no rehacer los musicales de Broadway, para tener nuestro propio material”. Por otro lado, Mario comenta que tuvo un reciente paso por la Dirección escénica de Ópera, en el Teatro Colón en  Buenos Aires. "Tenía muchas ganas de hacerlo, pero la ópera no es lo mío”.

En cambio, Pedro estuvo involucrándose cada vez más en la producción en nuestro país. Luego de algunos intentos por hacer teatro, decide legalizar su actividad con su socia Carolina Silva Sanstisteban para formalizar auspicios y todo lo concerniente a las puestas en escena. “Con Vodevil Producciones estuvimos encargándonos de algunas obras, eso sí, con ciertas dificultades financieras en el camino. Hasta que llegó Mujeres que habitan en mí (2009), dirigida por Guillermo Castrillón y estrenada en la Alianza Francesa. Tuvo buena crítica y acogida por el público”. Ese mismo año, se presentó la puesta infantil Los Músicos de Bremen.

"El despegue de Vodevil llegó con Bolognesi en Arica (2013), escrita y dirigida por Alonso Alegría. Inclusive tenemos funciones ya pactadas en este año”, señala Pedro. Vodevil se encargaría de producir varias obras de Eduardo Adrianzén, todas con un determinado corte social: una crítica a la televisión con Cristo Light (2014); a las universidades, con Los veranos son cortos (2014); y a nuestra ciudad, con Humo en la neblina (2015). “Todas nuestras producciones futuras tenían que tener un fin social. Lo mejor es producir nuestras propias obras”. Actualmente, Vodevil es una agencia de comunicaciones, escuela y productora.

Actuar, producir y dirigir

Para Mario, un buen actor de teatro debe tener una buena comunicación con todo el equipo. “No me gusta que en ningún ensayo alguien se vaya con alguna incomodidad, la relación entre los actores y el equipo es vital para que el proyecto avance”, manifiesta. Además, debe ser “súper lanzado” y tener disciplina. “Especialmente en el teatro musical. Es muy complejo, porque tienes tres áreas: canto, actuación y baile; además de involucrar a los directores coreográficos y musicales”. Por otra parte, Pedro considera que un buen productor teatral debe “ser anticipado, organizado y tener la mayor empatía posible con el elenco, los auspiciadores, los dramaturgos, con todos. En el camino se va aprendiendo”. Además, agrega que un productor debe tener toda la obra en la cabeza y manejar muy bien los niveles de comunicación e integración.

Consultado sobre aquellos colectivos que prefieren hacer la producción entre ellos mismos, afirma que siempre ha pensado que debe existir un una persona autónoma encargada de producir el montaje. “Dirigir y producir al mismo tiempo, por ejemplo, sí se puede hacer; si tienes dinero y tiempo, hazlo. Pero si no lo tienes, vas a descuidar uno o ambos aspectos”. Para Pedro sería mucho mejor si el productor contara con una especialización o conocimientos en marketing o comunicación. De otro lado, Mario afirma que un buen director de teatro debe de tener, aparte de una buena comunicación, contar con las herramientas para saber cómo llegar al objetivo y para cambiar de postura en el camino si fuera necesario. “También debe saber toda la obra, porque el actor se pregunta muchas cosas. Cuando soy autor y director, me doy cuenta que tenía algunas ideas al escribir, pero descubro nuevas al dirigir”. Finalmente, considera que un director debe tener el manejo de todas las áreas y estar pendiente de todo. “Debe contener a todo el grupo, saber que todos van hacia un lado determinado”.

Para Pedro, que se lanzó a producir junto a Vodevil Zapping, 3 musicales en 1, toda obra es considerada como un producto cuyo objetivo es comercial. “Debes pensar que sí es un producto comercial y tener las estrategias para cumplir tus objetivos de negocio”.  Mario añade que se debe “combinar lo comercial con lo personal a la vez”. Si bien es cierto cada caso es independiente del otro, Pedro considera que Zapping fue un montaje solvente, que seguirá generando ingresos con su reposición y venta de productos. “Uno debe manejar su propio modelo de negocio, pero con proyección. Si quieres montar una obra por propio gusto, hacer teatro de autor y que te reporte ganancias, debes verlo también como un producto”. Zapping demostró que sí se puede realizar buenos espectáculos musicales independientes propiamente nacionales. “Se podría analizar qué es lo que público quiere ver. Por ejemplo, para estas obras se hizo campañas de todo un año para convocar espectadores. Cada obra debe tener su propia personalidad”.

