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miércoles, 29 de junio de 2016

Crítica: FIESTA EN EL BOSQUE

Clásica fábula revisitada   

Desde el estreno de Achikée, la tierra seca (2009), el colectivo Palosanto Teatro y Comunicación y su director Ismael Contreras vienen presentando interesantes espectáculos para toda la familia en el Centro Cultural CAFAE, teniendo los primeros una temática ecológica: así desfilaron La zorra vanidosa (2010), que priorizaba los cuidados por su hermosa cola en demérito de la contaminación del bosque; el alcalde de Villasucia (2010), que descuidaba irresponsablemente la limpieza de su ciudad; y los niños de Zacatapum (2012), que querían impedir a toda costa la tala de un árbol. En El Botón de Plata (2013) se cambió dicha temática por la de la superación por méritos propios a pesar de las adversidades, utilizando la luz negra para su puesta en escena. Pues bien, la última obra de Palosanto, titulada Fiesta en el bosque, se inscribe en este último grupo, aprovechando los mencionados recursos lumínicos para narrar la clásica fábula de la liebre y la tortuga.

Escrita por Contreras, pero esta vez dirigida por su hija (la debutante Marisa Contreras), la obra tiene el mérito de generar suspenso entre los más pequeños a pesar de lo archiconocida de su anécdota. Fiesta en el bosque inicia con un prólogo a cargo de Pinocho y Gepetto, ambos en forma de títeres y alumbrados por luz negra, quienes nos cuentan la historia de la gran competencia en el bosque, en la que la Liebre ya se da por segura ganadora ante la ausencia de competidores. La aparición de la Tortuga y su posterior participación en la carrera sacarán a relucir la soberbia del roedor, quien perderá el trofeo anhelado aprendiendo en el camino una valiosa lección.

La puesta en escena es muy atractiva, luciendo un gran colorido en la escenografía y en los vestuarios. Los actores representan acertadamente a los animales del bosque: Geraldine Díaz, Álvaro Zubiaurr, Liz Navarro, Juan De Los Santos y especialmente, Julio César Delgado (actor en Palosanto desde Achikée, la tierra seca), dentro del caparazón de la entrañable Tortuga. La participación de los niños es activa en todo momento, reflexionando con la moraleja de la historia. Acaso un par de canciones con la voz grabada no contrasten favorablemente con la voz en vivo en otras; sin embargo, Fiesta en el bosque del maestro Contreras cumple en términos generales con los requisitos para estar a la altura de la calidad demostrada por Palosanto a lo largo de los años.

Sergio Velarde
29 de junio de 2016 

Crítica: LA HUMILDE DINAMITA

Explosivo ejercicio de memoria   

Con el respeto debido hacia aquellos espectáculos que solo buscan entretener, las artes escénicas tienen una indudable e ineludible función formadora. El teatro debe provocar, intrigar y mover al espectador hacia la reflexión, ya sea para despertarle de su desidia o para recordarle tiempos pasados, especialmente en un país con una memoria tan frágil como el nuestro. En ese sentido, el estreno de La humilde dinamita, escrito y dirigido por Marbe Marticorena en la Alianza Francesa de Miraflores y producido por la compañía Revuelo arte/escena, constituye una valiosísima y brillante propuesta teatral que no solo remueve nuestra conciencia, sino que se convierte en una de las temporadas más sólidas e interesantes en lo que va del año, denunciando los excesos cometidos por ambos bandos durante la guerra interna que azotó nuestro país en la década de los ochentas, de una estilizada y arriesgada manera.

Siguiendo el sendero que dejara otra notable pieza, como lo fue La cautiva (2014), y también demostrando una gran valentía (recordemos que el mencionado montaje fue acusado burdamente como apología al terrorismo), Marticorena apuesta por la no-violencia a través de una puesta que destila precisamente violencia por todos lados, pero felizmente salpicada por un humor negro (a veces de trazo demasiado grueso) que la hace finalmente digerible y sorprendentemente, conmovedora. Bien por la Alianza Francesa el de presentar apuestas teatrales que toquen temas históricos recientes, sin temor a la “polémica” que bien podrían generar. No es casualidad entonces que los fines de semana podamos ver, en el mismo espacio, Los justos de Albert Camus.

