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miércoles, 29 de junio de 2016

Crítica: LA HUMILDE DINAMITA

Explosivo ejercicio de memoria   

Con el respeto debido hacia aquellos espectáculos que solo buscan entretener, las artes escénicas tienen una indudable e ineludible función formadora. El teatro debe provocar, intrigar y mover al espectador hacia la reflexión, ya sea para despertarle de su desidia o para recordarle tiempos pasados, especialmente en un país con una memoria tan frágil como el nuestro. En ese sentido, el estreno de La humilde dinamita, escrito y dirigido por Marbe Marticorena en la Alianza Francesa de Miraflores y producido por la compañía Revuelo arte/escena, constituye una valiosísima y brillante propuesta teatral que no solo remueve nuestra conciencia, sino que se convierte en una de las temporadas más sólidas e interesantes en lo que va del año, denunciando los excesos cometidos por ambos bandos durante la guerra interna que azotó nuestro país en la década de los ochentas, de una estilizada y arriesgada manera.

Siguiendo el sendero que dejara otra notable pieza, como lo fue La cautiva (2014), y también demostrando una gran valentía (recordemos que el mencionado montaje fue acusado burdamente como apología al terrorismo), Marticorena apuesta por la no-violencia a través de una puesta que destila precisamente violencia por todos lados, pero felizmente salpicada por un humor negro (a veces de trazo demasiado grueso) que la hace finalmente digerible y sorprendentemente, conmovedora. Bien por la Alianza Francesa el de presentar apuestas teatrales que toquen temas históricos recientes, sin temor a la “polémica” que bien podrían generar. No es casualidad entonces que los fines de semana podamos ver, en el mismo espacio, Los justos de Albert Camus.

La humilde dinamita nos lleva en el tiempo al epicentro mismo de la violencia, en donde la dramática injusticia existente en la sierra de nuestro país provoca mucho dolor en las familias; muchas de ellas terminan siendo fragmentadas. Es justamente una de esas tristes historias la que llega al escenario, narrada por un ambiguo ser llamado Apu: la pérdida de la inocencia de Jonás, a quien su hermana busca reclutar en un grupo armado y que termina involucrado en actos de terrorismo. La autora dirige con habilidad y tino su propia historia, valiéndose de los recursos histriónicos de los actores, acompañados por música y sonidos en vivo. El sarcasmo y la ironía dosifican la estilizada violencia inherente al drama, logrando algunos hilarantes momentos, como la visita de Jonás a un restaurante capitalino o el talkshow conducido por Apu.

Marticorena, quien ha supervisado la lucha escénica en infinidad de montajes teatrales, no descuida las interpretaciones de su elenco. César Golac y Lelé Guillén están notables como la pareja de hermanos separados por el terror, especialmente esta última, en una desgarradora actuación. Lilian Nieto aporta su experiencia para convertirse en la perfecta narradora omnisciente de los dramáticos sucesos que le toca describir. Buen trabajo en conjunto también de Rolando Reaño, César Chirinos, José Avilés y Omar Peralta, interpretando cada uno a varios personajes con precisión. Mención aparte merece la reaparición sobre las tablas de Angelita Velásquez, conmovedora hasta las lágrimas como la madre que busca incansablemente a su hijo, recitando en quechua todas sus líneas. La humilde dinamita de Marbe Marticorena es un montaje honesto, valiente y contundente, que nos permite ejercitar pertinentemente nuestra memoria, a través de una explosión de emociones excelentemente coreografiada. Y ese es uno de los principales objetivos del arte de hacer teatro: el de no permanecer indiferentes como espectadores a la realidad que se nos muestra, por más violenta que esta sea. De visión obligatoria.

Sergio Velarde
29 de junio de 2016

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