Larga vida a Zapping

“Estamos esperando la confirmación de festivales para ponernos a trabajar en la reposición de Zapping”, menciona Pedro. Para los que se perdieron ver en escena a los actores Natalia Salas, Gabriel Gil (ganadores del premio del público de Oficio Crítico) y Martín Velásquez, cada uno en triple papel, todavía tendrían una oportunidad. Por su parte Mario es más drástico con sus opiniones. “Está claro que el teatro musical nacional casi no existe. Me refiero al original y nacional. Cuando estaba aún por acá, había solo musicales de autores ya hechos, tenemos pocos referentes de musicales propios peruanos”. Considera a Zapping como una verdadera locura. “Al volver a Perú, necesitaba generar cosas y no tenía los medios para comprar una obra de Broadway. Con Zapping, descubrimos que sí podemos hacer y mostrar nuestro propio musical, que se podía hacer las cosas que uno se imagina”.

El indiscutible éxito de Zapping, 3 musicales en 1 ha generado una gran convocatoria para la realización de Zapping 2, en el que jóvenes creadores podrán realizar sus propios musicales. “No  existe otro lugar donde los autores y dramaturgos puedan estrenar sus propios proyectos. Los que hacen teatro están más conectados con los que hacen danza. Pero nosotros estamos creando una relación entre músicos y teatristas”, recalca Pedro. A través de las redes sociales, el proyecto de Zapping ya está sirviendo como un importante puente entre dramaturgos y compositores, que esperemos resulte en un nuevo espectáculo musical con las suficientes virtudes de su predecesor. Para mayor información, pueden visitar su página de Facebook: 
https://zappingmusicales.com/2017/01/03/convocatoria-obras-musicales-zapping-2da-edicion/

Por su parte, Mario anuncia que estará a cargo de la dirección de Te quiero hasta la luna, obra argentina que desde el año 2012 se viene representando en diversas ciudades como Bogotá, Buenos Aires, Madrid, Montevideo, Ciudad de México y Panamá. “Este año llega a Lima gracias a La Compañia Teatro Musical y su estreno está previsto para el 30 de junio". Pueden encontrar información sobre la convocatoria para las audiciones en la siguiente página de Facebook:
https://www.facebook.com/pg/tequierohastalalunaperu/about/?ref=page_internal

Sergio Velarde
12 de febrero de 2017

Crítica: RESPIRA

Cuando nuestros traumas nos persiguen

En mi opinión, una obra de teatro tiene que ser una que, indiferentemente si es comedia o drama,  “presione” algo en el público y provoque una reacción en él. En otras palabras, buscar que al salir de la obra, el público reflexione sobre lo que acaba de ver y pueda analizar sus propias vivencias, de otro modo.

La obra “Respira”, del dramaturgo peruano Eduardo Adrianzén, es de este tipo de obras y nos habla, de una manera convincente y directa, de graves problemas que la sociedad peruana enfrenta, tanto del pasado reciente como actuales: la presencia del terrorismo en el país, la decepción de las clases políticas, la fuerte, y muchas veces, negativa influencia de la religión, la pedofilia en la iglesia católica, la migración, pero todo esto sin dejar de lado problemas de familia como la poca comunicación en el matrimonio y con los hijos, entre otros.

Como podemos imaginar, una obra que hable de tantos temas incómodos y/o polémicos generará, sí o sí, expectativa, pero también se corre el riesgo de abarcar demasiado y, como dice el refrán, apretar poco. Sin embargo, y gracias al buen oficio de Adrianzén, esto no ocurre y logra darle el toque preciso a cada tema tocado, incluso, dándonos un personaje inesperado, cuya presencia es tan polémica como impactante.

Hablando del montaje que se está presentando en el Teatro Mocha Graña de Barranco, todos los sábados y domingos de febrero, pues diré que hay puntos muy positivos que resaltar. Primero, el buen trabajo actoral, el cual se muestra muy parejo en general, pero que tiene en dos actores sus más altos aportes: Yordan Huamán y Alexis García, quienes interpretan a más de un personaje de forma convincente y acertada.