La humilde dinamita nos lleva en el tiempo al epicentro mismo de la violencia, en donde la dramática injusticia existente en la sierra de nuestro país provoca mucho dolor en las familias; muchas de ellas terminan siendo fragmentadas. Es justamente una de esas tristes historias la que llega al escenario, narrada por un ambiguo ser llamado Apu: la pérdida de la inocencia de Jonás, a quien su hermana busca reclutar en un grupo armado y que termina involucrado en actos de terrorismo. La autora dirige con habilidad y tino su propia historia, valiéndose de los recursos histriónicos de los actores, acompañados por música y sonidos en vivo. El sarcasmo y la ironía dosifican la estilizada violencia inherente al drama, logrando algunos hilarantes momentos, como la visita de Jonás a un restaurante capitalino o el talkshow conducido por Apu.

Marticorena, quien ha supervisado la lucha escénica en infinidad de montajes teatrales, no descuida las interpretaciones de su elenco. César Golac y Lelé Guillén están notables como la pareja de hermanos separados por el terror, especialmente esta última, en una desgarradora actuación. Lilian Nieto aporta su experiencia para convertirse en la perfecta narradora omnisciente de los dramáticos sucesos que le toca describir. Buen trabajo en conjunto también de Rolando Reaño, César Chirinos, José Avilés y Omar Peralta, interpretando cada uno a varios personajes con precisión. Mención aparte merece la reaparición sobre las tablas de Angelita Velásquez, conmovedora hasta las lágrimas como la madre que busca incansablemente a su hijo, recitando en quechua todas sus líneas. La humilde dinamita de Marbe Marticorena es un montaje honesto, valiente y contundente, que nos permite ejercitar pertinentemente nuestra memoria, a través de una explosión de emociones excelentemente coreografiada. Y ese es uno de los principales objetivos del arte de hacer teatro: el de no permanecer indiferentes como espectadores a la realidad que se nos muestra, por más violenta que esta sea. De visión obligatoria.

Sergio Velarde
29 de junio de 2016

Crítica: LOVE AND CHILL

El amor en tiempos de selfies   

Los resultados obtenidos por Love and Chill, comedia romántica escrita por David Carrillo y Federico Abrill y estrenada en el Teatro Larco, son exactamente los que se podían esperar de una puesta en escena dirigida por el mismo Carrillo e interpretada por egresados de su Taller de Formación Actoral en Plan9. Las relaciones sentimentales en épocas actuales son examinadas de una divertida y sencilla manera, a través de diez personajes (algunos mejor bosquejados que otros) en su búsqueda de la esquiva felicidad. Los actores, entrenados en el reconocible estilo del director de Demasiado poco tiempo (2011) y Lo que nos faltaba (2015), Sandra Barbosa, Pedro Pablo Corpancho, Airam Galliani, Brisa Ghilardi, Valquiria Huerta, Job Mansilla, Rocío Montesinos, Cristhian Palomino, Valentín Prado y el mismo Abrill, derrochan carisma, energía y entrega de principio a fin.

La historia, resultado de un laboratorio por parte de actores y director, deja en claro que actualmente el amor, como concepto en sí, se ha visto banalizado por los avances tecnológicos y por la agitada vida que nos ha tocado vivir. Como consecuencia, resultaba inevitable que algunas líneas argumentales rocen la superficialidad; sin embargo, el trabajo actoral es lo suficientemente efectivo como para regalarnos un puñado de hilarantes secuencias, que también incluye algunas alegres coreografías. A destacar las actuaciones de Barbosa, Huerta, Palomino y Mansilla, quienes sostienen con bastante aplomo sus intervenciones.

Una gran variedad de temas en escena resueltos con soltura: desde la chica que no puede separarse del celular y sus selfies, hasta el muchacho incapaz de comprometerse seriamente; desde el clásico triángulo amoroso, hasta los amores no correspondidos que encuentran una sorprendente salida en épocas de unión civil. Por otro lado, algunas redundancias, como las continuas referencias cinematográficas, podrían ajustarse para afinar el producto final. El espectáculo en general discurre con bastante fluidez, acaso agotándose por momentos en el tramo final, pero aprovechando al máximo la escenografía de la obra estelar en el teatro, bien acompañado por una disfrutable selección musical. Love and Chill, con el sello característico de Plan9, es un agradable entretenimiento sin mayores complicaciones  ni pretensiones, como lo son ciertamente las actuales relaciones sentimentales, en donde el auge tecnológico y la facilidad con la que ahora se consigue (y desecha) todo, nos lleva irremediablemente a la sensata afirmación de que todo tiempo pasado fue mejor.

