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miércoles, 12 de octubre de 2016

Crítica: LA SANGRE DEL PRESIDENTE

Polémica y desconcertante historia política 

Luego de ser duramente criticada cuando se dio a conocer en el Festival Sala de Parto 2015 a través de una lectura dramatizada con conversatorio incluido con el autor, la pieza La sangre del  presidente del dramaturgo Aldo Miyashiro llega por fin al escenario teatral de la AAA. Escrita por encargo en aquella oportunidad (Miyashiro era homenajeado en el mencionado festival), el texto fue catalogado públicamente durante el evento por el veterano dramaturgo Alonso Alegría como una “posible buena obra futura” consistente en un “primer y muy apurado borrador”. Sin embargo, es conocido también que una acertada dirección puede acaso sumar puntos valiosos al respectivo montaje teatral; y este es precisamente el caso, sin duda, con el trabajo en conjunto del director Miyashiro y Ximena Arroyo, interesante directora responsable, entre otras puestas en escena, del inolvidable reestreno de Función velorio (2008), brillante pieza del autor Miyashiro que se mantiene todavía, en calidad, muy por encima de La sangre del presidente.

La historia que presenta Miyashiro en su última pieza recicla diversos eventos ocurridos durante las pintorescas y delirantes campañas presidenciales que hemos presenciado en los últimos años. Si acaso el título de la obra prometía una especie de thriller político, con el candidato favorito a la Presidencia de la República Ricardo (interpretado por un notable Lucho Cáceres) enfrentándose a los demenciales ataques de sus contrincantes, los derroteros que toma el texto resultan muy diferentes: la “sangre” en cuestión se refiere más bien a la repentina aparición de una supuesta hija no reconocida por el candidato llamada Abril (feliz debut de Daniela Nunes), recluida en un centro de rehabilitación y que pondrá en serios aprietos a la futura Primera Dama (Kathy Serrano) y al leal asesor de Ricardo (David Carrillo).

El vuelo creativo de los directores y la habilidad de los intérpretes maquillan muy bien la poca profundidad dramática y el estereotipo de algunos personajes, con un ágil y fluido montaje que incluye además secuencias de video con los variopintos aspirantes a la presidencia que hemos tenido el (dis)gusto de conocer. Imágenes que por cierto, lucen incongruentes con la intachable personalidad de Ricardo: ¿será realmente el único político honesto que nos queda? Por su parte, los actores cumplen a cabalidad su función: los experimentados Serrano y Carrillo asumen con dignidad sus personajes, quienes enfrentan problemas de salud y el resentimiento de vivir siempre a la sombra de otro, respectivamente; mientras que los sensibles personajes de Abril y su novio Marcos (André Silva) se escapan por los pelos de caer en el trillado cliché, gracias al esfuerzo de sus intérpretes.

Mención especial para el personaje de Manolo Rojas, quien debuta formalmente en las tablas interpretando a un cómico ambulante con problemas de adicción llamado “El Chupos”. Si bien es cierto su personaje resulta secundario (su alianza proselitista con Ricardo solo es el pretexto para que el candidato conozca a su desconocida hija), su presencia se impone durante todo el montaje, y el  trabajo de dirección consigue que por varios momentos este personaje aparezca en escena y no el divertidísimo actor cómico. En ese sentido, el duelo de chistes entre Ricardo y “El Chupos” (momento antológico del montaje y además, prescindible dramáticamente) resulta revelador: Rojas arranca sonoras carcajadas, pero Cáceres (dominando la escena) recibe generosos aplausos por su chiste y por estar al 100% en personaje.

El último escollo de La sangre del presidente es el final, catalogado durante su primera lectura como una “contradicción argumental”. Y es que en la penúltima escena, tres personajes centrales mueren cruelmente en un incendio provocado; sin embargo, estos aparecen al final, acompañando al resto de personajes, como si nada (supuestamente) hubiera pasado. Pues bien, Miyashiro y Arroyo se las ingenian no solo para mantener este ambiguo desenlace, sino que valiéndose de los recursos escénicos con los que cuentan logran sorprender al espectador con una perturbadora imagen de claro mensaje antipolítico. La sangre del presidente no alcanza los anteriores brillos de su autor (creador también de piezas de alto calibre como No amarás o Un misterio, una pasión), pero su puesta en escena sí que es perturbadora, desconcertante y altamente entretenida.

Sergio Velarde
12 de octubre de 2016

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