Otro punto que me pareció adecuado es el de casi no usar escenografía, ya que así hacen que todo en lo que el público deba de estar atento sea las actuaciones y el texto. También debo decir que es la primera vez que veo una obra de dirección colectiva, pero esto no apareció en el montaje pues la dirección fue sobria y pareja, como si fuera una sola persona, lo cual habla muy bien del grado de compenetración del grupo y su compromiso con la obra.

Si algo negativo debo decir, es el caso de Joshua Chienda (quien hace muy poco tuvo una destacada performance en “Mar de mieles”), protagonista de la obra. No pueden hacer que un actor tan joven interprete a un hombre de 40 años. El personaje no tuvo el peso necesario, no sólo por el físico o la voz, sino por las vivencias mismas que un actor de mayor edad tiene y que le permiten dar mayores matices y verosimilitud al personaje, pues sus intentos no bastaron y dio la talla solamente en las partes infantiles del personaje.

Con todo, creo que es una gran obra en un montaje lleno de fuerza, corazón y coraje. Vayan a verla.

Daniel Fernández
14 de febrero de 2017

sábado, 11 de febrero de 2017

Entrevista: LUCÍA CARAVEDO

“El público debe exigir al teatro una historia que los movilice”

“Siempre me gustó actuar, desde primer grado participaba en todos los shows del colegio: bailaba, recitaba poesía, participaba de todo lo que era artes escénicas”, recuerda Lucía Caravedo, ganadora del premio Oficio Crítico 2016 a la mejor actriz en la categoría Drama por Clausura del amor. Para Lucía, los reconocimientos llegaron también en su etapa escolar en el Villa María, en donde ganó un concurso de poesía en 5° grado y se paseó por todo Secundaria recitando. “También hubo un espectáculo sobre Santa Rosa de Lima y yo la interpreté; para mí era como jugar”.

Los padres de Lucía tenían opiniones muy diferentes sobre la actividad artística en aquella época. “Los Caravedo son muy bohemios; pero mi familia materna es más tradicional: mi madre consideraba que ser actriz era un oficio menor”. Después de muchas discusiones sobre qué carrera estudiar, su padre la convence para que ingrese a la universidad. Lucía entra a la facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Lima, ya que era la carrera que en ese momento se acercaba más al mundo de la actuación y su idea era terminarla y luego conseguir una beca para estudiar teatro en el extranjero. “A veces uno se traza una meta en la vida, pero hay cosas que te desvían. Empecé muy joven  a trabajar en radio y me enamoré del medio. Ganaba mi propio dinero y me dio libertad para poder viajar y vivir sola.  En el camino pasaron muchas cosas que me fueron alejando del sueño del teatro”.

La vida en España

Lucía se fue a vivir a España para comenzar una nueva vida, a finales del 2003. “A la distancia empecé a cuestionarme seriamente: ¿Qué hago? ¿Qué quiero hacer con mi vida realmente?, me preguntaba”. Lucia decide entonces trabajar un par de años para ahorrar y así poderse pagar una escuela profesional de interpretación. “En ese tiempo conocí a mi actual pareja. Él fue un gran apoyo para dar el paso y tomar la decisión definitiva de dejarlo todo para dedicarme enteramente a la actuación”. Es entonces que Lucía decide dejarlo todo y entrar a la prestigiosa Escuela de Interpretación Cristina Rota, fundada en Madrid en 1978. “Tuve cuatro años de formación y participé en su compañía de teatro, como parte de mi proceso actoral. Es una escuela muy interesante y bastante completa. Participé en montajes trabajando directamente con Cristina, quien fue mi maestra”. Allí conoce  a Darío Facal, quien fue su profesor durante los tres primeros años”.

Lucía termina la escuela y decide regresar con su esposo al Perú. “Sentí que había terminado mi etapa fuera y me tocaba volver a mi país, reconciliarme con él y encontrar mi lugar aquí. Me motivaba ver cómo Lima se iba convirtiendo en una ciudad estimulante en la actividad cultural, llena de oportunidades. Se estaban haciendo cosas muy interesantes en teatro, cine, tv. Además, me apetecía formar una familia y que mis hijos crecieran cerca de sus abuelos, sus tíos”.