Sergio Velarde
29 de junio de 2016

lunes, 27 de junio de 2016

Crítica: NUNCA LLUEVE EN LIMA

Un ambiguo y divertido diluvio   

Desde el estreno de Un verso pasajero, ganadora del Primer Festival Peruano – Norteamericano de Teatro en 1996, hasta Nunca llueve en Lima, estrenada en el Teatro Británico en el presente año, la evolución del dramaturgo Gonzalo Rodríguez Risco se hace evidente en estas dos décadas: si en la primera pieza mencionada, una familia se ve duramente afectada por el coma en el que se ve sumergido uno de sus integrantes; en la segunda, toda nuestra capital se ve en peligro de quedar literalmente sumergida bajo un torrencial diluvio, mientras otra familia, disfuncional y de tres generaciones, intenta sobrevivir en la antigua casona que habita y que a la vez se encuentra a la venta. Rodríguez Risco vuelve a internarse en un terreno que conoce muy bien (la familia y su disfuncionalidad), y esta vez rodeado de un contexto improbable y deliberadamente cómico, pero que funciona al retratar con acierto los conflictos y miserias de sus personajes, a pesar de algunos cabos sueltos en su variada temática.

Como era de esperarse, el escenario del Británico luce inmejorable. El montaje que dirige el experimentado Alberto Isola recrea con maestría la casona en cuestión, enorme y destartalada, con grandes ventanales y paredes agrietadas. La sorpresiva lluvia aparece en plena discusión sobre la compra del inmueble: el abuelo (Carlos Tuccio) no está seguro de vendérsela a la pareja de compradores (Pold Gastello y Magali Bolívar), pero el padre (Lucho Cáceres), quien se encuentra en permanente crisis nerviosa, sí lo desea para emprender una nueva vida al lado de su hija (Patricia Barreto). Esta última es la que sostiene económicamente a la familia y luce agobiada por la gran responsabilidad que esta situación le genera, pero logra encontrar cierto consuelo con la aparición del hijo del comprador (Emanuel Soriano). En medio de ellos, la serena y atenta presencia de una vecina (Haydeé Cáceres), que intenta a duras penas mantener el orden.

Temas complejos como los conflictos generacionales, la incapacidad para comunicarse, el miedo al compromiso, la nostalgia por el pasado, la discriminación pura y simple, los amores no correspondidos, las oportunidades truncadas, las mentiras y los secretos aparecen intermitentemente bajo la torrencial lluvia (que se abre paso a través del frágil techo de la casona), pero que no terminan todos por resolverse plenamente o se quedan en un final ambiguo. Curiosa, eso sí, la simbología del agua empleada en la obra. Si en los últimos tramos de Calígula y Cómo crecen los árboles, el agua condicionaba la redención de sus personajes; en el montaje de Rodríguez Risco, esta funciona como un enorme obstáculo para que los protagonistas alcancen sus objetivos: los compradores no podrán adquirir la vivienda, ni la vecina volver a su hogar, ni los jóvenes concretar sus deseos de escapar del estancamiento.

A destacar en el elenco al veterano Tuccio como el patriarca de la familia, muy divertido y hasta conmovedor en su relación con la vecina que personifica la siempre eficiente Haydeé Cáceres. Gastello y Bolívar están intachables; Barreto y Soriano representan con solvencia a la pareja de jóvenes llenos de esperanzas y anhelos frustrados; mientras que Lucho Cáceres se roba cada una de las escenas en las que aparece con una entrañable caracterización, tal como lo hiciera en La Fiaca. Escrita en el 2013 pero estrenada este año, Nunca llueve en Lima, producida acertadamente por Escena Contemporánea, bien podría ser considerada como la obra más ambiciosa de Rodríguez Risco hasta la fecha y es sin duda, la más exitosa comercialmente. Sin embargo, por la cantidad de temas que decide abordar, esta arroja un resultado ciertamente positivo pero con algunos cabos sueltos que le impregnan ambigüedad a una puesta en escena que bien pudo ser redonda.

Sergio Velarde
27 de junio de 2016