Los laberintos de Facal

Lima Laberinto XXI fue el inicio de muchas cosas”, menciona Lucía, quien había visto en Madrid el trabajo de Facal (autor y director de la obra, estrenada en 2015) y quería realizar uno de sus proyectos por estos lares. Se dio la oportunidad e inmediatamente se puso a trabajar en el espectáculo que sería llevado a escena con el teatro Británico en co-producción con Patria Producciones. "A Darío le entusiasmó mucho la idea de venir a Lima a dirigir su obra y trabajar con actores de aquí. El elenco peruano trabajó con un texto como punto de partida que ya se había creado en Madrid, en colaboración con los seis actores del montaje español". Fue así que vimos a Lucía, en compañía de Dante del Águila, Gonzalo Molina, Anaí Padilla, Andrés Silva y Camila Zavala, haciendo propias las líneas de Facal. “Parecían escenas escritas para cada uno. Darío vio claramente quién conectaba con cada personaje con sus propias vivencias personales y re-trabajamos el texto con él”.

“Para Darío, lo importante era que los actores interpretaran desde el corazón”, refiere Lucía. “Mi personaje aquí era el hilo conductor, con un tinte político”. Para ella fue su primera vez en un escenario en Lima, y además, corriendo con la producción, de la mano del Británico. “Tenía un bebé de 9 meses en ese entonces, por eso no disfruté tanto la temporada, me daba pena pasar tantas horas lejos de Tiago y además, sentía una responsabilidad muy grande, quería que todo  saliera bien, que todo el mundo estuviera contento”.

Se clausuró el amor

Gracias a Clausura del amor, Lucía logró una de las actuaciones más desgarradoras del 2016, al lado del director Facal y del actor Eduardo Camino (ganador también del premio del comité del Oficio Crítico). “La gente de la Alianza Francesa felicitó el estreno de Lima Laberinto XXI y nos invitaron a presentar un proyecto en su teatro”. Se barajaron muchos posibles montajes. Lucía recibió con entusiasmo la sugerencia de Darío Facal de montar el texto de Pascal Rambert, Clausura del amor. “Era un texto hermoso, que había recibido numerosos reconocimientos por su dramaturgia y además, se adecuaba muy bien al espacio de la Alianza Francesa. El tema de la relación de pareja es algo que me moviliza mucho. Me parece pertinente hablar sobre ello y reflexionar sobre el paradigma del amor hoy en día”, comenta Lucía. “La Alianza aceptó el proyecto, tratándose además de un premiado dramaturgo francés contemporáneo”.

“Algo que me conmovió desde que leí el texto, es el tema que aborda la obra y la manera en que lo hace. Clausura del Amor nos coloca frente a frente con la violencia y el dolor que supone escuchar y decir todo lo que uno piensa y siente. Para mí, es importante la clausura: cerrar, darle un lugar a los afectos, a las decisiones y también al dolor”, agrega Lucía, quien considera además que como actriz iba a ser un reto participar esta obra, que constaba básicamente de dos monólogos de 45 minutos cada uno, en el que el espectador asiste a la ruptura definitiva de una pareja conformada por Audrey y Stan. “Hacerlo de la mano de Darío fue estimulante. Nos guio con una gran sensibilidad y mucho amor y eso nos ayudó y nos dio mucha confianza para el trabajo”.

Con el equipo completo, comenzaron los extenuantes ensayos que la pieza necesitaba. Facal exigió un entrenamiento físico arduo y el texto totalmente introyectado. “Me sorprendió lo bien recibida que fue la obra, las palabras y los abrazos que recibimos llenos de amor. Sentimos un calorcito del público y de la gente del medio, que nos daban un aliciente para seguir adelante”. Y es que para Lucía fue todo un reto abordar como actriz esta obra. “Fue un proceso actoral muy intenso, muy duro por momentos. Es un trabajo que requiere de un esfuerzo emocional y físico muy grande”.

El montaje de Clausura del amor cosechó opiniones mixtas por parte de la crítica limeña. Facal apostó por un montaje muy minimalista solo con luz blanca y el escenario como espacio de ensayo, dos sillas y una botella de agua. “Que transcurra todo así”, nos cuenta Lucía. “Son pocos los que han hablado mal de la obra. Algunos han criticado a los niños (que aparecen en medio de los monólogos) o que el texto es muy largo. Pero en general, los comentarios han sido muy positivos y estimulantes”. Los resultados formales saltan a la vista: Clausura del amor resultó ser una de las mejores temporadas de todo el 2016 en la Alianza Francesa. “Todos los jueves pasábamos letra para las funciones de esa semana, no dejamos de hacerlo hasta la última. Era un texto complejo, pero teníamos un mapa del viaje emocional que Darío nos había trazado, para trabajar con total libertad y poder improvisar con las reacciones y movimientos en cada función”.

La educación del espectador

“Me despista lo que pasa en nuestro medio teatral: hay obras que se llenan y otras que están vacías; obras comerciales en las que no pasa nada y otras que no lo son y se llenan. Tenemos que trabajar mucho y ser creativos para seguir construyendo nuevos públicos”, reflexiona Lucía. “Muchas cosas influyen en este tema, cosas tan básicas como el horario, el precio de las entradas y la misma comunicación”. Lucía menciona que el público le da mucha importancia a la estética o a la dirección de arte. “Uno va al teatro a ver una obra, una historia que te la cuenta el director como le parece la mejor manera de contarla. Eduquemos a que el público exija al teatro una historia que los conmueva, un espectáculo que los toque y los movilice en algo más allá de una escenografía”, afirma.

Por otro lado, Lucía considera que debería existir una ley que incentive a la empresa privada para apoyar proyectos teatrales. “Yo pude hacer el proyecto de ChejoFF gracias a los auspicios. Fueron 11 microobras y había planteamientos de varios directores con vestuario de época. Fue una producción cara para un espacio OFF”. Lucía solo ha participado de tres producciones y conoce la angustia y el estrés que esto representa. “Durante Lima Laberinto XXI se me caía el pelo, la producción no es fácil. En Clausura del amor sí pude disfrutar más, porque dejé de producir”. Lucía no es de las actrices que se sientan en casa a esperar el llamado, le gusta gestar proyectos y ya está ensayando una próxima obra, nuevamente bajo la dirección de Facal. “El 18 de marzo se estrenará en el Teatro Británico Luz de Gas de Patrick Hamilton. Es una obra de género, un thriller psicológico, con un elenco de lujo: Javier Valdes, Alfonso Santistevan, Stephanie Orué ,Eduardo Camino y Delfina Paredes serán mis compañeros en esta nueva aventura. Estoy muy agradecida por el camino que voy recorriendo. Es interesante la diferencia entre LaberintoDos para el camino, dirigida por Rodrigo Chávez; El Oso, por Norma Martínez; Clausura del Amor y esta puesta de Luz de Gas; cada uno con personajes y lenguajes escénicos muy distintos”, concluye.

Sergio Velarde
11 de febrero de 2017

jueves, 9 de febrero de 2017

Entrevista: ANGELITA VELÁSQUEZ

“El teatro te abre la puerta para ponerte en el lugar del otro”

El Grupo Histrión se caracterizó desde los años sesenta por presentar impecables espectáculos teatrales, de la mano de los hermanos Velásquez, Carlos, Mario “Achicoria” y José. Acaso el más ocupado del trío fue don Carlos, quien se paseó por escenarios y sets de televisión durante mucho tiempo. Protagonizó los grandes éxitos de Histrión como El fabricante de deudas (1964), Marat-Sade (1968) o El alcalde de Zalamea (1982) y dirigió la mejor temporada de Risas y salsa en los ochentas. La dupla conformada por Michel Gómez y Eduardo Adrianzén lo rescató para algunos inolvidables papeles de apoyo en sus miniseries de los noventas, como en Regresa, donde animaba la Peña Fernández o en La Perricholi, como el divertido “ayayero” del virrey, Martiarena. Como “lo que se hereda no se hurta”, su hija Angelita Velásquez logró una destacada participación el año pasado en el montaje de La humilde dinamita, escrito y dirigido por Marbe Marticorena, logrando el premio del jurado del Oficio Crítico como la mejor actriz de reparto en Drama 2016.

“Me siento tan lejana, tan distante; alguna vez espero hacer algo de ese nivel”, menciona Angelita al ser consultada sobre qué cree que heredó de su padre, don Carlos Velásquez. “Hace poco me acordaba de una de las obras que vi en Histrión, El alcalde de Zalamea. Mi papá tenía el papel protagónico, por las mañanas entrenaban esgrima; más tarde, las luchas; luego, el trabajo con el texto; coordinar el vestuario; en fin, todo el día estaba ensayando”. Pero sí reconoce que tiene la capacidad de observar, que es en gran parte la capacidad del actor: observar la vida y el mundo de otra manera, tal como el personaje lo concibe. “Trato de entrenar la capacidad de ponerme en el lugar del otro, el teatro te abre esa puerta”.

Las escuelas y maestros de actuación

Acostumbrada a ver tanto ensayos como temporadas desde muy niña, Angelita refiere que inicialmente no quería actuar. “Lo que quería era dirigir”, afirma. Ella se negó a hacer teatro, que era lo que toda su familia hacía y optó por estudiar otras carreras, como Sociología. En ese entonces, a su padre lo operaron del corazón y al mes ya estaba grabando La Perricholi, miniserie para la que lo habían esperado tras la enfermedad. “Aún delicado era siempre acompañado por mi mamá, mi hermana y yo. Michel Gómez creyó que estudiaba audiovisuales y me invitó a ingresar como practicante  en una segunda asistencia de dirección para su siguiente producción y aunque estudiaba sociología no rechacé la idea y terminé involucrándome con la televisión. Allí me interesó dirigir, aún no actuaba. Pensé que era buena idea empezar mi formación de directora, actuando”. Es así que Angelita postula al TUC (donde no ingresa) y a la ENSAD, quedándose en esta última. “El día que ingresé recién se lo dije a mi papá (él iba a ser profesor en la ENSAD) y no quería que se viera involucrado en eso, que se dudara de mi ingreso”. Angelita permaneció en la ENSAD solo un tiempo.

Posteriormente, Angelita ingresa al Club de Teatro de Lima, en donde termina los tres años de estudios. “Conocí a grandes amigos y aprendí muchas cosas. Es un espacio muy diferente al de la ENSAD, te da la oportunidad de intercambiar con gente con experiencias muy diferentes, no todos van a ser actores, hay quienes quieren probar algo que postergaron toda su vida, otros van por terapia, otros descubren un talento oculto y aprendes a valorar esa diversidad con más humildad”. El sistema que impartía el Club, basado en la improvisación, significó para Angelita un gran aprendizaje. “Tuve grandes maestros como Eugenia Ende y Sergio Arrau, estuve en una etapa privilegiada en el Club”. Sin embargo, reconoce que vivir toda la etapa de Histrión en casa también fue un gran aprendizaje. “Mi primera formación fue ver los ensayos desde chica (más que las temporadas en sí) y todo el proceso de trabajo en los camerinos, sobre el escenario, en la construcción de los personajes; la gente de Histión sabía y hacía de todo, vestuario, escenografía, luces, todo; entendí el trabajo del teatro como grupo. Valoro mucho a la gente que lo hace”, asegura.

En la ENSAD y en el Club, Angelita tuvo como profesor al reconocido dramaturgo y director, chileno de nacimiento pero peruano de corazón, Sergio Arrau, a quien llama cariñosamente “mi tío”. “Lo conozco desde que nací, se le decía “tío” a los amigos de mi padres y hasta ahora nos mantenemos como tío y sobrina”. La experiencia de Arrau logró, no obstante, que sí se diera en las aulas una relación profesor-alumna. “Fue muy crítico, mucho más duro en aquella época y muy exigente. Decía cosas que te podían hacer remover y quisieras ya no regresar. Te desnudaba  en tus actitudes y en las cosas que tenías que corregir. Fue provechoso que me exigiera de esa manera.”

Años después, cuando Angelita regresa a la ENSAD para la Complementación Pedagógica, tuvo entre sus maestros al gran Ernesto Ráez. “Me tocó en el curso de Historia del Teatro. ¡Te puedes quedar escuchándolo todo el día! Mantiene el interés y te dice tantas cosas que tú no sabes. Es maestro de vocación. Ha podido quedarse actuando, porque era un buen actor, o dirigiendo, pero creo que su mayor don es el de enseñar, le es tan natural”. Angelita también tuvo a Ráez en el curso de Actuación. “También es muy duro, todavía hay palabras que me retumban. ¡Imagínate, fue hace unos  años, ya no era una jovencita! Aún hay cosas respecto a mi desempeño como actriz y a mis limitaciones que me dejan pensando”, reflexiona.

Buenos actores y directores

Como ya lo había mencionado Angelita, un buen actor de teatro debe tener la capacidad de observar. “Y además debe tener resistencia a la crítica. Encuentro poco de eso, aprovecho para hacer la denuncia (risas)”. Angelita considera que la crítica no existe para ofender y que un actor que realiza un trabajo, lo hace para entregarlo al público, con todo lo que ello implica. “Es necesaria esa capacidad de resistencia y de auto-revisión para poder avanzar”. También considera que la tolerancia a la frustración es indispensable, pero no nombra ni a la creatividad, pues se puede entrenar; ni a la memoria, pues ambas son consecuencia de la observación.

Por otro parte, Angelita considera que un buen director de teatro tiene múltiples características y comparte sus propias experiencias. “Hay directores que te dirigen sin que te des cuenta, Sergio Arrau es uno de ellos”, asegura. “Él primero deja muy en claro que es el director, pero a veces puede parecer que no está haciendo nada, te mira, se ríe. Pero te está llevando por un lado sin que tú lo adviertas”. Otro director importante en la vida de Angelita fue Daniel Dillon. “Es un director que manipula muy bien, me llevó por caminos que nunca he recorrido. Es un gran maestro.” Angelita menciona que Dillon la confrontó con algo que para ella es muy trascendente: el explorar cosas nuevas como actriz. Así la vimos, totalmente transformada, en Historia de un hombre (2011) como una vieja represiva y desquiciada, que significó para Angelita su primera nominación como mejor actriz para Oficio Crítico.

“Un director debe tener la habilidad de conocerte, de intuirte, para saber qué necesita decir”, prosigue Angelita. “No todos los actores necesitan que se les diga lo mismo, algunos necesitan más presión que otros. He visto esa mano en un director, sabe hasta dónde presionarte o no, o cómo llevarte  por un lado y no por el otro, a veces una sola palabra de boca del director tiene el poder suficiente de hacerte despegar”. Además, manifiesta que es importante que tengan cultura, es decir, un conocimiento del ser humano y del mundo. “Los directores tienen que tener algo que decir, yo he visto tantos trabajos de los que me pregunto qué pensará el director”. Y es que cuando un trabajo conmueve, es porque el director tenía una idea clara. “Debe tener una posición frente al mundo, frente al texto que tienes, sino ¿porqué lo haces?” Angelita considera también que no es necesario que un director haya sido actor. “Pensaba que sí antes, pero de la manera en que algunos actores pueden tener un talento natural, creo que existen directores que poseen la noción  innata de la comprensión del texto, de la traducción del texto a la escena con los actores, de cómo narrar en el escenario. Pueden tener una gran formación sin haber actuado. Después de verlo, lo puedo comprender”.

La humilde dinamita

Tal como lo mencionó Angelita en su experiencia con Dillon, el explorar caminos inseguros es un aliciente para aceptar involucrarse en un proyecto de teatro. “Me gusta hacer cosas nuevas, esa es una gran motivación. El reto puede ser trabajar con un director con el que no haya trabajado antes, puede ser por elenco, por el texto, o por un personaje nunca has hecho. Eso me pasó con La humilde dinamita”. Si bien Angelita había conocido a la directora y dramaturga Marbe Marticorena en un taller hace muchos años, nunca había trabajado formalmente con ella. “Una actriz no pudo seguir en la obra y me llamó para reemplazarla. Ya me ha pasado varias veces (sonríe)”. Y justamente el personaje que le tocaría interpretar a Angelita tenía una característica novedosa para ella. “Primero fue una sorpresa que me llamara (estaba alejada del teatro desde hace años) y después me dijo que el personaje tenía que hablar en quechua. ¡Qué emoción y qué miedo!”, exclama.

Con un elenco que ya se conocía y entendía lo que estaba haciendo, Angelita se suma al proyecto. “Eran pocas escenas, es verdad, pero yo lo sentía primero inmenso, no podía ni leerlo, me moría de miedo”, recuerda. Y es que para Angelita la creación tenía que partir del mismo idioma, no solo el poder  pronunciarlo, sino entender al personaje desde ese lado. “Es que uno habla como es, el idioma representa toda una manera de pensar, de ver el  mundo. No conocer el idioma era la dificultad, más que pronunciarlo”. Solo casi llegando al estreno, Angelita por fin pudo decir su texto sin leerlo. “¿Por qué? No es que no lo había estudiado, es que trataba de entender las cosas desde dentro del personaje para llegar a interpretarlo a la par de fabricar imágenes con un idioma que desconocía. Imagínate que soñaba que iba a llegar al estreno con los textos apuntados en  los brazos para poder recordarlos”, recuerda.

Para poder interpretar su personaje en quechua, Angelita tuvo una ayuda providencial. “Me ayudó mucho una señora del mercado, a la que encontré hablando en quechua con otra señora. Le dije de dónde era, ella me dijo del Cuzco. ¡Qué maravilla! ¡Ella es!”, exclamó en ese momento. “Me ayudó justo en lo que yo quería, porque en el quechua se habla como en poesía, con figuras. Ella me ayudó a entender eso y fue formándose el personaje”. Pero este trágico personaje también era interesante por el intenso drama que le tocaba vivir función tras función, al serle arrebatado su hijo. “Ya ser madre ayudó mucho, antes quizá no hubiera podido comprender todo lo que el personaje sentía. En él está también mi mamá que falleció hace poco. Todo era parte de la memoria emotiva que sin querer viene a uno”. En La humilde dinamita, es el pueblo golpeado que pierde injustamente a las personas que más ama el real protagonista. “Era lo más importante que decir en esta obra. Eso existe, esa denuncia era importante y el personaje se formó así”. Una periodista amiga de Angelita le hizo ver el caso de una señora que había perdido a su hijo y que había caminado sin pensamiento durante dos días. “Entraron a su casa y se llevaron a los hombres de su casa. Ella ha seguido el carro hasta que lo perdió de vista, pero continuó caminado dos días. Son cosas dolorosas y no podía parar de llorar porque no era actuación, era verdad”. Cada función, Angelita recordaba la historia de aquella pobre señora, pues lo que iba a interpretar en esa era esa misma historia.

Inicialmente, Angelita tenía ciertos reparos en aceptar el reto. “El texto de Marbe contenía mucha violencia, no sabía si lo iba a aguantar. Le preguntaba cómo iba a tratar las escenas con contenido más explícito, porque  no sabía si podía resistir toda la obra en ese nivel de dolor. Pero ella me habló de la estética del físico, que se iban a figurar muchas cosas”. Para Angelita, todo el proceso fue muy doloroso y angustiante, y agrega que acudía a los ensayos muy cargada. “La sola idea de perder a mi hijo me hacía llorar. Me ponía en el lugar del personaje y no soportaba. Y lo peor es que no necesitas imaginarlo mucho, lo sigues viendo en muchos sitios”.

Por último, Angelita está a la espera de ser convocada para proyectos de actuación. “Gracias al Oficio Crítico por la nominación y los felicito por la labor que vienen haciendo. ¡Y ojalá que tu premio me ayude (risas)! Me gusta actuar, pero uno tiene que ver otros caminos, probar otras cosas e impulsar sus propios proyectos”. Con toda la experiencia ganada que tiene Angelita, prácticamente desde que nació con el grupo Histrión, su opinión sobre las artes escénicas es bastante pertinente. “Hay profesores de la antigua escuela que te hacen barrer el escenario, cargar las tarimas, confeccionar vestuarios, todo es parte de la formación: el teatro es grupo, hermandad, es estar todos juntos”, reflexiona Angelita. Y es que en el Club de Teatro de Lima siempre se trabajó con ese sistema. “En el teatro no se trata de buscar a una persona que destaque. Eso yo lo vi en Histrión: mi madre cosiendo los vestuarios y telones en las madrugadas, todos los hijos estábamos involucrados y teníamos siempre algo que hacer. Esa convivencia constituye parte de las experiencias que uno va a recordar para siempre”, concluye.

Sergio Velarde
7 de febrero de 2017